—Oui, mon cher M. Pierre, je vous dois une fière chandelle de m'avoir sauvé... de cet enragé... J’en ai assez, voyez-vous, de bailes dans le corps. En voilà une— y señaló un costado, —à Wagram, et de deux à Smolensk— e indicó una cicatriz en su mejilla. —Et cette jambe, comme vous voyez, qui ne veut pas marcher. Cest à la grande bataille du 7 à la Moskowa que j'ai reçu ça. Sacre Dieu, c'était beau! Il fallait voir ça, c'était un déluge de feu. Vous nous avez taillé une rude besogne; vous pouvez vous en vanter, nom d'un petit bonhomme. Et, ma parole, malgré la toux que j'y ai gagné, je serais prêt à recommencer. Je plains ceux qui n'ont pas vu ça. 503
—Jy ai été— dijo Pierre. 504
—Bah, vraiment! Eh bien, tant mieux— continuó el francés. —Vous êtes de fiers ennemis, tout de même. La grande redoute a été tenace, nom d’une pipe. Et vous nous l'avez fait crânement payer. J'y suis allé trois fois, tel que vous me voyez. Trois fois nous étions sur les canons et trois fois on nous a culbutés et comme des capucins de carte. Oh! c'était beau, monsieur Pierre. Vos grenadiers ont été superbes, tonnerre de Dieu. Je les ai vu six fois de suite serrer les rangs et marcher comme à une revue. Les beaux hommes! Notre roi de Naples qui s'y connait a crié: bravo! Ah!, ah! soldats comme nous autres!— dijo después de un breve silencio. —Tant mieux, tant mieux, monsieur Pierre. Terribles en bataille... galants— y guiñó el ojo sonriendo —avec les belles, voilà les Français, monsieur Pierre, n'est-ce pas? 505
La alegría del capitán era a tal punto ingenua y bonachona, se encontraba tan sano y contento de sí mismo que también Pierre estuvo a punto de guiñar el ojo mirándolo alegremente. Probablemente la palabra galanthizo pensar al capitán en la situación de Moscú.
—À propos, dites donc, est-ce vrai que toutes les femmes ont quitté Moscou? Une drôle d'idée! Quavaient-elles à craindre? 506
—Est-ce que les dames françaises ne quitteraient pas Paris, si les Russes y entraient? 507
—Ah! ah! ah!...— el francés estalló en una alegre carcajada y dio a Pierre unas palmadas en la espalda. —Ah! elle est forte, celle-là... Paris?... Mais Paris, Paris... 508
—Paris, la capitale du monde...— dijo Pierre, concluyendo el pensamiento del oficial.
El capitán miró a Pierre. Tenía la costumbre de detenerse en mitad de la frase para mirar fijamente a su interlocutor con ojos alegres, sonrientes y cariñosos.
—Eh bien, si vous ne rn'aviez pas dit que vous êtes Russe, j'aurais parié que vous êtes Parisien. Vous avez ce je ne sais quoi, ce... 509— y tras ese cumplido lo miró de nuevo en silencio.
—J'ai été à Paris, j'y ai passé des années— dijo Pierre. 510
—Oh, ça se voit bien, Paris!... Un homme qui ne connaît pas Paris est un sauvage. Un Parisien, ça se sent à deux lieues. Paris, c'est Talma, la Duchésnois, Potier, la Sorbonne, les boulevards— y advirtiendo que su conclusión era más débil que lo anterior, añadió rápidamente: —Il n'y a qu'un Paris au monde. Vous avez été à Paris et vous êtés resté Russe. Eh bien, je ne vous en estime pas moins. 511
Bajo la influencia del vino y después de las jornadas vividas a solas con sus sombrías ideas, Pierre experimentaba un involuntario placer hablando con aquel hombre alegre y bonachón.
