Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Y usted, que se apresura por el andén con los niños, asiendo maletas y bolsas de malla, no está como para fijarse: ¿por qué habrán enganchado al tren un segundo furgón de equipajes? No lleva rótulo alguno y se parece mucho a cualquier otro coche de equipajes, con esa misma reja de varillas] oblicuas tras las que sólo se ve oscuridad. ¿Pero por qué van montados en él unos soldados, los defensores de nuestra Patria? ¿Por qué en cada parada, dos de ellos se pasean silbando a ambos lados, mirando bajo el vagón con el rabillo del ojo?

El tren se pone en marcha y cientos de destinos cautivos y apretujados, cientos de corazones mortificados, empiezan a discurrir por los mismos serpenteantes raíles que usted, siguiendo el mismo penacho de humo, pasando ante los mismos campos, postes y almiares, incluso algunos segundos por delante de usted. Pero el pasajero no puede ver nada de eso: el sufrimiento pasa veloz ante la ventanilla y de él queda en] el aire menos rastro que de unos dedos hundidos en el agua. Y en la consabida rutina del tren —el paquete de sábanas para la litera, el té servido en vasos con asa metálica— ¿cómo imaginar que tres segundos antes haya pasado por ese mismo punto de espacio euclidiano que ahora usted atraviesa semejante horror, sombrío y opresivo? Usted, que se queja de las estrecheces en el compartimiento porque las cuatro plazas van ocupadas, ¿cómo podría creer —o es que acaso creerá cuando" lea esta línea— que en cabeza de tren, en un compartimiento como el suyo, van catorce personas? ¿Y si le digo que veinticinco? ¿O treinta?

«Vagón-zak», ¡qué horrible abreviatura! Como todas las que inventan los verdugos. Con ella quieren decir que se trata de un vagón de presos, de zakliuchónie.Pero el vocablo no ha cuajado en ninguna parte, como no sea en la documentación penitenciaria. Para referirse a este vagón los presos han hecho suyo el nombre de «vagón Stolypin» o simplemente «stolypin».

A medida que el transporte ferroviario fue implantándose en nuestro país, el traslado de presos adquirió nuevas formas. En el siglo pasado, hasta la década de los noventa los presos todavía eran trasladados a Siberia a pie o en coche de caballos. Pero en 1896 Lenin ya iba al destierro siberiano en un vagón ordinario de tercera clase (entre simples pasajeros) aunque, eso sí, se quejaba a gritos al revisor de que se estaba estrecho, de que aquello era insoportable. El cuadro de Yaroshenko Vida por doquier,conocido por todos, nos muestra un coche de cuarta clase transformado en vagón de prisioneros cuyo acondicionamiento hoy nos parece de una ingenuidad infantil: todo se había dejado como estaba y los presos viajaban como cualquier pasajero; la única diferencia era que el vagón llevaba rejas a ambos lados. Estos coches circularon durante mucho tiempo por los tendidos rusos y algunos aún recuerdan haber sido trasladados en ellos en 1927, los hombres separados de las mujeres. Por otra parte, el socialista revolucionario Trushin asegura que en tiempos del zar él ya había sido trasladado en un «stolypin», sólo que —de nuevo con la inocencia propia de aquellos años dignos de un Krylov— a la sazón sólo metían a seis por compartimiento.

La historia del vagón es la siguiente: fue puesto en servicio durante el mandato de Stolypin, efectivamente, pero es que había sido construido en 1908 para los colonos que iban a poblar las regiones orientales del país, en un momento en que estaba desarrollándose un fuerte movimiento migratorio y escaseaba el material rodante. Este tipo de vagones era más bajo que un coche de pasajeros convencional, pero mucho más alto que uno de mercancías y disponía además de compartimientos auxiliares para guardar aves o enseres (los «semi-compartimientos» actuales, que sirven de calabozo), pero, como es natural, no tenía rejas ni en el interior ni en las ventanillas. Las rejas seguramente se deban a alguna mente inventiva que me inclino a creer sería bolchevique. Y a este vagón le pusieron «stolypin», como el ministro que retara en duelo a un diputado por haber dicho aquello de «la corbata de Stolypin».* Sin embargo, como quiera que ya había muerto, esta vez no pudo detener esa calumnia.

