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Sólo en una cosa se quedó corto Vyshinski y dejó de lado la lógica dialéctica: inexplicablemente dejó que la bala continuara siendo absoluta.

De este modo, desarrollándose en espiral, las conclusiones de la jurisprudencia progresista volvían a los puntos de vista de la época Antigua o de la Edad Media. Como los verdugos medievales, nuestros jueces instructores, nuestros fiscales y nuestros presidentes de tribunal aceptaban como principal prueba de culpabilidad las confesiones de los encausados. [79] 3

Sin embargo, el rudo medioevo no había empleado más que procedimientos pintorescos y espectaculares para arrancar la deseada confesión: el potro, la rueda, el brasero, el erizo, la picota. En el siglo veinte, con el desarrollo de la medicina y nuestra considerable experiencia carcelaria (no faltó quien tratara con toda seriedad este tema en una tesis doctoral), se llegó a la conclusión de que tanta prodigalidad de medios resultaba superflua e incluso engorrosa en caso de aplicación masiva. Y además...

Además, se daba claramente otra circunstancia: como siempre, Stalin se había guardado la última palabra, sus subordinados tenían que intuir por sí mismos, de manera que al chacal le siguiera quedando una guarida adonde escabullirse y escribir «Los éxitos se nos suben a la cabeza». [80]Con todo, era la primera vez en la historia de la humanidad que se sometía a millones de personas a una tortura planificada, y a pesar de todo su poder, Stalin no podía estar absolutamente seguro del éxito. Aplicado a gran escala, el experimento podía discurrir de manera distinta a cuando se había realizado en pequeñas proporciones. En cualquier caso, Stalin debía mantener su orla de pureza angelical. (Y sin embargo las circulares del Comité Central de los años 1937 y 1939 contenían la indicación de «medidas físicas».)

Cabe suponer que por esto no existía una enumeración de torturas y vejaciones puesta en manos de los jueces recién salida de la imprenta. Se limitaron a exigir que cada sección de instrucción entregara a los tribunales en un plazo determinado un número dado de borregos convictos y confesos. Se limitaban a decirles(verbalmente, pero a menudo) que toda medida y procedimiento era bueno, por cuanto se buscaba un gran objetivo: no exigir responsabilidades a un juez de instrucción por la muerte de un acusado; y hacer que el médico de la prisión intervenga lo menos posible en el cuno de la instrucción. Es probable que se organizaran intercambios de experiencias entre camaradas, para «aprender de los de vanguardia»; y —¿por qué no?— que se anunciara un «incentivo material», un aumento del salario por las horas nocturnas, unas primas por reducir los plazos de la instrucción sumarial; o que advirtieran a los jueces de que, bueno, si no sacaban el trabajo adelante... Y puestas así las cosas, si en algún centro provincial del NKVD pinchaban en hueso, también su jefe estaría limpio ante Stalin: ¡El no había dado órdenes directas de emplear torturas! ¡Pero al mismo tiempo facilitaba que se aplicaran!

Al comprender que sus superiores se cubrían las espaldas, una parte de los jueces de instrucción supeditados a ellos (aunque no los que se embriagaban con la crueldad) también procuraba empezar con métodos más suaves, y si había que pasar a otros más fuertes, evitaba aquellos que dejan huellas demasiado claras: un ojo vaciado, una oreja cortada, una espina dorsal rota, e incluso un moretón que cubría todo el cuerpo.

Por eso no observamos en el año 1937 una unidad total de procedimientos —excepto el del insomnio— en los diferentes centros provinciales ni entre los diferentes jueces de instrucción de un mismo centro. Dice el rumor que se distinguieron por la crueldad de sus torturas Rostov del Don y Krasnodar. En Krasnodar inventaron algo muy original: obligaban a los detenidos a firmar hojas en blanco para luego rellenarlas con mentiras. A fin de cuentas, para qué molestarse con torturas si en 1937 no había desinfección en las prisiones, pero sí tifus, o cadáveres que permanecían hasta cinco días en aquella estrechez humana. A los que se volvían locos los remataban en el pasillo a bastonazos.

Había pese a todo algo en común: que se daba preferencia a los métodos, por así decirlo, suaves(enseguida veremos cómo eran), y éste era un camino infalible. Porque el equilibrio humano se mantiene dentro de unos límites muy estrechos y no se necesitaba en absoluto de un potro ni de un brasero para hacer perder el juicio a un hombre corriente.

Intentaremos enumerar algunos de los métodos más sencillos para quebrar la voluntad y la personalidad del detenido sin dejar huellas en su cuerpo.

Empecemos por los métodos psíquicos.Aplicados a los borregos que nunca se han preparado para sufrir prisión, estos procedimientos tienen una fuerza enorme y hasta destructora, aunque tampoco son cosa fácil para el que tenga firmes convicciones.

1. Empecemos por algo tan simple como la propia noche . ¿Por qué siempre se prefiere la nochepara quebrar las almas? ¿Por qué desde sus primeros tiempos los Órganos escogieron la noche ? Pues porque de noche, arrancado del sueño (aunque no esté sometido a insomnios forzosos), el detenido no puede tener el mismo equilibrio y serenidad que de día, es más maleable.

2. La persuasiónen tono sincero. Es el más simple. ¿Para qué jugar al ratón y al gato? Después de haber estado encerrado algún tiempo con otros acusados, el detenido ya ha podido captar el ambiente general. Y el juez de instrucción le dice con amistosa indolencia: «Ya lo ves, de todos modos te van a condenar. Pero si te resistes, te pudrirásen la cárcel y perderás la salud. En cambio, en el campo penitenciario te dará el aire, verás la luz... Así que mejor firmas ya, sin darle más vueltas». Muy lógico. Lo prudente sería acceder a firmar, siempre que... ¡Siempre que la cosa fuera sólo contigo! Pero raramente es así. Y no hay más remedio que resistirse.

Hay otra variante de la persuasión, para quienes son miembros del partido. «Si en el país hay escasez y hasta hambre, como bolchevique debes tomar una postura firme: ¿Puedes pretender que la culpa sea de todo el partido? ¿Del régimen soviético en pleno?» «¡Por supuesto que no!», se apresura a responder el director de un centro distribuidor de lino. «¡Pues ten el valor de cargar tú con la culpa!» ¡Y dijo que sí!

3. El insultosoez. Es un procedimiento sencillo, pero que puede ser de gran eficacia con personas educadas, delicadas, de natural sensible. Conozco dos casos de sacerdotes que cedieron ante una simple palabrota. La instrucción sumarial de uno de ellos (Butyrki 1944) la llevaba una mujer. Al principio, el sacerdote no se cansaba de alabar entre sus compañeros de celda la amabilidad de aquella mujer. Pero un día volvió apesadumbrado y estuvo dudando un buen rato antes de contar con qué arte había empezado la mujer a soltartacos, con una pierna sobre la otra. (Lástima que no pueda citar aquí alguna de sus frasecitas.)

4. El ataque por contraste psicológico.Los cambios bruscos: todo el interrogatorio, o parte de él, ha sido extremadamente cortés, se ha llamado al detenido por su nombre y patronímico,* se le ha prometido el oro y el moro. Pero, de repente, se levanta en el aire el pisapapeles: «¡Ah, reptil! ¡Te mereces nueve gramos en la nuca!», y con los brazos extendidos, como si quisiera agarrarlo por los pelos, como si las uñas terminaran en agujas, se le echa uno encima (este método resulta espléndido con las mujeres).

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