27. Los golpesque no dejan huellas. Pegaban con gomas, con porras, con sacos de arena. Es muy doloroso cuando te dan en los huesos, por ejemplo, las patadas del juez en la espinilla, donde el hueso está casi a flor de piel. Al jefe de brigada Karpúnich-Braven estuvieron pegándole veintiún días seguidos. (Ahora dice: «al cabo de treinta años aún me duelen los huesos y la cabeza».) A partir de su caso y de los relatos de otros, llegó a la cifra de 52 procedimientos de tortura. Por ejemplo, éste: sujetan las manos con un aparato especial de forma que las palmas queden planas contra la mesa, y entonces golpean con el canto de una regla en los nudillos, ¡hay como para aullar! ¿Ponemos aparte de las palizas la extracción de dientes? (A Karpúnich le arrancaron ocho.)
A G. Kupriánov, secretario del Comité Regional de Carelia, encarcelado en 1949, le arrancaron algunos dientes. Unos eran naturales y no contaban, otros eran de oro. Al principio le dieron un recibo conforme se los quedaban en custodia. Luego cayeron en la cuenta y le quitaron el recibo.
Como todo el mundo sabe, un puñetazo en el plexo solar corta la respiración y no deja la menor huella. En Lefórtovo, el coronel Sídorov, después de la guerra, ejecutaba un tiro libre golpeando con sus chanclos los atributos masculinos desprotegidos (los que juegan al fútbol ya saben lo que es un balonazo en la ingle). No hay dolor comparable y se suele perder el conocimiento. [88] 9
28. En el NKVD de Novorossisk inventaron una maquinilla para aplastar las uñas. Más tarde se pudo ver por las prisiones de tránsito a muchos hombres de Novorossisk que habían perdido las uñas.
29. ¿Y la camisa de fuerza?
30. ¿Y romperte la columna vertebral?(En esta misma GPU de Jabarovsk, en 1933.)
31. ¿Y el embridado(la «golondrina»)? Es un método de Su-jánovka, pero también se conoce en la prisión de Arjánguelsk. (El juez instructor Ivkov, 1940.) Se le pone al preso en la boca una toalla larga y recia [89](la brida) y los extremos se le atan a las plantas de los pies pasando por la espalda. Y de este modo, hecho una rueda, tumbado sobre el vientre, crujiéndote la espalda, pásate un par de días sin comida ni agua.
¿Seguimos enumerando? ¿Nos hemos dejado algo en el tintero? ¿Qué no serán capaces de inventar unos hombres ociosos, ahitos, e insensibles?
¡Hermano! No censures a quien fue débil en tales situaciones y firmó más de la cuenta...
* * *
Pero ¡mira por dónde!: resulta que ni estas torturas, ni siquiera los procedimientos «más suaves», son necesarios para hacer que la mayoría confiese, para atenazar con dientes de acero a unos borregos mal preparados que ansian volver a su tibio hogar. Es demasiado desigual la correlación de fuerzas y posiciones.
¡Oh, bajo qué nueva perspectiva —repleta de peligros, una auténtica jungla africana— vemos desde el despacho del juez de instrucción nuestra vida anterior! ¡Y nosotros que la creíamos tan simple!
Usted, llamémosle A, y su amigo B, se conocen y se han tenido confianza durante años, y cada vez que se han visto han hablado sin tapujos de la pequeña y la gran política Sin testigos, sin nadie que pudiera escucharlos a escondidas. Y ustedes no se denunciaron uno a otro, por supuesto.
