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(De todos modos, hay que saber tirar de la cuerda sin llegar a romperla. No vaya a ser que los obreros se desmoralicen y crean que todo está perdido, que han pillado dormido al régimen soviético. Pero también esto queda aclarado: fue mucho lo que se tramó, pero poco lo perpetrado. ¡Ninguna de las industrias había sufrido pérdidas considerables!

Entonces, ¿por qué no se produjo la intervención extranjera? Pues por diversas y complejas razones. Una vez porque, en Francia, Poincaré no había salido elegido, otra porque nuestros industriales emigrados consideraban que los bolcheviques todavía no habían reconstruido del todo sus antiguas empresas: ¡que sigan trabajando los bolcheviques! Y para colmo, no había forma de entenderse con Polonia y Rumanía.

Muy bien, no había habido intervención, ¡pero existía el Partido Industrial! ¿Oís ese ruido de pisadas? ¿No oís el murmullo de las masas trabajadoras?: «¡Al paredón!, ¡Al paredón!, ¡Al paredón!».Ahí abajo desfilan «aquellos que, en caso de guerra, deberán pagar con su vida, con privaciones y sufrimientos los atropellos de estos sujetos» (pág. 437 - del discurso de Krylenko).

(Era como si lo hubiera visto en una bola de cristal: ¡en 1941 serían esos crédulos manifestantes quienes pagaran con sus vidas, privaciones y sufrimientos los atropellos de estos sujetos!¿Pero dónde señala usted con el dedo, fiscal? ¿A quién?)

¿Por qué un PartidoIndustrial? ¿Por qué precisamente un partido y no un Centro de técnicos e ingenieros, si ya estábamos acostumbrados a hablar de «centros»?

Pero es que también había habido un «Centro». Lo que ocurre es que decidieron transformarse en un «partido», que tiene mucho más empaque. Así también les resultaría más fácil batirse por las carteras ministeriales en el futuro Gobierno. Con ello se «movilizaba a las masas de ingenieros y técnicos en su lucha por el poder». ¿Luchar, pues, contra quién ? ¡Pues contra los demás partidos! En primer lugar, ¡contra el Partido Obrero y Campesino, que ya tenía doscientos mil militantes! ¡En segundo lugar, contra el Partido Menchevique! ¿Y qué había entonces del centro? Pues que los tres partidos debían juntarse para formar un Centro Unificado. Pero la GPU lo desmanteló todo. ¡Y qué suerte que nos desmantelara! (Los acusados se alegran todos.)

(¡Para Stalin era un halago haber desmantelado otros tres partidos! ¿Acaso hubiera habido mucha gloria en desarticular tres simples «centros»?)

Y si había un partido, entonces había un comité central, sí, ¡un comité central propio! Cierto que nunca se celebró una sola conferencia, ni elecciones de ningún género. Había entrado en el comité central todo el que había querido, unas cinco personas en total. Entre ellos se deshacían en cortesías, Y hasta se cedían por turno el sillón presidencial. Tampocco hubo reuniones, ni en el Comité Central (nadie puede acordarse de eso, pero Ramzin sí se acuerda muy bien, ¡ya nos dará él todos los nombres!), ni en los grupos sectoriales. Resultaba hasta despoblado... Charnovski: «No, no hubouna constitución formal del Partido Industrial». ¿Y cuántos militantes había? Lárichev: «Es difícil calcularlo, el número exacto de afiliados se desconoce». ¿Y cómo empecían? ¿Cómo se transmitían las consignas? Pues muy sencillo: según cada cual coincidiera con alguien en una administración, le transmitía las directivas de palabra. Y después cada uno empecía según su conciencia. (Ramzin adelanta sin pestañear una cifra de dos mil militantes. Y por cada dos militantes arrestarán a cinco ingenieros. Según datos del tribunal, en la URSS hay de treinta a cuarenta mil. Por lo tanto, uno de cada siete acabará entre rejas y los otros seis muertos de miedo.) ¿Y sus contactos con el Partido Obrero y Campesino? Pues cuando coincidíamos con ellos en el Gosplán* o en el VSNJ «se planificaban acciones sistemáticas contra los comunistas rurales»...

