Buonaparte l'a dit 43— objetó el príncipe Andréi con una sonrisa. (Era evidente que el vizconde no le gustaba y, aun cuando no lo mirase, sus palabras iban dirigidas contra él.)
—"Je leur ai montré le chemin de la glorie— añadió tras un breve silencio, repitiendo las palabras de Napoleón. —Ils n'en ont pas voulu; je leur ai ouvert mes antichambres, ils se sont précipités en foule...” Je ne sais pas à quel point il a eu le droit de le dire. 44
—Aucun 45— respondió el vizconde. —Después del asesinato del duque, hasta los hombres más parciales dejaron de ver en él a un héroe. Si même ç’a été un héros pour certaines gens— prosiguió, volviéndose a Anna Pávlovna, —depuis l’assassinat du duc il y a un martyr de plus dans le ciel, un héros de moins sur la terre. 46
Todavía no habían tenido tiempo Anna Pávlovna y los demás de apreciar con una sonrisa las palabras del vizconde cuando Pierre irrumpió de nuevo en la conversación. Anna Pávlovna, aun previendo que el joven iba a decir algo incorrecto, ya no pudo contenerlo.
—La ejecución del duque de Enghien— dijo Pierre —era una necesidad de Estado; donde yo veo grandeza de ánimo es precisamente en el hecho de que Napoleón no haya tenido el temor de cargar, él solo, con toda la responsabilidad.
—Dieu! Mon Dieu!— murmuró aterrorizada Anna Pávlovna.
—Comment, monsieur Pierre, vous trouvez que l’assassinat est grandeur d’âme? 47— dijo la pequeña princesa sonriendo y acercando hacia sí su labor.
—¡Ah! ¡Oh!— exclamaron varias voces.
—¡Capital!— dijo en inglés el príncipe Hipólito, dándose unos golpes en la rodilla con la palma de la mano. El vizconde se limitó a encogerse de hombros.
Pierre miraba triunfalmente a los oyentes por encima de sus anteojos.
—Digo eso— prosiguió con desesperada decisión —porque los Borbones han huido de la revolución dejando al pueblo entregado a la anarquía; sólo Napoleón supo comprender la revolución y vencerla. Por eso, y por el bien común, no podía detenerse ante la vida de un solo hombre.
—¿No quiere pasar a esa otra mesa?— dijo Anna Pávlovna.
Pero, sin contestar, Pierre continuó su discurso, cada vez más animado.
—Sí, Napoleón es grande porque supo ponerse por encima de la revolución, reprimiendo sus abusos y tomando cuanto tenía de bueno: la igualdad de los ciudadanos, la libertad de palabra y de prensa, y tan sólo por eso conquistó el poder.
—Así sería si al tomar el poder, sin valerse del asesinato, lo hubiera devuelto al rey legítimo— dijo el vizconde; —entonces yo lo llamaría gran hombre.
—No podía hacerlo. El pueblo le dio el poder para que lo librara de los Borbones y porque veía en él a un gran hombre. La revolución fue una gran empresa— continuó Pierre, mostrando con estos conceptos audaces y provocadores su extrema juventud y el deseo de expresar lo más rápidamente posible todo cuanto pensaba.
—¿La revolución y el regicidio una gran empresa?... Después de esto... Pero ¿no queréis pasar a la otra mesa?— repitió Anna Pávlovna.
—Contrat social!— dijo, con apacible sonrisa, el vizconde.
—No hablo del regicidio. Hablo de las ideas.
—Sí, las ideas de saqueo, de matanzas y regicidio— interrumpió de nuevo la voz irónica.
—Excesos fueron, sin duda. Pero la revolución no consiste sólo en eso. Lo importante son los derechos del hombre, la desaparición de los prejuicios, la igualdad de los ciudadanos. Y Napoleón ha conservado en su integridad estas ideas.
—Libertad e igualdad— dijo desdeñosamente el vizconde como decidiéndose por fin a demostrar al joven la simpleza de sus palabras —son palabras altisonantes en entredicho desde hace mucho tiempo. ¿Quién no ama la libertad y la igualdad? Nuestro Salvador predicaba la libertad y la igualdad. ¿Es que después de la revolución los hombres son más felices? Al contrario. Nosotros queríamos la libertad y Bonaparte la ha destruido.
