Литмир - Электронная Библиотека
A
A

La princesa María no solía salir de casa a causa de su luto, y Nikolái no creyó conveniente repetir sus visitas. Pero la esposa del gobernador seguía adelante con su proyecto: comunicaba a Nikolái las cosas lisonjeras que de él decía la princesa, y viceversa. Insistía en que Nikolái tuviese una explicación con la princesa María. Con ese fin arregló una entrevista de los dos jóvenes, que tendría lugar en casa del arzobispo antes de la misa.

Rostov dijo a la esposa del gobernador que no tendría ninguna explicación con la princesa María, aunque prometió no faltar a la entrevista.

Como en Tilsitt, donde Rostov no se había permitido poner en duda si todo lo que los demás consideraban bueno lo era en realidad, ahora, después de una breve pero sincera lucha entre lo que su propia razón le dictaba y la dócil sumisión a las circunstancias, eligió lo último y se dejó llevar por el poder que lo arrastraba (se daba cuenta de ello) irresistiblemente. Sabía que, después de la promesa hecha a Sonia, una explicación con la princesa María sería lo que él calificaba como una canallada, y estaba seguro de que nunca la cometería; pero sabía también (y, más que saber, lo sentía en el fondo del alma) que abandonándose ahora al poder de las circunstancias y de las personas que lo guiaban no sólo no hacía nada malo sino que realizaba algo muy, muy importante, más que cualquier otro acto suyo hasta ahora.

Después de la entrevista con la princesa María, aunque su vida siguiera siendo en apariencia la misma, todos los placeres de otro tiempo perdieron su encanto. Pensaba con frecuencia en la princesa; pero no como pensaba antes en todas las jóvenes a las que había conocido en la vida social, ni tampoco como en tiempos pensara con tanto entusiasmo en Sonia. Como casi todos los jóvenes honrados, veía en cada muchacha a su futura esposa, proyectándola en su imaginación a todas las condiciones de la vida conyugal: la bata blanca, la esposa ante el samovar, el coche de la mujer, los niños, mamany papá, sus relaciones con ella, etcétera, y esa visión del futuro le causaba placer. Pero cuando pensaba en la princesa María, con la cual querían casarlo, no podía por nada del mundo hacerse una idea de su futura vida matrimonial; y si intentaba hacerlo, todo le parecía confuso y falso. Sólo sentía angustia.

VII

La terrible noticia de la batalla de Borodinó, con las pérdidas rusas entre muertos y heridos, y la noticia más terrible aún del abandono de Moscú llegaron a Vorónezh hacia mediados de septiembre. La princesa María acababa de enterarse por los periódicos de que su hermano estaba herido, y, sin noticia alguna de él, se preparaba para salir en su busca. Así se lo contaron a Nikolái, que no la había visto.

Desde la noticia de la batalla de Borodinó y del abandono de Moscú, Rostov se encontraba en Vorónezh a disgusto y aburrido, aunque no por desesperación, cólera, deseos de venganza o cualquier otro sentimiento análogo. Todas las conversaciones que oía le parecían igualmente falsas; no sabía qué opinión formarse acerca de los acontecimientos y se daba cuenta de que sólo en el regimiento comenzaría a ver las cosas claras. Así pues, se daba prisa en concluir su misión, la compra de caballos, y, sin motivo alguno, se enfurecía frecuentemente con el asistente y el sargento que lo acompañaban.

Pocos días antes de la marcha de Rostov se celebraba en la catedral un tedéum con motivo de una victoria, lograda por las tropas rusas y Nikolái acudió al templo. Se colocó detrás del gobernador y, procurando guardar el aspecto debido, se abandonó a los más diversos pensamientos. Cuando el oficio religioso hubo terminado, la esposa del gobernador lo llamó.

—¿Has visto a la princesa?— preguntó, indicándole con la cabeza a una dama vestida de negro que estaba detrás del coro.

Nikolái reconoció en el acto a la princesa María no tanto por su perfil, que se percibía debajo del sombrero, como por el sentimiento de cautela, temor y conmiseración que inmediatamente se adueñó de él. La princesa María, absorta evidentemente en sus pensamientos, hacía su última señal de la cruz antes de salir.

