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PARA SER PUBLICADO: a no ser que se encuentre al hombre adecuado con una investigación privada. Cualquiera de esos métodos servirá. Este talego contiene monedas de oro que pesan en total ciento sesenta libras y cuatro onzas…

-¡Dios misericordioso! -¡Y la puerta no está cerrada con llave!

La señora Richards voló temblando hacia la puerta y la cerró con llave; luego bajó las cortinas de la ventana y se detuvo asustada, inquieta y preguntándose si podía hacer alguna otra cosa para que estuvieran más seguros ella y el dinero. Escuchó un poco para ver si rondaban ladrones; luego se rindió ala curiosidad y volvió a la lámpara para acabar de leer el papel:

Soy un forastero y pronto volveré a mi país para quedarme allí definitivamente. Estoy agradecido a los Estados Unidos por lo que he recibido de sus manos durante mi larga permanencia bajo su bandera; y, particularmente, le estoy agradecido a uno de sus ciudadanos un ciudadano de Hadleyburg por un gran favor que me hizo hace un par de años. En realidad, por dos grandes, favores. Me explicaré. Yo era ten jugador empedernido. Digo que era. Un jugador arruinado. Una noche llegué a esta cuidad hambriento y sin un penique. Pedí ayuda en la oscuridad; me avergonzaba mendigar a la luz del día. Pedí ayuda al hombre adecuado: aquel hombre me dio veinte dólares, mejor dicho, la vida, así lo entendí yo. También me dio la fortuna: porque merced a ese dinero me volví rico en la mesa de juego. Y, finalmente, una observación que me hizo no me ha abandonado desde entonces y, en definitiva, me ha dominado; y, al dominarme, ha salvado lo que quedaba de mi moral: no volverte a jugar. Ahora bien… No tengo la menor idea de quién era ese hombre, pero quiero encontrarlo y darle este dinero para que lo tire, se lo gaste o se lo guarde, como prefiera. Ésta es, simplemente, mi manera de demostrarle mi gratitud. -Si pudiese quedarme, lo buscaría yo mismo; pero no importa, aparecerá. Ésta es una ciudad honrada, una ciudad incorruptible, y sé que mi confianza encontrará una respuesta. Ese hombre puede ser identificado por la observación que me hizo; estoy seguro de que él la recordará. Y, ahora, mi plan es éste. Si usted prefiere realizar la investigación de forma privada, hágalo.

Cuente el contenido de este papel a cuantos tengan apariencia de ser el hombre buscado. -Si contesta: no soy el hombre: la observación que hice fue así y asía, use la discreción, o sea, abra el talego y encontrará un sobre lacrado que contiene el texto de la frase. -Si la observación mencionada por el candidato coincide con ésta, déle el dinero y no le boga más preguntas, porque se trata sin duda del .hombre buscado.

Pero, si prefiere una investigación pública, publique el contenido de este papel en el periódico local, añadiendo las siguientes instrucciones: En el plazo de treinta días el candidato deberá comparecer en el ayuntamiento a las ocho de la noche (el viernes, entregar su, frase, en sobre cerrado, al reverendo Burgess (si éste tiene la bondad de intervenir); entonces el reverendo Burgess romperá el sobre lacrado que hay en el talego, lo abrirá y comprobará si la frase es correcta. -Si lo es, deberá entregársele el dinero, con mi sincera gratitud, u mi benefactor, así identificado.

La senora Richards se echó a reír con un dulce temblor de excitación y pronto se quedó embelesarla en sus pensamientos, pensamientos de este tipo: «-¡Qué extraño es todo!…

-¡Y qué fortuna para ese hombre bueno que dejó a la deriva su pan sobre las aguas!… -¡Si hubiese sido mi marido el que lo hico! -¡Somos tan pobres!… -¡Viejos y pobres… !»Luego, con un suspiro, pensó:

«Pero no ha sido mi Edward, él no ha dado veinte dólares a un desconocido. Es una lástima, por otra parte. Ahora lo entiendo…..

Y, estremeciéndose, concluyó sus reflexiones: ..Pero es el dinero del jugador.. -¡Las ganancias del pecado! No podríamos cogerlo. No podríamos tocarlo. No me gusta estar cerca de él; parece que me mancha. La señora Richards se sentó en un sillón más alejarlo…

Ojalá viniese Edward y se lo llevara al banco. En cualquier momento podría venir un ladrón. Es horrible estar aquí a solas con el dinero.»A las once llegó el señor Richards y, mientras su esposa le decía: «-¡Cuánto me alegro de que hayas ve i nido! , él manifestaba: Estoy cansado, cansadísimo. Es terrible ser pobre y tener que hacer estos viajes tan pesados a mi edad. Siempre en el molino, en el molino, en el molino …, por cuatro centavos…, esclavo de otro hombre, que está sentado tranquila _mente en su casa, en pantuflas, rico y cómodo..

-Lo siento mucho, Edward… Lo sabes muy bien. Pero consuélate. Tenemos nuestro sueldo, nuestra buena reputación.

-Sí, Mary. Y eso es lo fundamental. No hagas caso de mis palabras: sólo ha sido un momento de irritación, y no significa nada. Dame un beso…

-Eso es. Se me ha pasado ya y no me quejo.

-¿Qué es eso?

-¿Qué hay en ese talego?

Entonces su esposa le contó el secreto. Esto aturdió a Richards durante un momento. Luego dijo:

-¿Eso pesa ciento sesenta libras? Pero Mary…

-¡Entonces contiene cuarenta mil dólares!

-¡Imagínate!

-¡Una fortuna! No hay diez hombres en esta ciudad que tengan tanto. Dame el papel.

Lo examinó superficialmente y dijo:

-¡Qué aventura! En realidad parece una novela: una de las cosas imposibles que se leen en los libros y nunca suceden en la vicia real.

Ahora se sentía excitado, lleno de animación, hasta alegre. Le dio a su vieja esposa una palmadita en la mejilla y dijo jovialmente:

Somos ricos, Mary… Bastara con que enterremos el dinero y quememos los papeles. -Si algún día viene el jugador para enterarse, nos limitaremos a mirarlo con frialdad y le diremos: «-¿Qué tontería nos está diciendo? Nunca hemos oído hablar de usted ni de su talego de oro… Y entonces el hombre se nos quedará mirando con aire estúpido y…

-Y, mientras sigues diciendo estupideces, el dinero sigue aquí y se acerca la hora de los ladrones.

-Es verdad. Bueno… -¿qué se puede hacer?

-¿Hacer una investigación privada? No, no, estropearía el aspecto novelesco de la historia. El comunicado público es mucho mejor.

-¡Imagínate el ruido que hará! Y tendrán celos las otras ciudades: pues ningún forastero le confiaría semejante encargo a una ciudad que no fuese Hadleyburg, y ellos lo saben. -¡Qué propaganda para Hadleyburg!

-¡Es mejor que vaya inmediatamente al periódico o llegaré tarde!

-Para, para…

-¡No me dejes sola aquí con esto, Edward!

Pera el señor Richards se había marchado. Aunque por poca tiempo. Cerca de su casa se encontró con el editor propietario del periódico, le dio el documento y le dijo:

-Aquí tiene algo bueno, Cox… Publíquelo.

-Quizá sea demasiado tarde, señor Richards, pero lo intentare.

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