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—¡Silencio! ¡Silencio!

Algunas mujeres han levantado el puño para cantar.

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Llorar es perder el control. Y a Tomasa no le gusta perderlo. Pero ahora, en la soledad de la celda de aislamiento donde Mercedes la ha castigado, se le escapa una lagrimilla pensando en Reme. Y durante los quince días que dure su encierro, atrapará más de una en sus pestañas y las retirará con el nudillo del dedo índice sin permitirles caer.

Pensará en Reme. Y en las compañeras que alzaron su voz cuando Mercedes alzó la mano contra ella por segunda vez. Y resistirá el frío y el hambre. Resistirá el vacío y el silencio de aquel limitado espacio que conoce bien, porque no es la primera vez que la castigan. Resistirá el paso de las noches, y sabrá que ha llegado la mañana cuando una funcionaria abra la puerta y le dé un cazo de rancho, un chusco de pan y una escoba. Resistirá, barrerá su celda pensando en Reme. Recordando su mirada en el momento de empezar a cantar. Y sonreirá, porque Reme no sabe cantar. No sabe, aunque se empeñe en endulzar las cosas cantando. No sabe, aunque se empeñe en decir que su madre le enseñó a cantar al mismo tiempo que a coser, y que de ella aprendió que las cosas amargas hay que tragarlas deprisa, y que pierden sabor si se les pone el azúcar de una canción. Así es la Reme. Pura inocencia. Inocente, y tan mayor. Y por eso está aquí. Por inocente. Por eso la trajeron desde un pueblo de Murcia, del que no quiere decir su nombre y al que no piensa volver. La Reme cree que sus vecinas tuvieron la culpa. Pero no se puede ser tan inocente. Está más claro que las claras del día que no se puede bordar una bandera en la camilla de tu casa si la tienes arrimada a la ventana. No se puede, por mucho que tengas la persiana echada y la tapes con una sábana blanca; por mucho que pienses que la rebelión no va para largo, porque la rebelión iba ya para más de un año. No se puede, por muy bonita que estuviera quedando. Y no se puede ser madrina de guerra y salir a la calle con la alegría en la boca y una foto en la mano para enseñársela a tu consuegra justo al día siguiente de la toma de Teruel. No se puede. Y menos en un pueblo como el de la Reme, donde los rebeldes no tuvieron que pegar ni un solo tiro, ni uno solo, que en el pueblo de la Reme debían de ser todos de la CEDA, o se hicieron de Falange de repente. Señor, señor. Y la Reme había de saberlo, que para lo que está a la vista no se precisan candiles. Y se tenía que haber guardado muy mucho de mantener abierta la ventana. Y de enseñarle la foto del soldado a su consuegra delante del estanco. Porque la estanquera empezó a gritar que aquellas dos eran rojas, y que estaban celebrando la toma de Teruel. Y así pasó lo que pasó, y sin remedio.

Dormir tendría que ser cerrar los ojos. Cerrar los ojos y quedarse dormida, así habría de ser, qué carajo. Quedarse dormida sin tanto buscar una postura para que no duelan las caderas. Qué duro está esto. Y cómo ha de estar un petate de crin de caballo apelmazado de tanto uso, recontra. Y los ojos como platos.

Pensará en la Reme.

Si fuera verdad que el frío da sueño, pero entonces también lo sería que el hambre lo quita.

Pensará en la Reme, en su voz de cáscara de huevo, cuando se rompe para echarlo al plato y hacer una buena tortilla de patatas, con muchas patatas y con muchos huevos. Y en aceite de oliva crudo. Tiene que ser con aceite de oliva crudo. Se le está llenando la boca de saliva. No. La voz de la Reme no es de huevo cascado. Qué ha de ser. Ya tiene que estar amaneciendo. La voz de la Reme es la de un gallo negro en una noche negra. Eso sí. Por contra, la Elvirita apunta maneras. Es mejor no contar las horas, no contar los días. No hará ni una sola muesca en la pared. Ni una sola. No hay noche que no tenga fin. Si hubiera habido más gente de la catadura de Líster, otro gallo nos hubiera cantado. Miles de Líster, ojalá hubiera habido muchos miles, que hubieran aplastado al fascismo en unos meses. Líster sí que tuvo lo que había de tener, y los méritos bien ganados, que antes que en Teruel ya lo había demostrado en Brunete, siempre el primerito en darse en la pelea, o en lo que hiciera falta. Pero tuvo mala suerte, y a veces hay que correr. Como la Reme.

