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En febrero de 1936 aún pudo verse en Nizhni-Nóvgorod a una columna de ancianos venidos del este del Volga que eran conducidos a pie. Sus luengas barbas, sus vestidos de estameña tejidos a mano, albarcas de corteza de abedul y peales recordaban «la Rusia que se va...». [299]Y de pronto cruzaron tres automóviles, en uno de los cuales iba Kalinin, el presidente del VTsIK. Detuvieron la columna. Kalinin pasó ante ella sin mostrar ningún interés•

Cierra los ojos, amigo lector. ¿No oyes un retumbar de ruedas? Son los vagones-zak que pasan. Son también unos vagones rojos. Cada minuto del día. Cada día del año. Y ahora, ¿oyes el chapoteo? Son las gabarras de presos. Y ahora, ¿no oyes cómo ruge el motor de los cuervos? Continuamente encerrando, embutiendo, trasladando. ¿Y ese rumor? Son las celdas atiborradas de las prisiones de tránsito. ¿Y aquel aullido? Es el llanto de los que han sido expoliados, violados, apaleados.

Hemos pasado revista a todos los procedimientos de transporte y cada vez que hemos hablado de uno hemos concluido que era el peor. Hemos echado un vistazo a las prisiones de tránsito y no hemos encontrado ni una sola que fuera buena. Y hasta la última esperanza humana de que por delante algo mejor nos espera, de que todo será mejor en el campo, es una esperanza vana.

En el campo aún será peor.

4. De isla en isla

En el Archipiélago también se transporta a los zeks de isla en isla por medio de canoas individuales. Se conocen como escoltas especiales.Son la forma de traslado menos opresiva y casi no se diferencian de un viaje en libertad. Pocos son a quienes cae en suerte trasladarse de esta manera. Sin embargo, en toda mi vida de presidiario me tocó en tres ocasiones.

La escolta especial se organiza cuando así lo dispone un alto personaje. No hay que confundirla con el destino especial,aunque también provenga de las altas esferas del Gulag. Al preso con destino especial se le suele incluir en convoyes ordinarios, pero a lo largo de su trayecto tiene ocasión de vivir algunos tramos fuera de lo común (y por tanto impactantes). Por ejemplo, el letón Ans Bernstein viaja con destino especial desde el norte hasta el curso bajo del Volga; le han destinado a algún trabajo relacionado con la agricultura. Lo transportan con todas las humillaciones y apreturas que ya hemos descrito, le ladran los perros, lo rodean de bayonetas, le gritan aquello de «un paso a la derecha, un paso a la izquierda...», pero de pronto le hacen apearse en la pequeña estación de Zanzevatka y sale a recibirle un solo celador, muy apacible y sin ninguna clase de armas. Y le dice bostezando: «Venga, pasarás la noche en mi casa y mañana te llevaré al campo. De momento, puedes pasearte hasta mañana». ¡Y Ans se va a pasear! ¿Comprendéis lo que significa pasearpara un hombre condenado a diez años, un hombre que ya ha dicho adiós a la vida varias veces, que esta mañana aún estaba en un vagón-zak y que al día siguiente ingresará en un campo penitenciario? Y ahora se pasea, contempla cómo escarban las gallinas en el huerto de la estación, cómo se disponen a marcharse las campesinas, que no han logrado vender la mantequilla y los melones a los del tren. Ans da tres, cuatro, cinco pasos de costado y nadie le grita «¡alto!». Acaricia con dedos incrédulos las hojitas de las acacias y está al borde del llanto.

La escolta especial es una maravilla del principio al fin. No conocerás traslados comunes, no tendrás que andar con las manos a la espalda, no te dejarán en cueros, no te harán sentar con el trasero en el suelo y ni siquiera habrá ninguna clase de cacheo. La escolta será amable contigo y hasta te tratará de «usted». Pero que quede claro —te advertirá el soldado— que ante cualquier intento de fuga dispararé, como de costumbre. Llevamos las pistolas cargadas, las tenemos en el bolsillo. Aparte de eso, iremos con normalidad,compórtese con naturalidad y no dé a entender que es un preso. (Ruego encarecidamente al lector que observe cómo también en este caso los intereses del Estado, como siempre, coinciden plenamente con los del individuo.)

