Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Y llegó el año 1927. ¿Qué había quedado de la sensatez de la NEP? Quedó bien patente que toda la NEP había sido un cínico engaño. Se empezaron a proponer proyectos delirantes e irreales para alcanzar de un salto la superindustriali-zación, se dieron a conocer planes y objetivos imposibles. En tales condiciones, ¿qué debía hacer la sensatez colectiva de los ingenieros, la cúpula de ingenieros del Gosplán y del Consejo Supremo de Economía Nacional?* ¿Someterse a la locura? ¿Hacerse a un lado? A ellos poco les importa: sobre un papel puede escribirse cualquier cifra, pero «a nuestros camaradas, que trabajan en el terreno de lo concreto, jamás les será posible realizar lo que se les exige». Por lo tanto, había que intentar moderar dichos planes, someterlos al control de la razón y suprimir por completo los proyectos más descabellados. Los ingenieros tenían que contar, por así decirlo, con un Gosplán propio que paliara la estupidez de los dirigentes en propiointerés de la clase en el poder (esto es lo más gracioso) y también de toda la industria y el pueblo, pues ello permitiría obstaculizar toda decisión ruinosa y recuperar los millones tirados por la ventana. Tenían que defender la calidad, que es «el alma de la técnica», en medio del clamor general que no hacía sino hablar de la cantidad, del plan y el superplán. Y educar a los estudiantes en este espíritu.

Éste era el sutil y delicado lienzo de la verdad.

¿Pero cómo expresar esto en voz alta en 1930? ¡Si ello conducía al paredón!

¡Y al mismo tiempo, era demasiado poco, demasiado imperceptible para provocar la ira de las masas!

Por eso era necesario repintar este consenso de los ingenieros —tan tácito como redentor para toda la nación— con óleos mas burdos de conjura empecedora e intervención extranjera.

Así pues, con este cuadro falsificado se nos brindó una imagen de la verdad descarnada, ¡y falta de propósito! Toda la labor del director de escena se viene abajo: a Fedótov se le escapa algo acerca de noches de insomnio (¡!) durante los ocho meses que ha pasado en prisión; y también acerca de cierto alto funcionario de la GPU que le ha estrechado la mano(¿?) hace poco (así pues, ¿habían llegado a un pacto: haced bien vuestro papel, que la GPU mantendrá su palabra?). Y los testigos, aunque su papel es muchísimo menos importante, empiezan a mostrarse confusos.

KRYLENKO: ¿Formaba usted parte de ese grupo?

El testigo KIRPOTENKO: Asistí a las reuniones dos o tres veces, cuando se trató sobre la intervención extranjera.

¡Esto es justo los que necesitamos!

KRYLENKO: (animándole):¡Continúe!

KIRPOTENKO (tras una pausa):Aparte de esto, no sé nada más.

Krylenko le apremia, intenta hacerle recordar.

KiRPOTENKO (cortante):Aparte de la intervención extranjera no sé nada más (pág. 354).

Y luego, durante un careo con Kupriánov, los hechos ni siquiera concuerdan. Krylenko se enfurece y grita a los ineptos acusados: «¡Pues entonces, hagan porque sus respuestas coincidan!»(pág. 358).

Pero en el entreacto, entre bastidores, todo vuelve a la normalidad. De nuevo cada acusado pende de su respectivo hilo y queda a la espera de que tiren de él. Y Krylenko tira de los ocho a la vez: los industriales emigrados han publicado

un artículo según el cual no sostuvieron negociaciones de ninguna clase con Ramzin ni con Lárichev, que no saben nada de ningún «Partido Industrial», y que lo más probable es que las declaraciones de los acusados hayan sido arrancadas mediante tortura. Bueno, y vosotros ¿qué tenéis que decir a esto?

¡Dios mío! ¡Cómo se indignan los acusados! ¡Sin respetar los turnos de palabra, piden todos que se les deje hablar cuanto antes! ¿Qué ha sido de aquella atormentada resignación con la que durante día a día han estado humillándose a sí mismos ya sus colegas? ¡Su indignación contra los emigrados se desborda! ¡Arden en deseos de hacer una declaración por escrito dirigida a los periódicos! ¡Una declaración colectiva en defensa de los métodos de la GPU!(¿Qué? ¿No me dirán que no queda bonito? ¿Que no es una verdadera perla?)

ramzin: ¡Nuestra sola presencia en esta sala demuestra que no hemos sido sometidos a torturas ni suplicios!

¿De qué serviría torturar si después la víctima no estuviera en condiciones de comparecer ante el tribunal?

fedótov: Mi estancia en prisión me ha resultado provechosa,y no sólo a mí... Hasta me siento mejor en prisión que en libertad.

ÓCHKIN: ¡Y yo! ¡Yo también me siento mejor!

Fue necesaria toda la nobleza de Krylenko y Vyshinski para renunciar a esa carta colectiva. ¡Porque la habrían escrito! ¡La habrían firmado!

Y por si aún hay alguien que albergue alguna duda, Krylenko nos brinda una muestra de su brillante lógica: «Supongamos, aunque sólo sea por un segundo, que estas personas estén mintiendo, pero entonces ¿por qué las han arrestado precisamente a ellas?y ¿por qué de pronto todos ellos se han decidido a hablar?»(pág. 452).

¡Oh, la fuerza del intelecto! Ni en mil años se les había ocurrido a los acusadores: ¡El hecho mismo de la detención ya es prueba de culpabilidad! Si los acusados fueran inocentes, ¿por qué los habrían detenido? ¡Y si los han detenido, señal de que son culpables!

Y realmente: ¿por qué se han decidido a hablar?

«¡Dejemos al margen la cuestión de la tortura! Planteemos mejor la cuestión psicológicamente: ¿Por qué confiesan? A lo que yo contesto: ¿y qué otra cosa les queda?»(pág. 454).

¡Qué cierto es! ¡Qué psicológico! Quienes hayan estado encerrados en este establecimiento, hagan memoria: ¿y qué otra cosa quedaba?

(Ivanov-Razúmnik relata [216] 18que en 1938, cuando compartió celda con Krylenko, en Butyrki, el lugar de Krylenko estaba bajo los catres. Puedo imaginármelo muy vivamente [yo mismo me vi obligado a meterme allí debajo]. Los catres son tan bajos que sólo sobre la barriga puede uno arrastrarse por el sucio piso asfaltado, pero al principio, el novato no da con la postura adecuada e intenta meterse a gatas. Puedes llegar a meter la cabeza, desde luego, pero el trasero no entra y se te queda ahí fuera levantado. Creo que para el Fiscal Supremo debió de ser especialmente difícil encontrar la postura adecuada, y que debió de permanecer mucho tiempo con el trasero, aún no enflaquecido, erguido, a mayor gloria de la justicia soviética. Pecador que soy, me imagino con malsana alegría ese trasero atascado bajo el catre, y la estampa hasta cierto punto me consuela mientras escribo la larga crónica de estos procesos.)

Es más —desarrolla su argumento el fiscal— si todo esto fuera verdad (lo de las torturas), no se comprende qué puede haberles inducido a esta confesión unánime, a coro, sin divergencias ni desacuerdos. A ver, ¿ dónde habrían podido llegar a tan gigantesco consenso? ¡Ya saben que no podían comunicarse entre sí durante la instrucción del sumario!

122
{"b":"143057","o":1}