Realmente, no se puede acusar a las autoridades del Gulag de emplear el término «stolypin», porque ellos siempre han dicho «vagón-zak». Fuimos los zekslos que, por instinto de contradicción, rechazamos el nombre oficial, y por querer llamarlo a nuestra manera, de la forma más grosera posible, nos dejamos atraer de forma equivocada por el mote que habían acuñado los presos de las generaciones anteriores, los de los años veinte, como es fácil de calcular. ¿Quiénes pudieron haberse inventado el mote? No serían los «contras», desde luego, pues nunca se les habría ocurrido asociar al primer ministro del zar con los chekistas. Desde luego, sólo pudieron ser los «revolucionarios», que se vieron inesperadamente atrapados en el matadero chekista: o los socialistas revolucionarios, o los anarquistas (siempre que el apodo surgiera a principios de los años veinte), o bien los trotskistas (si es que fue a finales de la década). Después de haber asesinado al gran hombre de Estado, esas víboras ultrajaron su memoria con una infame mordedura postuma.

Pero dado que este vagón no se convirtió en el medio preferido de transporte hasta los años veinte y que se le dio una aplicación exclusiva y generalizada a principios de los treinta, cuando toda nuestra existencia se vio invadida por la uniformidad (tanto más que probablemente por entonces se construyeron muchos otros vagones como ésos), sería más justo llamarlos «stalin» y no «stolypin».

El vagón-zak es un coche ordinario dividido en nueve compartimientos, de los cuales cinco están destinados a los presos (aquí, como ocurre en todos los rincones del Archipiélago, la mitad siempre corresponde al personal auxiliar). Los compartimientos no están separados del pasillo por un tabique macizo, sino por una reja que permite la vigilancia. Dicha reja está formada por barras oblicuas en aspa, como las de las verjas que delimitan el pequeño huerto que hay en las estaciones, y llega hasta el techo, razón por la cual no encontramos la acostumbrada repisa para el equipaje que sale del compartimiento hacia la parte superior del corredor. Las ventanillas del pasillo son las habituales, pero con esas mismas rejas oblicuas por la parte de fuera. En los compartimientos de los presos no hay ventanas, sólo una pequeña mirilla, también enrejada, a la altura de la segunda litera (no hay ventanillas exteriores, por eso en las estaciones confunde usted el stolypin con un cocherón de equipajes). Cada compartimiento tiene una puerta corredera, que no es sino un marco de hierro también enrejado.

Visto desde el lado del pasillo, todo este conjunto recuerda vivamente un jardín de fieras: rodeadas de rejas, unas desgraciadas criaturas de apariencia humana se retuercen por el suelo y las literas, y nos miran con lástima pidiendo de comer y de beber. Sin embargo, en un jardín de fieras nunca se hacina a los animales hasta tal punto.

Según calculan los ingenieros, que viven en libertad, en el compartimiento de un stalin caben seis hombres sentados abajo, tres tendidos en las literas centrales (que se han unido en un solo catre, con una escotadura junto a la puerta para subir y bajar) y dos arriba del todo, en los estantes para equipajes. Si además de estos once hombres embutimos en el compartimiento otros once (a los últimos los guardianes tienen que meterlos a patadas, si no sería imposible cerrar la puerta) se alcanza un aforo completamente normal para el compartimiento de un stalin. Dos hombres arqueados —apenas podría decirse que sentados— en cada uno de los dos estantes superiores de equipajes, cinco tendidos en la plataforma del medio (son los más afortunados; estos sitios se ganan a brazo partido, y si en el compartimiento hay cofrades*éstos serán siempre quienes los ocupen), y abajo quedan trece personas: diez sentadas en las literas, a razón de cinco en cada una, y tres en el pasillo que dejan sus piernas. En alguna parte, mezclados con los presos, encima de ellos y también debajo, van sus bártulos. Así, con las piernas encogidas al máximo, los presos permanecen sentados varios días seguidos.

150
{"b":"143057","o":1}