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Vuelvo otra vez a echar las redes sobre

la fuente de mi vida,

redes hechas con hilos de esperanza,

nudos de poesía,

y saco piedras falsas entre un cieno

de pasiones dormidas.

Con el sol del otoño toda el agua

de mi fontana vibra,

y noto que sacando sus raíces

huye de mí la encina.

INVOCACIÓN AL LAUREL

1919.

A Pepe Cienfuegos.

Por el horizonte confuso y doliente

venía la noche preñada de estrellas.

Yo, como el barbudo mago de los cuentos,

sabía lenguaje de flores y piedras.

Aprendí secretos de melancolía,

dichos por cipreses, ortigas y yedras;

supe del ensueño por boca del nardo,

canté con los lirios canciones serenas.

En el bosque antiguo, lleno de negrura,

todos me mostraban sus almas cual eran:

el pinar, borracho de aroma y sonido;

los olivos viejos, cargados de ciencia;

los álamos muertos, nidales de hormigas;

el musgo, nevado de blancas violetas.

Todo hablaba dulce a mi corazón

temblando en los hilos de sonora seda

con que el agua envuelve las cosas paradas

como telaraña de armonía eterna.

Las rosas estaban soñando en la lira,

tejen las encinas oros de leyendas,

y entre la tristeza viril de los robles

dicen los enebros temores de aldea.

Yo comprendo toda la pasión del bosque;

ritmo de la hoja ritmo de la estrella.

Mas decidme, ¡oh cedros!, si mi corazón

dormirá en los brazos de la luz perfecta.

Conozco la lira que presientes, rosa;

formé su cordaje con mi vida muerta.

¡Dime en qué remanso podré abandonarla

como se abandonan las pasiones viejas!

¡Conozco el misterio que cantas, ciprés;

soy hermano tuyo en noche y en pena;

tenemos la entraña cuajada de nidos,

tú de ruiseñores y yo de tristezas!

¡Conozco tu encanto sin fin, padre olivo,

al darnos la sangre que extraes de la Tierra;

como tú yo extraigo con mi sentimiento

el óleo bendito que tiene la idea!

Todos me abrumáis con vuestras canciones;

yo sólo os pregunto por la mía incierta;

ninguno queréis sofocar las ansias

de este fuego casto que el pecho me quema.

¡Oh laurel divino, de alma inaccesible,

siempre silencioso, lleno de nobleza!

¡Vierte en mis oídos tu historia divina,

tu sabiduría profunda y sincera!

¡Arbol que produces frutos de silencio,

maestro de besos y mago de orquestas,

formado del cuerpo rosado de Dafne

con savia potente de Apolo en tus venas!

¡Oh gran sacerdote del saber antiguo!

¡Oh mudo solemne cerrado a las quejas!

Todos tus hermanos del bosque me hablan;

¡sólo tú, severo, mi canción desprecias!

Acaso, ¡oh, maestro del ritmo!, medites

lo inútil del triste llorar del poeta.

Acaso tus hojas, manchadas de luna,

pierdan la ilusión de la primavera.

La dulzura tenue del anochecer,

cual negro rocío, tapizó la senda,

teniendo de inmenso dosel a la noche,

que venía grave, preñada de estrellas.

RITMO DE OTOÑO

1920.

A Manuel Ángeles.

Amargura dorada en el paisaje,

el corazón escucha.

En la tristeza húmeda

el viento dijo:

-Yo soy todo de estrellas derretidas,

sangre del infinito.

Con mi roce descubro los colores

de los fondos dormidos.

Voy herido de místicas miradas,

yo llevo los suspiros

en burbujas de sangre invisibles

hacia el sereno triunfo

del Amor inmortal lleno de noche.

Me conocen los niños,

y me cuajo en tristezas.

Sobre cuentos de reinas y castillos

soy copa de luz. Soy incensario

de cantos desprendidos

que cayeron envueltos en azules

transparencias del ritmo.

En mi alma perdiéronse solemnes

carne y alma de Cristo,

y finjo la tristeza de la tarde

melancólico y frío.

Soy la eterna armonía de la Tierra,

el bosque innumerable.

Llevo las carabelas de los sueños

a lo desconocido.

Y tengo la amargura solitaria

de no saber mi fin ni mi destino-

Las palabras del viento eran suaves,

con hondura de lirios.

Mi corazón durmióse en la tristeza

del crepúsculo.

Sobre la parda tierra de la estepa

los gusanos dijeron sus delirios.

-Soportamos tristezas

al borde del camino.

Sabemos de las flores de los bosques,

del canto monocorde de los grillos,

de la lira sin cuerdas que pulsamos,

del oculto sendero que seguimos.

Nuestro ideal no llega a las estrellas,

es sereno, sencillo;

quisiéramos hacer miel, como abejas,

o tener dulce voz o fuerte grito,

o fácil caminar sobre las hierbas,

o senos donde mamen nuestros hijos.

Dichosos los que nacen mariposas

o tienen luz de luna en su vestido.

¡Dichosos los que cortan la rosa

y recogen el trigo!

¡Dichosos los que dudan de la Muerte

teniendo Paraíso,

y el aire que recorre lo que quiere

seguro de infinito!

Dichosos los gloriosos y los fuertes,

los que jamás fueron compadecidos,

los que bendijo y sonrió triunfante

el hermano Francisco.

Pasamos mucha pena

cruzando los caminos.

Quisiéramos saber lo que nos hablan

los álamos del río-.

Y en la muda tristeza de la tarde

respondióles el polvo del camino:

-Dichosos, ¡oh, gusanos!, que tenéis

justa conciencia de vosotros mismos,

y formas y pasiones

y hogares encendidos.

Yo en el sol me disuelvo

siguiendo al peregrino,

y cuando pienso ya en la luz quedarme

caigo al suelo dormido-.

Los gusanos lloraron y los árboles,

moviendo sus cabezas pensativos,

dijeron: -El azul es imposible.

Creíamos alcanzarlo cuando niños,

y quisiéramos ser como las águilas

ahora que estamos por el rayo heridos.

De las águilas es todo el azul-.

Y el águila a lo lejos:

-¡No, no es mío!

Porque el azul to tienen las estrellas

entre sus claros brillos

Las estrellas: -Tampoco lo tenemos:

Está sobre nosotros escondido-.

Y la negra distancia: -El azul

lo tiene la esperanza en su recinto-.

Y la esperanza dice quedamente

desde el reino sombrío:

-Vosotros me inventasteis corazones-

Y el corazón: -¡Dios mío!

El otoño ha dejado ya sin hojas

los álamos del río.

El agua ha adormecido en plata vieja

al polvo del camino.

Los gusanos se hunden soñolientos

en sus hogares fríos.

El águila se pierde en la montaña;

el viento dice: "Soy eterno ritmo."

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