—Pour en revenir à vos dames, on les dit bien belles. Quelle fichue idée d'aller s'enterrer dans les steppes, quand l'armée française est à Moscou. Quelle chance elles ont manqué, celles-là. Vos moujiks, c'est autre chose, mais vous autres, gens civilisés, vous devriez nous connaitre mieux que ça. Nous avons pris Vienne, Berlin, Madrid, Naples, Rome, Varsovie, toutes les capitales du monde... On nous craint, mais on nous aime. Nous sommes bons à connaître. Et puis l'Empereur. 512
Pierre lo interrumpió:
—L'Empereur— repitió, y su rostro adquirió una expresión triste y confusa. —Est-ce que l'Empereur... 513
—L'Empereur! C'est la générosité, la clémence, la justice, l'ordre, le génie, voilà l'Empereur! C'est moi, Ramballe, qui vous le dis... Tel que vous me voyez, j'étais son ennemi il y a encore huit ans. Mon père a été comte émigré... Mais il m'a vaincu, cet homme. Il m'a empoigné. Je n'ai pas pu résister au spectacle de grandeur et de glorie dont il couvrait la France. Quand j'ai compris ce qu'il voulait, quand j'ai vu qu'il nous faisait une litière de lauriers, voyez-vous, je me suis dit: voilà un souverain, et je me suis donné à lui. Et voilà! Oh!, oui, mon cher, c'est le plus grand homme des siècles passés et à venir. 514
—Est-il à Moscou?— preguntó Pierre confuso, sintiéndose culpable. 515
El francés contempló el rostro culpable de Pierre y sonrió irónico.
—Non, il fera son entrée demain— dijo, y siguió hablando. 516
La conversación fue interrumpida por los gritos de varias personas en el patio y la entrada de Morel para anunciar que unos húsares de Würtemberg querían meter los caballos en el patio donde estaban los del capitán. La dificultad procedía principalmente de que los húsares no comprendían lo que se les decía.
El capitán hizo llamar al suboficial de los húsares y en tono severo le preguntó a qué regimiento pertenecían, quién era su jefe y por qué se permitían entrar en una casa que estaba ya ocupada. El alemán, que comprendía mal el francés, contestó a las dos primeras preguntas: dio el nombre de su regimiento y el de su comandante; pero la tercera no la entendió. En alemán, mezclado con palabras francesas deformadas, explicó que él era el aposentador de su regimiento y que se le había ordenado ocupar todas las casas, una tras otra. Pierre, que sabía alemán, tradujo al capitán lo que decía el würtemburgués y transmitió a éste la respuesta del capitán. El alemán, que entendió por fin lo que se le decía, cedió y se llevó a sus hombres. El capitán salió al patio y dio algunas órdenes en voz alta. Al volver a la sala Pierre estaba sentado en el mismo sitio, con la cabeza apoyada entre las manos. Su rostro expresaba un gran sufrimiento, y, en efecto, sufría.
Cuando el capitán salió y Pierre se encontró solo comprendió de pronto en qué situación se hallaba. No era el hecho de la caída de Moscú, ni que los afortunados vencedores campasen por sus respetos en la ciudad ni que lo tuvieran a él bajo su protección —por muy duro que le pareciese—; lo que lo atormentaba en esos momentos era la conciencia de su propia debilidad. Unos vasos de vino y una conversación con aquel hombre bonachón habían destruido el estado de ánimo concentrado y sombrío en el que había vivido los últimos días, y le parecían indispensables para llevar a cabo sus planes. La pistola, el puñal y el chaquetón de sayal estaban preparados. Napoleón iba a entrar al día siguiente. Pierre seguía considerando útil y digno matar al malvado, pero sentía ahora que no lo iba a hacer. ¿Por qué? Lo ignoraba. Presentía que no llevaría a cabo su propósito. Luchaba con su propia impotencia, aunque se daba vagamente cuenta de que no podría vencerla y que las sombrías ideas de otro tiempo sobre la venganza, el asesinato y el sacrificio de su persona se habían dispersado como el humo, al contacto con el primer hombre que había encontrado.
Cojeando ligeramente y silbando algo, el capitán entró de nuevo en la sala. La charla del francés, que antes divertía a Pierre, ahora se le hizo insoportable. La cancioncilla, sus posturas, sus gestos, la manera de atusarse el bigote, todo le molestaba.
“Ahora mismo me voy, sin decirle una palabra”, pensó. Pero siguió clavado en su sitio. Un extraño sentimiento de debilidad lo paralizaba. Quería levantarse y salir de allí, pero no podía hacerlo.
El capitán, por el contrario, parecía muy alegre. Recorrió la habitación dos veces; le brillaban los ojos y los bigotes le temblaban como si recordase algo divertido y sonriese a sí mismo.