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—todos los hechos imputados al partido eserista habían tenido lugar en 1917 y 1918;

—en febrero de 1919, el consejo del PSR dispuso el cese de hostilidades contra el régimen bolchevique (ya fuera porque estaban agotados por la lucha o persuadidos por la conciencia socialista). Tras lo cual, el 27 de febrero de 1-919 el gobierno soviético decretó la amnistía de los socialistas revolucionarios por todo su pasado. El partido fue legalizado y salió de la clandestinidad, pero al cabo de dos semanas empezaron las detenciones en masa y le echaron el guante a toda la cúpula del partido (¡eso sí es hacer las cosas a la soviética!);

—desde aquellos tiempos los eseristas no habían vuelto a la lucha en la calle, y menos aún tras ser puestos en prisión (su Comité Central se encontraba encerrado en Butyrki y por alguna razón no se había fugado, como era costumbre en tiempos del zar), de modo que después de la amnistía no habían hecho nada hasta el presente 1922.

¿Cómo salir del atolladero?

¡Por si fuera poco, no sólo habían renunciado a la lucha, sino que habían reconocido al régimen soviético! (Es decir, que habían abjurado del extinto Gobierno Provisional y también de la Asamblea Constituyente.) Sólo pedían que se celebraran elecciones a los soviets y que los partidos tuvieran libertad para hacer campaña. (Y todavía ante el tribunal, el acusado Hándelman, miembro del Comité Central, se atrevería a pedir: «Dadnos la posibilidad de gozar de toda la gama de lo que se conoce como derechos civiles y nosotros no infringiremos ninguna ley». ¿Pero qué se habrán creído?, ¡Vamos, hombre! ¡Y además «toda la gama»!)

¿Pero han oído ustedes? ¡Por ahí se ve despuntar el repugnante morro de la burguesía! ¿Pero será posible? ¡En un momento tan grave! ¡Estando como estamos rodeados de enemigos!(Y sería lo mismo dentro de veinte, cincuenta o cien años.)

¿Y encima queréis que los partidos tengan libertad para hacer campaña, hijos de perra?

Toda persona políticamente sensata —afirma Krylenko— no podía sino responder echándose a reír o encogiéndose de hombros. De ahí esta justa decisión: «impedir inmediatamente, con todos los medios represivos de que dispone el Estado, que dichos grupos tengan la posibilidad de hacer propaganda contra el régimen» (pág. 183). ¡Por esto, todo el Comité Central del PSR (al menos los que habían podido agarrar) estaban en la cárcel!

¿Pero de qué acusarlos ahora? «La instrucción judicial no ha investigado este periodo en igual medida», se lamenta nuestro fiscal.

De todos modos, existía una acusación plenamente fundada: la de que, en febrero de 1919, los socialistas revolucionarios habían adoptado la resolución (que no se llevó a la práctica, aunque con el nuevo Código Penal esto carecía de importancia) de dedicarse a la propaganda encubierta en el Ejército Rojo para que los soldados se negaran a tomar parte en las expediciones de castigocontra los campesinos.

¡Apartar a los soldados de las expediciones de castigo era la más ruin y pérfida de las traiciones a la Revolución!

También se les podía acusar de todo cuanto decía, escribía y hacía (hablar y escribir, más que nada) la denominada «Delegación Extranjera del Comité Central» del PSR, es decir, los miembros destacados del partido que habían logrado huir a Europa.

Pero aún era muy poca cosa. Y he aquí lo que discurrieron: «muchos de los acusados aquí presentes no estarían ahora encausados de no haber contra ellos cargos por... ¡organización de actos terroristas!», porque, según decían, cuando se promulgó la amnistía de 1919, «a ningún funcionario de la justicia soviética le había pasado por la cabeza» que aquellos socialistas revolucionarios la aprovecharían para organizar actos terroristas, esta vez contra los dirigentes soviéticos. (Y es que, claro, ¿cómo se le iba a ocurrir a alguien —así, de repente— relacionar a los socialistas revolucionarios con el terrorismo? Esto quiere decir que si alguien hubiera reparado en ello, entonces también se habrían beneficiado de la amnistía los inculpados por terrorismo. Pues desde luego, fue una suerte que en aquellos momentos nadie cayera en ello. No les pasó por la cabeza porque no les interesó, al contrario de lo que ocurría ahora.) Así pues, esta acusación no estaba contemplada en la amnistía (que únicamente abarcaba la lucha). Yahora Krylenko la estaba esgrimiendo.

