No tengo espacio aquí para enumerar las otras torpezas y errores de esta versión canadiense de la denuncia de la fuerte hecha por el Decano de St. Paul, de la Muerte, esa esclava, no sólo del "destino" y del "azar", sino también de nosotros("reyes y hombres desesperados").
El otro poema, " La ninfa sobre la muerte de su fauno", de Andrew Marvell, parece ser, técnicamente, aún más difícil de poner en versos franceses. Si en la traducción de Donne, se justificaba perfectamente que Miss Irondell sustituyera los pentámetros ingleses por los alejandrinos franceses, me pregunto si debía preferir aquí l'impair y acomodar en nueve sílabas lo que Marvell ajusta en ocho. En los versos:
And, quite regardless of my smart,
Left me his fawn but took his heart
que resultan:
Et se moquant bien de ma douleur
Me laissa son faon, mais pris son coeur
uno lamenta que la traductora, aun con la ayuda de una matriz prosódica más amplia, no se las haya arreglado para replegar los largos yambos de su faon francés, y para traducir " quite regardless of" por " sans le moindre égard pour", o algo por el estilo.
Más lejos el dístico:
Thy love was far more better than
The love of false and cruel man
aunque traducido literalmente:
Que ton amour était fort meilleur
Qu'amour d'homme cruel et trompeur
no es tan puro idiomáticamente como podría parecerlo a primera vista. Y por último, el encantador dístico final:
Had it lived long it would have been
Lilies without, roses within
contiene en el francés de nuestra amiga no sólo un solecismo sino también esa especie de encabalgamiento ilícito de que es culpable un traductor cuando pasa con luz roja:
Il aurait été, s'il eut longtemps
Vécu, lys déhorsl roses dedans.
Con qué magnificencia esos dos versos pueden mimarse y rimarse en nuestro mágico zemblano (¡"la lengua del espejo", como la definía el gran Conmal!)
Id wodo bin, war id lev lan,
Indran iz lil ut roz nittran.
Verso 679: Lolita
En Norteamérica los aciones importantes llevan nombres femeninos. El género femenino no es sugerido tanto por el sexo de las furias y las viejas harpías, como por una aplicación profesional general. Así cualquier máquina es femenina para su usuario afectuoso, y todo fuego (aunque sea "pálido") es femenino para el bombero, como el agua es femenina para el p'ornero apasionado. No se ve claro por qué nuestro poeta eligió dar a su huracán de 1958 un nombre español poco usado (que se pone a veces a los loros) en lugar de Linda o Lois.
Verso 681: Rusos sombríos espiaban
En realidad no hay nada metafísico o racial en ese aire sombrío. Es simplemente el signo exterior de un nacionalismo congestionado y el sentimiento de inferioridad de un provinciano, esa mezcla temible tan típica de los zemblanos bajo la dominación de los extremistas, y de los rusos bajo el régimen soviético. En la Rusia moderna las ideas son bloques cortados a máquina de colores lisos; el matiz está prohibido, el intervalo cegado, la curva groseramente escalonada.
Pero no todos los rusos son sombríos, y los dos jóvenes expertos de Moscú que nuestro nuevo gobierno había contratado para encontrar las joyas de la corona resultaron positivamente joviales. Los extremistas tenían razón al creer que el Barón Bland, el Guardián del Tesoro, había logrado esconder esas joyas antes de saltar o caer de la Torre del Norte; pero no sabían que había tenido un ayudante y se equivocaron al pensar que debían buscar las joyas en el palacio del que el dulce Barón Bland de cabellos blancos nunca había salido, salvo para morir -Puedo añadir, con una satisfacción perdonable, que estaban y aún están escondidas en un rincón absolutamente distinto -y bastante inesperado- de Zembla.
En una nota anterior (al verso 130) el lector ya ha entrevisto a esos dos cazadores del tesoro en acción. Después de la evasión del Rey y el tardío descubrimiento del pasaje secreto, continuaron sus concienzudas excavaciones hasta que el palacio quedó todo taladrado y parcialmente destruido, al caer una noche la pared entera de una habitación descubriendo, en un nicho cuya presencia nadie había sospechado, mv' antiguo salero de bronce y el cuerno de beber del Rey Wig. bert; pero ustedes nunca encontrarán nuestra corona, el collar y el cetro.
Todo esto es la regla de un juego divino, todo esto es la inmutable fábula del destino y no debería interpretarse en desmedro de la eficacia de los dos expertos soviéticos -que, de todos modos, iban a tener un éxito maravilloso en una ocasión posterior con otro trabajo (véase la nota al verso 747). Sus nombres (probablemente ficticios) eran Andronnikov y Niagarin. Rara vez se ha visto, por lo menos en un museo de cera, un par de tipos más encantadores y presentables. Todo el mundo admiraba en ellos las mandíbulas bien afeitadas, la expresión elemental de sus caras, el pelo ondulado y los dientes perfectos. El alto y bello Andronnikov rara vez sonreía pero las rayitas que arrugaban la carne de sus órbitas acusaban un infinito sentido del humor, mientras que los surcos mellizos que bajaban de los dos lados de su bien modelada nariz evocaban fascinantes asociaciones con los ases de la aviación y los héroes del Estado de Nevada. Por el contrario, Niagarin era comparativamente bajo, tenía rasgos algo más redondeados aunque perfectamente viriles que recordaban a esos jefes de boy scouts que tienen algo que ocultar o a esos señores que hacen trampa en los juegos televisados. Era delicioso ver a los dos espléndidos sovietchikscorriendo por el patio y pateando una pelota polvorienta y que sonaba dura (con ese aire tan enorme y calvo en semejante lugar). Andronnikov podía hacerla saltar con la punta de los pies una docena de veces antes de proyectarla como un cohete en vertical hacia los cielos melancólicos, sorprendidos, incoloros, inofensivos; y Niagarin podía imitar a la perfección los manierismos de un estupendo guardavallas del equipo de los Dinamos. Solían repartir entre los ayudantes de cocina caramelos rusos con ciruelas o cerezas pintadas en los ricos y suculentos envoltorios hexagonales que contenían una bolsita de papel más fino dentro de la cual había una momia color lila; y se sabía que lascivas campesinas se deslizaban por los drungen(senderos invadidos de zarzas) hasta el pie de las murallas cuando las dos siluetas recortándose contra el cielo encendido cantaban hermosos dúos militares sentimentales al atardecer. Niagarin tenía una conmovedora voz de tenor y Andronnikov una vigorosa voz de barítono, y los dos usaban elegantes botas de flexible cuero negro, y el cielo se apartaba mostrando sus etéreas vértebras.