Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Hay también otra orden, parodia esta vez de los gansos: «¡Cogidos de los talones!». Significa que quien tenga las manos libres debe agarrarse las piernas a la altura de los tobillos. Y ahora: «¡En marcha, ar!». (A ver, querido lector, deja un momento este libro y paséate así por la habitación. ¿Qué tal? ¿A que vas rápido? Has podido ver mucho a tu alrededor, ¿verdad? ¿Qué me dices de una fuga?) ¿Quién es capaz de imaginarse dos o tres docenas de gansos de éstos? (Kiev, en 1940.)

Pero no siempre es agosto, podía ser diciembre (de 1946) y que os lleven sin furgón, a cuarenta grados bajo cero, hasta la prisión de tránsito de Petropávlovsk. Como es fácil imaginar, la escolta del vagón-zak, para no ensuciarse, no se habrá tomado la molestia de llevaros al retrete en las últimas horas, antes de llegar a la ciudad. Debilitados por la instrucción sumarial, atenazados por la helada, apenas podéis conteneros ya, especialmente las mujeres. Bueno, ¿y qué? Eso de detenerse y separar los remos es para los caballos, y cosa de perros hacerse a un lado y levantar la pata contra una cerca. Vosotros que sois personas, os lo podéis hacer encima mientras camináis, ¿qué vergüenza ha de daros si estáis en vuestra patria? Ya se secará todo en la prisión de tránsito... Vera Kornéyeva se agachó para ajustarse el zapato y quedó un paso rezagada; un soldado le lanzó su perro pastor. Desgarrando su gruesa ropa de abrigo el perro le alcanzó la nalga. ¡Nada de quedarse atrás! A un uzbeko que cayó al suelo le pegaron con las culatas y las botas.

No es ninguna tragedia, ¡ni que hubieran sacado una fotografía para el Daily Express!Y el jefe de escolta alcanzará la edad provecta sin que nadie jamás haya intentado llevarlo ante un tribunal.

* * *

Los cuervos son también un legado histórico. ¿O no es cuervo la carreta penitenciaria descrita por Balzac? [270]La única diferencia es que al ser de tiro iba más lenta, y que no la atiborraban tanto de presos.

Cierto que en los años veinte todavía conducían a los presos a pie, en columnas que cruzaban las ciudades, incluso Leningrado, y que al llegar a un cruce interrumpían el tránsito («¡Así aprenderéis, ladrones!», les imprecaban desde las aceras. Nadie había pensado aún en esa gran invención que fue alcantarillado...)

Pero, siempre alerta a las nuevas corrientes de la técnica, el Archipiélago no tardó en adoptar el cuervo negroo, más afectuosamente, el «cuervo». Hicieron su aparición en nuestras calles aún adoquinadas al tiempo que los primeros camiones Llevaban pésimas ballestas, por lo que daban fuertes sacudidas, pero a fin de cuentas, los presos no eran de cristal. En cambio, el embalaje sí que era sólido: ya entonces, en 1927, no había una sola rendija, ni una bombilla eléctrica en el interior, no era posible ver, ni tampoco respirar aire fresco. Ya entonces abarrotaban de presos la caja del furgón a más no poder. Y no es que obraran así con premeditación, era simplemente que había escasez... de ruedas.

Durante muchos años los cuervos fueron grises, acerados, declaradamente penitenciarios. Pero acabada la guerra, en las capitales se les ocurrió pintarlos de vistosos colores y añadirles rótulos como PAN (el preso era, en efecto, el pan de la reconstrucción), carne (mejor le hubieran puesto «Huesos») y a veces hasta: ¡brindad con champán soviético!

Por dentro, el cuervo puede ser simplemente una caja blindada, un espacio vacío. Pero también es posible que haya bancos alrededor de las paredes, lo que no está previsto como una comodidad, ¡qué va! Al contrario, que haya bancos es mucho peor, porque en ese caso introducen a tantos hombres como quepan de pie, pero entonces irán unos sobre otros, como equipajes, como fardos sobre fardos. Los cuervos pueden llevar también un box en su parte trasera: un angosto armario de acero para una sola persona. También pueden estar divididos completamente en boxes, que entonces son unos ar-maritos individuales a derecha e izquierda, cerrados con llave como las celdas, con un pasillo central para el vertujái.