Aunque cualquiera hubiese corrido para esconderse. Cualquiera, menos ella, que escapó para su casa. Porque la Reme es pura inocencia y creyó que la cosa se quedaría en los gritos de la estanquera y de las vecinas, que la vieron salir corriendo y corrieron chillando detrás de ella. Y cuando quiso llegar a su calle, sin aire para respirar, y se paró un momento a apurar la pizca de resuello que le quedaba dentro, entonces vio desde la esquina que «los iguales» y los falangistas ya la estaban esperando en el umbral, y que habían sacado para afuera a su marido y a sus hijas, las tres que le quedaban solteras.

Y menos mal que la nueva quiere hacerse la buena y le ha dejado traerse los paños higiénicos. Se creerá que le quedan bonitas todas esas horquillas, esa ristra que se pone sólo para presumir de que ella tiene muchas y las demás se tienen que apañar con cachos de alambre. Buena no es. Qué coño va a ser ésa buena. Tampoco las monjas son buenas, y eso que tienen la obligación de ser buenas. Pero no lo son, más parecen guardias civiles rancios. Le ha dejado traérselos porque no ha sabido decirle que no. No sabe. Pero ya aprenderá, la muy lagarta. Ya aprenderá, como las otras. La Veneno no le hubiera dejado llevárselos, claro que no. Ni La Zapatones tampoco, que es irás mala que la quina, o igual. No se han secado del todo y aquí, con esta humedad, no se secarán. Vaya mandanga.

Y en esto, que aparece el más chico, que ha escuchado el griterío desde la plaza y se agarra a las faldas de la madre. Es de suponer que la Reme no estaría para canciones con azúcar, pero ella dice que le dio la mano al hijo y que cantó por dentro.

Más vale que se cambie ahora, que si no, se le van a manchar las enaguas. Le quedan dos paños y con suerte, día y medio de sangres. Le llegan. Sí. Si calcula bien y los apura, le llegarán.

Señor, señor. A esa criaturita que le nació tarde y mal la mandó un falangista a comprar aceite de ricino. El padre le dio las perras. De su mismísimo bolsillo pagó la humillación de la Reme. Dale al niño para un litro que tu mujer se va a echar un traguito. Así lo cuenta la Reme. Un litro entero dice que le metieron a embudo delante de sus hijas. Y se ríe. Se ríe siempre al contarlo la muy inocente.

Y Tomasa se lleva otra vez el nudillo del índice a las pestañas.

Carajo con esta humedad, que hasta en los ojos. La Reme se ríe porque el mancebo del boticario la quería bien. Y preparó un litro de cualquier otra cosa en la rebotica cuando el niño tontito le pidió ricino, que iban a purgar a su madre. Trago amargo. Amargo. Aunque a la Reme no le diera ni un retortijón. Y después, la pelaron al rape. Le dejaron un mechón en medio de la cabeza y allí le ataron una cinta con los colores de la bandera republicana. Y le pintaron U HP en la frente. Para eso ha quedado la Unión de Hermanos Proletarios, para humillar a las mujeres en la frente. Reme dice que tenía el pelo tan largo como la Hortensia, y así de negro. Ahora lo tiene de color ceniza, del susto dice que le creció así. Cómo se le ocurriría cantar, con lo taimada que es. Cantó, una canción con azúcar que paró en seco la mano de la novata. Las demás cantaron también. La voz de la Reme es del color de su pelo, el de la ceniza cuando está limpia, en el momento mismo de empezar a usarla para rascar el culo de un puchero y quitarle el hollín. Hay que ver cómo canta la Elvirita, lástima de criatura.

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