Nikolái contempló con asombro su rostro. Era el que conocía, el que había visto antes, con la misma expresión de vida espiritual interior, pero iluminada aquel día por una luz muy distinta. En esos rasgos había grabada una conmovedora expresión de pena, ruego y esperanza.

Como antes le ocurriera en presencia de María, Nikolái, sin esperar el consejo de la esposa del gobernador, sin preguntarse si era correcto o no hablar con ella en la iglesia, se acercó y le dijo que había oído hablar de su dolor y participaba de él con toda su alma. No bien oyó su voz, una luz vivísima encendió su rostro, iluminando a un tiempo su propio sufrimiento y su alegría.

—Querría decirle una cosa, princesa— dijo Rostov. —Si el príncipe Andréi Nikoláievich hubiera muerto, habría venido en los periódicos, puesto que es jefe de regimiento.

La princesa lo miraba sin comprender el sentido de sus palabras, pero contenta por la expresión de compasión que había en aquella cara.

—Y sé por muchos casos que una herida de casco de metralla (los periódicos hablan de una granada) o es inmediatamente mortal o, por el contrario, es leve— explicó Nikolái. —Hay que esperar lo mejor, y estoy convencido...

La princesa interrumpió:

—¡Oh! Sería tan terri...— y sin poder terminar, embargada por la emoción, con un movimiento gracioso (como todo cuanto hacía en su presencia), inclinó la cabeza, lo miró agradecida y siguió a su tía.

Por la tarde Nikolái no fue a ningún sitio; se quedó en casa para terminar las cuentas con los tratantes. Cuando hubo acabado era ya demasiado tarde para salir y muy temprano para acostarse; durante largo rato paseó de un lado a otro por la habitación, pensando en su propia vida, cosa que no le ocurría con frecuencia.

La princesa María había producido en él una impresión agradable en Smolensk. El hecho de verla entonces en tan especiales circunstancias y el que durante tanto tiempo su madre hablara de ella como de un excelente partido hicieron que la mirara con gran atención. Durante su estancia en Vorónezh, esa impresión no había sido solamente grata, sino muy fuerte.

Estaba impresionado por la particular belleza moral que había advertido en ella. Pero tenía que irse de Vorónezh y no se le ocurría pensar con tristeza que iba a perder la oportunidad de verla. Su encuentro con ella aquella mañana en la iglesia —Nikolái se dio cuenta de ello— lo había impresionado más profundamente de lo que pudiera prever y desear para su tranquilidad. Aquel semblante pálido, delicado y triste, aquellos ojos radiantes, aquellos movimientos graciosos y pausados y, sobre todo, la profunda y tierna melancolía que expresaban sus facciones lo inquietaban y exigían su participación.

Nikolái no soportaba en los hombres la manifestación de una profunda vida espiritual (por eso no le era simpático el príncipe Andréi) y solía calificarla despectivamente de filosofía y ensoñación. Pero en la tristeza de la princesa María, que ponía de manifiesto la intensidad de aquel mundo espiritual desconocido para él, hallaba un atractivo irresistible.

“¡Debe de ser una muchacha maravillosa! ¡Un verdadero ángel! ¿Por qué no soy libre? ¿Por qué me apresuré con Sonia?”, pensaba.

Y sin darse cuenta comparó a las dos: la falta en una y la abundancia en otra de aquellos dones espirituales de los que él mismo carecía y por lo cual tanto estimaba. Trató de imaginarse qué ocurriría si fuese libre. ¿Cómo pediría su mano, de qué modo llegaría a ser su esposa? Pero no se lo podía imaginar. Lo invadía la angustia y todo resultaba confuso. Desde hacía bastante tiempo, en cambio, se había hecho una idea de su futura vida con Sonia y todo era simple y claro, puesto que ya estaba pensado, no había nada imprevisto en ella, a quien conocía muy bien. Por el contrario, ¡qué difícil era pensar en una vida futura con la princesa María, a la que no comprendía y únicamente amaba!

312
{"b":"145504","o":1}