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3. Se destruye la solidaridad entre los ingenieros, la intelectualidad queda atemorizada y dividida.

Y para que no quede la menor duda sobre este tercer objetivo del proceso, Ramzin proclama una vez más, con gran precisión:

«Quisiera que, como resultado de este proceso contra el Partido Industrial, se pudiera poner punto final de una vez por todas... al oscuro e infame pasado de toda la intelectualidad»(pág. 49).

Lo mismo dice también Lárichev: «Esta casta debe ser destruida...¡No hay ni puede haber lealtad entre los ingenieros!» (pág. 508). Y Ochkin: la intelectualidad «es algo viscoso y, como dijo el acusador del Estado, carece de espina dorsal, la intelectualidad está indiscutiblemente invertebrada... ¡Cuánto mayor no es el olfato del proletariado!» (pág. 509). (No sé por qué, lo más importante del proletariado es siempre el olfato... Como si fuera una cuestión de narices.)

¿Cómo iban a fusilar a quienes tanto habían puesto de su parte? Primero se dictó sentencia contra el principal de ellos: pena de muerte, conmutada acto seguido por diez años de cárcel. (Y a Ramzin lo mandaron a organizar una «sharashka»* de ingenieros termodinámicos.)

Así se escribió durante décadas la historia de nuestra intelectualidad, desde el anatema de los años veinte (recuerde el lector: «no son el cerebro de la nación sino la mierda», «aliada de los generales negros», «agente a sueldo del imperialismo») hasta el anatema de los años treinta.

¿Cabe asombrarse de que la palabra «intelectualidad» se haya consolidado en nuestro país como un insulto?

¡He aquí cómo se fabricaban los procesos judiciales públceos! La inquieta mente de Stalin había alcanzado por fin su ideal. (Ya les hubiera gustado algo así a esos envidiosos de Hi tler y Goebbels, pero los muy chapuceros se cubrieron de ridículo con su incendio del Reichstag...)*

Se había conseguido un patrón, un espectáculo que podía mantenerse en cartel muchos años y repetirse incluso cada temporada, según indicara el Gran Director. Y en esto que tuvo a bien ordenar que la próxima función fuera dentro de tre meses. Queda poco tiempo para ensayar, los plazos son precipitados, pero no importa. ¡Pasen y vean! ¡Sólo en este teatro Todo un estreno.

Proceso contra el Buró Central de los mencheviques

(1-9 de marzo de 1931). Sesión extraordinaria del Tribunal Supremo. Presidente, por la razón que sea, Shvernik. Los demás, todos en sus puestos habituales: Antónov-Saratovski, Krylenko, y su asistente Roguinski. Los directores de escena, mucho más seguros de sí mismos (ya que en esta ocasión no se trata de un asunto técnico, sino de partidos políticos, algo que tienen más por la mano), sacan esta vez a escena a catorce acusados.

Y todo se desarrolló como la seda, hasta tal punto, que era como para quedarse con la boca abierta.

Tenía yo entonces doce años y hacía tres que leía con atención todo lo que tuviera que ver con la política en las enormes páginas de Izvéstia.También me había leído, renglón a renglón, las actas taquigráficas de ambos procesos. En el proceso contra el «Partido Industrial», mi corazón infantil percibía ya claramente el exceso, la mentira y la manipulación, pero por lo menos allí había unos decorados impresionantes: ¡Varios países tramando una intervención! ¡Paralización de toda la industria! ¡Reparto de carteras ministeriales! En cambio, en el proceso de los mencheviques, los decorados lucían menos, por más que fueran exactamente los mismos, y los actores articulaban las palabras sin entusiasmo. El espectáculo era tan aburrido que entraban ganas de bostezar, era una reposición insípida y sin talento. (¿Podía sentirlo hasta Stalin a pesar de su piel de rinoceronte? ¿Cómo explicar, si no, que no siguiera adelante con el proceso contra el Partido Obrero y Campesino y que durante unos cuantos años no hubiera juicio alguno?)

Sería aburrido ponernos de nuevo a interpretar los hechos por medio de las notas taquigráficas. En este caso disponemos de un testimonio, más fresco, de uno de los principales inculpados en este proceso: Mijaíl Petróvich Yakubóvich. La instancia que presentó para conseguir la rehabilitación, en la que se exponen los amaños habidos, se ha filtrado al Samizdat, nuestro salvador, y la gente ya puede leer qué sucedió en rea-lidad. [218] 20

La rehabilitación le fue denegada: el proceso ya había sido cincelado en las tablas de oro de nuestra historia, y ya se sabe, no se puede tocar ni una sola piedra, ¡no sea que se venga todo abajo! M.P. Yakubóvich sigue, pues, teniendo antecedentes penales, pero a guisa de consolación ¡se le ha otorgado una pensión honoríficapor sus actividades revolucionarias! La de monstruosidades que se han hecho en nuestro país.

Su relato explica documentalmente toda la cadena de procesos que se celebraron en Moscú en los años treinta.

¿Cómo se organizó el inexistente «Buró Central»? A la GPU se le había encomendado una tarea que respondía a un plan: demostrar que los mencheviques se hallaban hábilmente infiltrados, con fines contrarrevolucionarios, en importantes puestos del Estado. No obstante, la verdadera situación no se correspondía con este esquema, porque los mencheviques de verdad no ocupaban puesto alguno. Pero no fueron los auténticos los que tuvieron que vérselas con el tribunal. (V.K. Ikov, según dicen, sí había formado parte de un buró menchevique en Moscú, una organización ilegal, de plácida e inactiva existencia, pero en el proceso ni siquiera esto se supo. En el juicio, Ikov no pasó de un segundo plano y fue condenado a ocho años.)La GPU había ingeniado la trama siguiente: debía haber dos miembros procedentes del VSNJ, dos del Comisariado de Comercio, dos del Banco Estatal, uno de La Unión Central de Cooperativas de Consumo, uno del Gosplán. (¡Qué poca imaginación!) Y por esto, los elegíansegún el cargo que ocuparan. Y en cuanto a si eran o no mencheviques en realidad, se procedió de oídas. Otros fueron detenidos sin ser en absoluto mencheviques, pero se les ordenó comportarse como tales. A la GPU no le interesaban en absoluto las verdaderas convicciones políticas de los acusados. Ni siquiera se conocían todos entre sí. Arrambaron también, como testigos, con los mencheviques que encontraron. (Y todos los testigos salieron del proceso con una condena.)

Uno de ellos fue Kuzmá Antónovich Gvózdev, hombre de aciago destino. Aquel mismo Gvózdev, presidente del grupo obrero del Comité de la Industria de Guerra, que fue liberado de la prisión de las Cruces* por la Revolución de Febrero y fue convertido en ministro de Trabajo. Gvózdev devino uno de los mártires de larga permanenciaen el Gulag. Los chekistas lo cogieron por primera vez en 1919, pero él se las ingenió para escabullirse (tuvieron largo tiempo sitiada a la familia, como si estuviera bajo arresto, y no dejaban que los niños fueran a la escuela). Luego levantaron la orden de arresto, pero en 1928 lo prendieron definitivamente, y desde entonces estuvo encerrado sin interrupción hasta 1957, año en que volvió a casa, enfermo de gravedad, tras lo cual no tardó en morir.

Ramzin volvió a actuar de testigo, con tanto servilismo como locuacidad. Pero las esperanzas de la GPU estaban depositadas en el principal acusado, Vladímir Gustávovich Grohman (miembro tristemente famoso de la Duma Estatal) y en el agente provocador Petunin.

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