Veamos en primer lugar qué habían dicho los líderes del socialismo revolucionario (¡la de cosas que habrían dicho en su vida esos charlatanes!) en los primeros días que siguieron al golpe de Estado de Octubre. El líder actual de los acusados, y líder también del partido, Abram Gotz, había amenazado en aquella ocasión: «Si los autócratas de Smolny atentan contra la Asamblea Constituyente..., el PSR habrá de retomar sus antiguas y acreditadas tácticas».

Era natural esperar algo así de los indómitos eseristas. Y, ciertamente, era difícil creer que pudieran haber renunciado alguna vez al terrorismo.

«En este ámbito de la instrucción», se lamenta Krylenko, «la clandestinidad hace que haya pocas... "declaraciones de testigos".» «Esto ha dificultado extraordinariamente mi tarea... En este terreno, en ciertos momentos, es preciso errar entre tinieblas» (pág. 236. ¡Vaya lenguaje!).

Dificultaba también la tarea de Krylenko el que en 1918 el Comité Central del PSR hubiera debatido en tres ocasiones el empleo del terrorismo contra el régimen soviético y que lo hubiera rechazado las tres veces(pese a la disolución de la Asamblea Constituyente). Y ahora, años después, había que demostrar que habían practicado el terror.

En 1918 los eseristas decidieron: esperemos a que los bolcheviques empiecen a ejecutar a los socialistas. Y en 1920: el partido tomará las armas si los bolcheviques atentan contra la vida de los rehenes eseristas. (Y a los demás que los zurzan...)

¿Cuál era el porqué de tantas matizaciones? ¿Por qué no renunciaron a las armas inmediata y definitivamente? «¿Por qué no emitieron una declaración de clara renuncia?»

Que el PSR no había llevado a cabo actividad terrorista alguna se ve claramente hasta en el discurso acusatorio del propio Krylenko. Pero se adujeron los hechos siguientes: uno de los acusados había concebido un plan para volar la locomotora del tren del Sovnarkom durante el traslado de éste a Moscú, de lo cual se desprende que el Comité Central del PSR era culpable de terrorismo. La encargada de ejecutar el plan, Iva-nova, estuvo apostada toda una noche cerca de la estación con un cartucho de piroxilina, lo que equivale a un atentado contra el tren de Trotski, y por lo cual el Comité Central del PSR también es culpable de terrorismo. O bien: Donskoi, miembro del Comité Central del PSR advirtió a F. Kaplan que si disparaba contra Lenin sería excluida del partido. ¡Y aún les parecía poco! ¿Por qué no se lo prohibió de manera terminante! (o mejor aún: ¿Por qué no la denunció a la Cheká?). De todos modos, la militancia de Kaplan en el PSR les resultaba un engorro.

Tras vérselas y deseárselas, Krylenko no pudo sacar en claro más que esto: los socialistas revolucionarios no habían tomado medidas para impedir que sus militantes, hartos de inactividad, cometieran actos terroristas individuales. (Por otra parte, bien poco es lo que hicieron dichos militantes. Semiónov no fue sino la mano que guió a Serguéyev —el que mató a Volodarski— pero el Comité Central del PSR quedó libre de toda sospecha y completamente al margen del asunto, que incluso condenó en público. Luego, tanto la GPU como el tribunal iban a ponerse las botas con ese mismo Semiónov y su compañera Konopliova, sospechosamente predispuestos a hacer declaraciones voluntarias; por si no estuviera ya bastante claro, estos peligrosísimos terroristas comparecían ahora ante los jueces sin alguaciles y después de cada sesión iban a dormir a casa.)

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