Mas he aquí que por alguna razón se fijaron en usted, lo sacaron por las orejas del rebaño y lo encerraron Y por alguna razón, puede que por alguna denuncia, porque teme por las personas queridas, por una pequeña tanda de insomnio o por haber estado en el calabozo, decide finalmente darse por rendido, ¡pero por nada del mundo denunciar a otros! Y en cuatro actas ha reconocido y firmado que es un enemigo jurado del régimen soviético, ya que contaba chistes del Guía * deseaba elecciones con varios candidatos y aunque sí se metía en la cabina, no marcaba al único de la lista, excusándose con que no había tinta en el tintero, y además tenía un aparato de radio con banda de 16 metros y con él procuraba coger alguna de las retransmisiones occidentales pese a las interferencias con que las tapábamos. Diez años no se los quita nadie, pero sus costillas están enteras, todavía no tiene pulmonía, no ha vendido a nadie y al parecer ha salido del paso con inteligencia. Enla celda ya ha comentado que probablemente la instrucción de su caso toca a su fin.
¡Y un cuerno! Recreándose sin prisas en su bonita caligrafía, el juez de instrucción empieza a redactar el acta n° 5 Pregunta: ¿Era usted amigo de B? Sí. ¿Hablaba abiertamente de política con él? No, no, no le tenía confianza. ¿Pero se veían ustedes a menudo? No mucho. ¿Cómo que no mucho? Según el testimonio de los vecinos, sólo en el último mes lo tuvo de víate los días tal, tal y tal. ¿Estuvo o no? Bueno, puede ser. Además, se observó que ustedes, como siempre no bebían, no armaban escándalo, hablaban muy bajo, no podía oírse desde el pasillo. (¡Bebed amigos! ¡Romped botellas! ¡Soltad tacos cuanto más alto mejor! ¡Así seréis personas de fiar!) ¿Bien, y no cree que eso da que pensar? Además usted también estuvo en su casa, mire si no lo que le dijo por teléfono: hemos pasado una velada muy interesante. Luego los vieron en la esquina a los dos, media hora de plantón con el fiío que hacía, con el rostro apesadumbrado como expresando descontento, por cierto, hasta tenemos fotos de ese encuentro. (La técnica de los agentes, amigos míos, la técnica de los agentes.) Así pues, ¿de qué hablaban en estas entrevistas?
¿De qué? ¡Vaya preguntita! Lo primero que se te ocurre es decir que no te acuerdas. ¿Acaso tienes el deber de recordarlo? Muy bien, ha olvidado usted la primera conversación. ¿La segunda también? ¿Y la tercera? ¿Incluso esa velada tan interesante? Y la de la esquina. ¿Y las conversaciones con C? ¿Y las conversaciones con D? No, pensará usted, lo de «no me acuerdo» no es salida, no me puedo agarrar a eso. Y su cerebro enturbiado por el insomnio y el hambre, pellizcado por el miedo, sobresaltado por el arresto, busca cómo ingeniárselas de una manera lo más verosímil posible y burlar al juez de instrucción.
¿De qué? Ojalá hubierais hablado de hockey (¡En todos los casos es lo que trae menos disgustos!), de faldas o incluso de ciencia, porque en ese caso se lo podríais repetir al juez (hablar de ciencia es como hablar de hockey, pero en nuestros días todo asunto científico es confidencial y te pueden pillar por el Decreto sobre divulgación de secretos de Estado). ¿Y si realmente habíais estado hablando de las nuevas detenciones habidas en la ciudad? ¿O de los koljoses? (y hablando mal, ni qué decir tiene, porque ¿quién va a hablar bien de ellos?), ¿o del descenso de las primas por productividad? Os habíais pasado media hora en una esquina con la cara bien larga, ¿de qué estaríais hablando?
Puede ser que a B también lo hayan arrestado (el juez de instrucción le asegura a usted que sí, que ya ha declarado contra usted y que ahora lo traen para un careo). También puede ser que esté tranquilamente en su casa, pero lo arrancarán de allí para interrogarle y confrontar: ¿Por qué fruncía usted el ceño en aquella esquina?
Ahora, al echar la vista atrás, comprende una cosa: tal como está la vida, hubiera sido conveniente al despedirse ponerse de acuerdo y recordar con detalle de qué habían hablado hoy.Entonces, en cualquier interrogatorio, las declaraciones habrían coincidido. Pero no se os ocurrió. No os imaginabais en qué selva vivíais.