Mi vida en el campo penitenciario sufrió un vuelco un día que me dirigía cabizbajo al trabajo con los dedos agarrotados (de tanto asir la herramienta, ya no podía enderezarlos). El capataz me separó del resto de la cuadrilla de carpintería y me dijo con súbito respeto: «¿Sabes qué? El ministro del Interior ha dispuesto...».

Me quedé de una pieza. Se alejó la columna y quedé en la zona, rodeado por los enchufados. Unos decían: «Eso es que te endiñan una nueva condena»; otros aseguraban: «Ya verás cómo de ésta te sueltan». Pero en lo que todos estaban de acuerdo era en que no podría librarme de lo que dispusiera el ministro Kruglov. Mi pensamiento también oscilaba entre una nueva condena y la puesta en libertad. Había olvidado por completo que medio año antes había venido a nuestro campo un tipo que nos hizo rellenar ciertos impresos censales del Gulag (después de la guerra habían empezado este trabajo en los campos más cercanos, pero era poco probable que llegaran a terminarlo). La casilla más importante de aquel cuestionario era una titulada «especialidad». Los zeks, deseosos de realzar su valía, se atribuían las profesiones más cotizadas en un campo: «barbero», «sastre», «almacenero», «panadero». Sin embargo, yo escribí frunciendo el entrecejo: «físico nuclear». Nunca en la vida había trabajado como físico nuclear, pero antes de la guerra había seguido algún curso en la universidad, conocía los nombres de las partículas atómicas y sus parámetros, y me decidí por esta respuesta. Era el año 1946, cuando nos hacía falta una bomba atómica a toda costa. Pero yo no le di la menor importancia a aquella ficha y me olvidé de ella.

Existe una leyenda vaga, en absoluto verosímil ni confirmada por nadie, que puede oírse una y otra vez en los campos: en algún lugar del Archipiélago existen diminutas islas paradisiacas. Nadie las ha visto, nadie ha estado en ellas, y si alguien las ha visto guarda silencio, no habla de ellas. Dicen que en aquellas islas fluyen ríos de leche entre orillas de jalea, que en ellas los zeks se alimentan como mínimo con crema de leche y huevos; dicen que allí reina la limpieza, que siempre se está caliente, que el trabajo es de tipo intelectual y super-secreto.

Y a una de esas islas paradisiacas (denominadas sharashkmen el argot de los presos) fui a parar en mitad de mi condena. A ellas debo el haber salido con vida, pues en el campo no habría sobrevivido el plazo que me restaba. A ellas debo el poder escribir este ensayo de investigación literaria, aunque no tengo previsto en él un espacio para ellas (ya escribí una novela sobre este tema). Fue yendo de isla en isla, de la segunda a la tercera y luego a la cuarta, cuando tuve ocasión de ser trasladado con escolta especial: éramos dos guardias y yo.

Si es cierto que a veces las almas de los muertos flotan entre nosotros, que nos ven y pueden leer sin dificultad nuestros insignificantes anhelos, mientras nosotros no podemos verlas ni sospechamos su presencia incorpórea, lo mismo ocurre con los transportes bajo escolta especial.

Te sumerges en el mundo de los libresen lo más profundo, te codeas con la gente en el vestíbulo de la estación. Examinas con mirada ausente los anuncios, completamente seguro de que ya no te atañen. Te sientas en un banco de estación de los de antes y escuchas conversaciones extrañas e intrascendentes: que cierto marido le pega a su mujer, o que la ha abandonado; que, no se sabe por qué, la suegra no se aviene con la nuera; que los vecinos del apartamento comunal dejan encendida la luz del pasillo y no se restriegan los zapatos en el felpudo; que alguien le está haciendo la vida imposible a otro de su trabajo; que a uno le ofrecen un buen puesto en otra ciudad pero no acaba de decidirse: ¡como si fuera tan fácil mudarse! Y mientras escuchas todo esto, unos escalofríos de rechazo te recorren la espalda y la cabeza: ¡Hasta tal punto percibes ya con toda claridad la auténtica medida de las cosas en el Universo, la medida de todas las debilidades y de todas las pasiones! Y a esos pecadores les está vedada esta percepción. Sólo tú, incorpóreo, estás auténticamente vivo, estás verdaderamente vivo, y esos otros creen estar vivos, pero se equivocan.

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