El príncipe Andréi miraba sonriente, ya a Pierre, ya al vizconde, ya a la dueña de la casa. En un principio, Anna Pávlovna, a pesar de sus hábitos sociales, quedó aterrada ante las acometidas de Pierre, pero cuando vio que a despecho de esas sacrílegas palabras el vizconde no se enfurecía, y cuando se convenció de que no era posible modificar lo dicho, cobró ánimos y decidió hacer frente común con el vizconde y atacar a Pierre.
—Mais, mon cher monsieur Pierre 48— dijo, —¿cómo califica de grande a un hombre que ha hecho matar al duque, no ya como duque, sino como persona, sin culpa y sin formación de causa?
—Yo le preguntaría— añadió el vizconde —cómo explica monsieur el 18 de Brumario. ¿No es, acaso, un engaño? C’est un escamotage qui ne ressemble nullement à la maniere d’agir d’un grand homme. 49
—¿Y los prisioneros de África a los que hizo matar?— dijo la pequeña princesa. —¡Es horrible!— y se encogió de hombros.
—C’est un roturier, vous aurez beau dire 50— sentenció el príncipe Hipólito.
Pierre no sabía a quién responder; miraba a todos sonriente. Pero su sonrisa no era semejante a la de los demás hombres, que se funde con algo distinto de la sonrisa. Por el contrario, cuando él sonreía, desaparecía la expresión seria y un tanto huraña de su rostro dando lugar a otra infantil y bondadosa, quizá un poco ingenua, que parecía pedir perdón.
El vizconde, que lo veía por primera vez, comprendió que aquel jacobino no era tan terrible como sus palabras.
Todos guardaban silencio.
—¿Cómo quieren ustedes que conteste a todos a la vez?— comentó el príncipe Andréi. —Además, en los actos de un hombre de Estado hay que diferenciar entre los del hombre privado, los del jefe militar y los del Emperador. Así me lo parece.
—Desde luego, desde luego— dijo Pierre, alegrándose por la ayuda prestada.
—No puede negarse— prosiguió el príncipe Andréi —que Napoleón, como hombre, fue muy grande en el puente de Arcola y en el hospital de Jaffa, donde estrechó la mano de los apestados, pero... hay otros actos que difícilmente pueden justificarse.
El príncipe Andréi, que evidentemente había querido dulcificar las impertinencias de Pierre, se levantó para salir e hizo una señal a su esposa.
En eso, el príncipe Hipólito se puso en pie, detuvo a todos, les rogó con un ademán que se sentaran y dijo:
—Ah! Aujourd’hui on m’a raconté une charmante anecdote moscovite; il faut que je vous en régale. Vous m’excusez, vicomte, il faut que je la raconte en russe. Autrement on ne sentira pas le sel de l'histoire. 51
Y el príncipe Hipólito se puso a hablar en ruso, con el acento de los franceses que han pasado un año en Rusia.
Y tanta era la vivacidad e insistencia con que solicitaba atención que todos se detuvieron.
—En Moscú hay una señora muy avara, une dame. Tenían que seguirla dos valets de pied 52tras la carroza, y ambos de buena estatura; así le gustaba. También tenía una femme de chambre todavía más alta. Dijo...
Aquí el príncipe Hipólito se paró a pensar; se veía que tropezaba con dificultades.
—Dijo... sí, dijo: “Muchacha (à la femme de chambre), ponte la livrée y sigue tras la carroza faire des visites” 53.
El príncipe Hipólito rompió en este punto en una carcajada antes de que sus oyentes encontraran motivos de reírse, lo que produjo una impresión desfavorable para el narrador. A pesar de todo, algunas personas —y entre ellas la señora de edad y Anna Pávlovna— sonrieron.
—Salió la dama. De pronto se alzó mucha ventolera y la muchacha perdió su sombrero. Sus cabellos largos se despeinaron...
No pudo contenerse más y terminó entre risas convulsas:
Y todos lo supieron...
Así concluyó la anécdota. Y aun cuando nadie comprendía por qué había de contarla precisamente en ruso, Anna Pávlovna y los demás apreciaron el tacto mundano del príncipe Hipólito, quien puso un final grato a las desagradables y poco amables opiniones de Pierre. Las conversaciones, después de la anécdota, se redujeron a breves y dispersos comentarios sobre el baile o espectáculo pasado y futuro, y sobre el lugar y día en que volverían a verse.