De este modo, con un par de palabras abarcaron a todos los que constituían la esencia de la aldea, su energía, su ingenio, su laboriosidad, su resistencia y su conciencia. Los quitaron de en medio y emprendieron la colectivización.
Pero también de la aldea colectivizada habían de manar nuevas riadas:
—la riada de los empecedoresde la agricultura. Por todas partes aparecían agrónomos empecedores que, hasta aquel año, toda su vida habían trabajado con honradez pero que ahora contaminaban intencionadamente el campo ruso de malas hierbas (por supuesto, siguiendo las instrucciones del Instituto de Moscú, desenmascarado en ese momento por completo. Se trataba de aquellos mismos doscientos mil miembros no encarcelados del Partido Campesino del Trabajo). Algunos agrónomos no ejecutaban las inspiradísimas directivas de Lysenko (en esa riada, en 1931, Lorj, el «rey» de la patata, fue enviado al Kazajstán). Otros en cambio las ejecutaban con excesiva precisión, y ello ponía de manifiesto que eran un disparate. (En 1934 los agrónomos de Pskov sembraron lino en la nieve, precisamente como había dispuesto Lysenko. Las semillas se hincharon, enmohecieron y se echaron a perder. Enormes extensiones permanecieron baldías durante todo un año. Lysenko no podía decir que la nieve fuera un kulak o él mismo un imbécil. Acusó a los agrónomos de kulaks y de haber tergiversado su tecnología. Y los agrónomos emprendieron el camino a Si-beria.) Además, en casi todos los talleres de máquinas y tractores se descubrieron sabotajes en la reparación de tractores. (¡Así se explicaban los fracasos de los primeros años de existencia de los koljoses!);
—el torrente por «pérdidas en las cosechas» («pérdidas» valoradas a partir de la cifra arbitraria establecida en primavera por la «comisión de tasación de la cosecha»);
—«por no entregar al Estado la cantidad de trigo estipulada» (el Comité de Distrito del partido prometía una cantidad, y si el koljós no la cumplía, ¡a la cárcel!); [39]
—la riada de los esquiladores de espigas.¡La esquila manual de espigas durante la noche era una ocupación completamente nueva en el campo y una nueva forma de recoger la cosecha! Dio origen a una riada nada despreciable, de muchas decenas de miles de campesinos, a menudo ni siquiera hombres y mujeres adultos, sino mozos y muchachas, niños y niñas, a los que los mayores enviaban de noche a esquilar, porque no esperaban cobrar del koljós el trabajo realizado de día. Esta ocupación agotadora y poco rentable (¡ni en la época del régimen de servidumbre* habían llegado los campesinos-siervos a tal grado de penuria!) era castigada en los tribunales con la máxima pena: diez años —como si se tratara del más peligroso hurto de bienes estatales— de acuerdo con la célebre Ley de 7 de agosto de 1932 (conocida en la jerga de los presos como Ley del siete del ocho).
Esta ley «siete del ocho» produjo además una gran riada a partir de las construcciones del primer y segundo plan quinquenal, del transporte, del comercio y de las fabricas. El NKVD fue encargado de perseguir las grandes apropiaciones fraudulentas. En adelante nopodremos perder de vista esta riada, pues fluyó sin cesar y habría de ser especialmente abundante en los años de guerra, durante quince años (hasta 1947, cuando la ley se amplió y se hizo más rigurosa).
¡Pero al fin podemos tomarnos un respiro! ¡Por fin van a cesar todas las riadas gigantescas! El 17 de mayo de 1933 el camarada Molotov anuncia «nuestra misión no son las represiones masivas». Vaya-vaya, ya era hora. ¡Se acabó el terror nocturno! ¿Pero qué son esos ladridos? ¡Sus! ¡Sus!
¡Ah, vaya! Es que ha empezado la riada Kírovde Lenin-grado, donde la tensión se considera tan grave, que se han creado estados mayores del NKVD en los comités ejecutivos de cada distrito de la ciudad y se aplica un procedimiento judicial «acelerado» (aunque antes tampoco destacaba por su lentitud) y sin derecho a apelación (tampoco antes es que se presentaran apelaciones). Se considera que una cuarta parte de la población de Leningrado fue depuradaentre 1934 y 1935. Que refute esta estimación quien conozca la cifra exacta y se atreva a darla. (Por lo demás, esta riada no se cebó únicamente de Leningrado, sino que, de la forma habitual aunque más incoherente, tuvo importantes repercusiones en todo el país: despidieron del aparato del Estado a elementos que se habían enquistado en alguna parte del mismo: hijos de sacerdotes, antiguas damas nobles y personas con parientes en el extranjero.)
A estos tumultuosos torrentes siempre iban a parar, modestos pero constantes, arroyos menores que, sin estrépito, fluían sin cesar:
—los de la Schutzbund,* que derrotados en la lucha de clases en Viena habían buscado la salvación en la patria del proletariado mundial;
—los esperantistas (a esta caterva perniciosa la abrasó Stalin por los mismos años en que lo hizo Hitler);
—los restos no aplastados aún de la Sociedad Libre de Filosofía,* y los círculos filosóficos clandestinos;
—los maestros disconformes con el innovador método de enseñanza a base de brigadas-laboratorio (en 1933 Natalia Ivánovna Bugayenko fue encarcelada por la GPU de Rostov, pero al tercer mes del sumario se supo por un decreto del gobierno que el método presentaba errores. Y la pusieron en libertad);
—los miembros de la Cruz Roja Política, que gracias a los esfuerzos de Ekaterina Péshkova continuaba defendiendo su existencia;
—los montañeses del Cáucaso Norte por su insurrección (1935); las nacionalidades nocesaban de fluir. (En el Canal del Volga salían periódicos en cuatro idiomas: tártaro, turco, uzbeko y kazajo. ¡Había quien podía leerlos!);
—y de nuevo los creyentes, ahora los que se niegan a ir al trabajo los domingos (habían implantado la semana de cinco días y luego volvieron a la de seis días); los koljosianos que saboteaban la jornada laboral cuando coincidía con las fiestas religiosas, como ya hacían en la era del trabajo individual;
—y cómo no, los que se negaban a ser confidentes del NKVD (incluidos los sacerdotes que se negaban a desvelar el secreto de confesión. Los órganos comprendieron enseguida lo útil que podía serles conocer el contenido de las confesiones, lo único para lo que podía aprovecharse la religión);
—y los miembros de las sectas detenidos cada vez en mayor número;
—y el gran Solitario de Naipes de los socialistas, que iba redistribuyendo continuamente las cartas.
Y, finalmente, una riada que aún no hemos mencionado una sola vez pero que fluyó también sin cesar: la riada del Punto Diez,llamada también KRA (Agitación Contrarrevolucionaria) o bien ASA (Agitación Antisoviética). La riada del Punto Diez quizá sea la más constante de todas, jamás se cortó y en las épocas de las grandes riadas —1937, 1945 y 1949— sus aguas tuvieron una crecida espectacular.
Esta incesante riada podía arrastrar a quien fuera, en el mismo instante en que fuera preciso. Pero, en 1930, a veces consideraban más refinado colgar a los intelectuales destacados algún artículo penal denigrante (como la sodomía, o como el caso del doctor Pletniov, al que acusaron de haber mordido el pecho de una paciente al quedarse a solas con ella. Lo publicó un periódico de difusión nacional, ¡quién iba a poder refutarlo!).