¿Dónde habremos visto esto? Ah, sí, naturalmente: en Aída.Radamés parte en campaña entre vítores, retumba la orquesta, alrededor hay ocho guerreros con casco y picas, y otros dos mil pintados en el fondo de lienzo.

Eso era el Partido Industrial.

¡Pero no importa, ya está bien así, la obra es representable! (Hoy día nadie creería lo serio y amenazador que todo aquello parecía entonces, cómo nos atosigaba.) Y además nos lo inculcaban todo a base de repetir, cada episodio nos lo escenificaban varias veces. Y con ello se multiplicaban las horribles visiones. Además, para que no resultara tan soso, los acusados «olvidaban» de vez en cuando alguna futesa o «intentaban eludir testimonio», pero enseguida los «cercaban con pruebas entrecruzadas» y al final conseguían un espectáculo vivo, digno del Teatro del Arte de Moscú.

Pero Krylenko forzó la nota. Se le ocurrió emprenderla contra el Partido Industrial bajo otro aspecto: pretendía desenmascarar su base social. Moviéndose en el terreno de la lucha de clases, el análisis no podía fallar; y así Krylenko se apartó del método Stanislavski, no asignó papeles y se puso en manos de la improvisación. Para entendernos: que cada uno cuente su vida, su actitud hacia la Revolución y cómo llegó al empecimiento.

Y esta imprudente apuesta, esta única escena humana, dio al traste de un soplo con los cinco actos de la obra.

En primer lugar, nos enteramos con asombro de que estos ocho pilares de la intelectualidad burguesa proceden todos de familia humilde. El hijo de un campesino, el hijo de un oficinista con prole numerosa, el hijo de un artesano, el hijo de un maestro rural, el hijo de un buhonero... Los ocho estudiaron con cuatro cuartos en el bolsillo, la educación se la pagaron con su trabajo. ¿Desde qué edad? ¡Desde los doce, los trece o los catorce años! Unos dando clases, otros en una locomotora. Y he aquí lo monstruoso: ¡Nadie, bajo el zarismo, les impidió el acceso a la educación! Terminaron con toda normalidad la enseñanza media en las Reales Academias, y tras ingresar en escuelas técnicas superiores se convirtieron en importantes y reputados profesores. (¿Cómo es posible? Si siempre nos han dicho que... sólo los hijos de los hacendados y de los capitalistas... ¿Cómo van a mentir las lecturas divulgativas en el reverso de los almanaques?)

En cambio ahora , en época soviética, los ingenieros sí que estaban pasando grandes apuros: casi les era imposible procurar a sus hijos una enseñanza superior (recordemos que los hijos de los intelectuales eran la última categoría). El tribunal no lo niega. Krylenko tampoco. (Los acusados se apresuran a matizar con espontaneidad que, naturalmente, teniendo en cuenta todos los logros alcanzados, esto carece de importancia.)

Empezamos también a distinguir entre los acusados (hasta entonces todos habían dicho más o menos lo mismo). La línea de edad que los separa es también el umbral de la decencia. Las explicaciones de quienes rondan los sesenta o más inspiran compasión. En cambio Ramzin y Larichev, de cuarenta y tres años, y Ochkin, de treinta y nueve (el mismo que en 1921 había denunciado a la Dirección General de Combustibles), son los más gallardos y desvergonzados y todas las declaraciones importantes sobre el Partido Industrial y la intervención extranjera salen de sus labios. Ramzin era un individuo de tal ralea (con sus precoces y desproporcionados éxitos), que toda la profesión le había retirado el saludo, ¡y no se le caía la cara de vergüenza! Ahora, en el juicio, coge al vuelo cualquier alusión que haga Krylenko y la arropa con formulaciones precisas. A fin de cuentas, todas las acusaciones se basan en la memoria de Ramzin. Tiene tanto dominio de sí mismo y energía, que bien podría haber sido capaz (por encargo de la GPU, claro está) de viajar a París con plenos poderes para entablar conversaciones sobre la intervención. También a Ochkin le había sonreído el éxito: a los veintinueve años ya «gozaba de la ilimitada confianza del Consejo de Trabajo y Defensa* y del Sovnarkom».

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