Difícilmente puede alguien siquiera imaginarse esa estructura, compleja como una colmena, cuando ve desde fuera a la risueña moza alzando una copa: ¡BEBA CHAMPÁN soviético!

A uno siempre lo meten en el cuervo gritándole por todos lados: «¡Venga! ¡Venga! ¡Aprisa!». Para evitar que puedas mirar alrededor y urdir una fuga se prodigan en golpes y empellones, que también sirven para que te atasques con el saco en la estrecha portezuela y te golpees la cabeza contra el tejadillo. Con gran esfuerzo empujan la puerta de acero hasta que cierre y ¡en marcha!

Naturalmente, el transporte en cuervo pocas veces dura horas, todo lo más veinte o treinta minutos. Pero qué zarandeo, qué molienda de huesos, qué dolor en los costados en esa media hora, y si eres alto, encima con la cabeza agachada. Quizás hasta eches de menos el confortable vagón-zak.

Además, en el cuervo los presos se barajan de nuevo, se producen nuevos encuentros, de los cuales los que dejan una impresión más viva son, naturalmente, aquellos con cofrades. Es posible que no hayas tenido ocasión de ocupar con ellos un mismo compartimiento, es posible que tampoco en la prisión de tránsito os hayan puesto en la misma celda, pero en el cuervo te encuentras indefectiblemente en sus manos.

A veces hay tanta estrechura que ni siquiera los del gremioson capaces de apandar.Tus piernas y tus brazos están aprisionados entre los cuerpos y los sacos como en un cepo. Sólo puedes cambiar su posición cuando llega un bache y todo se sacude, incluidas tus tripas.

Otras veces hay más espacio y los del gremio aprovechan esa media hora para examinar el contenido de todos los sacos y quedarse con los bacilos*y los mejores cachivaches.*Lo más probable es que no les plantes cara, porque aún te riges por ideas pusilánimes y sensatas (poco a poco, grano a grano, irás perdiendo tu alma inmortal, pues crees siempre que los combates y enemigos decisivos están aún por venir y que conviene por tanto reservarse para poder hacerles frente). Pero puede ser también que uno alce la mano a la primera de cambio y le metan un cuchillo entre las costillas. (No habrá investigación alguna, y si la hubiera no sería ninguna amenaza para los cofrades: sólo quedarían retenidos en la prisión de tránsito en vez de seguir viaje hasta un campo lejano. Convendrán ustedes conmigo en que si un elemento socialmente afín y otro socialmente ajeno se hallan enfrentados, el Estado no puede tomar partido por éste último.)

En 1946, en una celda de Butyrki, el coronel retirado Lunin, que ocupaba un cargo importante en la Osoaviajim,* relataba lo siguiente: el 8 de marzo, [271]durante el traslado desde la Audiencia municipal a la prisión de Taganka, presenció en el cuervo cómo unos cofrades violaban por turno a una muchacha casadera (ante la pasividad silenciosa de los demás ocupantes). Aquella misma mañana la muchacha había comparecido ante el tribunal con sus mejores galas, aún como mujer libre (la juzgaban por abandono del puesto de trabajo sin autorización, pero estos cargos eran una repulsiva maquinación de su jefe, sediento de venganza porque ella se había negado a vivir con él bajo un mismo techo). Media hora antes de que la subieran al cuervo la habían condenado a cinco años, a tenor de vete a saber qué decreto, y la habían embutido en aquel vehículo. Y ahora, en pleno día, en las calles de Moscú («¡Brindad con champán soviético!») la habían convertido en una prostituta de campo. ¿Cómo podríamos decir que el mal se lo causaron los cofrades? ¿Y qué hay de los carceleros o del jefe de la muchacha?

161
{"b":"143057","o":1}