—Todo lo cual significa —concluyó Van —que nuestra situación es absolutamente desesperada.
VIII
Conocedor de lo mucho que gustaban sus hermanas de la cocina y los espectáculos rusos, Van las llevó a comer, la noche del sábado siguiente, al mejor restaurante franco-estoniano de Manhattan Major, el Ursus. Ambas bellas llevaban los trajes de noche muy cortos y escotados que Vass presentaba como el «espejismo» de la temporada (para emplear la palabra de la temporada). El de Ada era de un negro vaporoso, y el de Lucette de un brillante verde cantárida. El rojo de labios de la una era el eco (en tono, pero no en matiz) del de la otra. Llevaban los párpados pintados en ei estilo «ave-del-paraíso sorprendida» que estaba de moda en Los, lo mismo que en Lute. A los tres Veen, los hijos de Venus, les iban bien las metáforas híbridas y las palabras de doble sentido.
El ukha, el chashlik, el ai, eran éxitos fáciles y familiares, pero la presencia de una contralto de Lyaska y de un bajo de Banff, famosos intérpretes de «romances» rusos, con un toque de enternecedoras tziganchchinade Glinka y Grigoriev, dieron a la velada una nota de extraordinaria calidad. Y también estaba Flora, la frágil Flora, bailarina de music-hallcasi impúber y casi desnuda, de origen incierto (¿rumana? ¿romana? ¿ramseyana?), cuyos inefables servicios había pagado Van a menudo en el curso del otoño anterior.
Como un perfecto «hombre de mundo», Van asistió a la exhibición de sus encantadores talentos con suave indiferencia (demasiado suave, tal vez), pero es indudable que el espectáculo añadió un secreto condimento a la excitación erótica que hormigueaba en él desde el instante en que sus dos bellas acompañantes se habían quitado los abrigos de pieles y se habían expuesto a su vista bajo la rutilante luz de la fiesta. Y aquella emoción era más bien intensificada por la conciencia (cuidadosamente perfilada, por debajo de unas anteojeras transparentes) de la desconfianza celosa, intuitiva y furtiva, con que Ada y Lucette espiaban, sin sonreír, las reacciones de su fisonomía a la discreta expresión de complicidad profesional que aparecía, cada vez que la danza la acercaba a él, en la cara de la blyaduchka(putilla); pues ése era el nombre, pronunciado con tono de mal fingida indiferencia, con que nuestras chicas se referían a Flora, la cual, dicho sea de paso, era muy cara y perfectamente exquisita. Pero pronto los prolongados sollozos de los violines empezaron a impresionar y casi estrangular a Ada y Van, romántico condicionamiento juvenil que, en un momento dado, obligó a Ada a dejar la sala, llorosa, para ir a ponerse polvos en la nariz, mientras Van se levantaba con un sollozo espasmódico que maldijo mil veces, pero no supo refrenar.
Volvió a atender a su comida y acarició cruelmente el brazo de pelusa de albaricoque de Lucette, la cual dijo entonces en ruso:
—Estoy borracha y todo lo que se quiera, pero hay una cosa que adoro ( obozhayu), adoro, adoro, adoro más que a la vida, y eres tú, tú ( tebya, tebya). Estoy enferma de ti, de un modo insoportable ( ya tosku-yu po tebe nevinosimo). Sé bueno, no me dejes beber ( hlestat) más champaña, no sólo porque saltaré al río Goodson si desespero de que seas mío, no sólo a causa de esa cosa física, de esa cosa roja (¡pensar que casi te arrancaron el corazón, mi pobre dushen'kaquerido, más que querido!), me pareció que de veinte centímetros...
—Diecinueve —murmuró el modesto Van, al que la música no dejaba oír bien.
—...sino porque tú eres Van, todo Van y nada más que Van, piel y cicatriz, la única verdad de nuestra única vida, de mivida maldita, Van, Van, Van.
Al llegar ahí, Van se levantó de nuevo: agitando con elegancia un abanico negro, Ada regresaba escoltada por cientos de miradas, mientras corrían sobre las teclas los primeros compases de un romance (sobre el glorioso Siyala noch’de Fet) y el bajo tosía «a la rusa», sobre el puño, antes de comenzar.
Noche radiante. Jardín lleno de luna. Rayos
prosternados a nuestros pies. En el salón sin luz
un gran piano está abierto... y sus cuerdas vibran
como nuestros corazones siguiendo la canción.
Después, Banoffski se lanzó a los grandes anfíbracos de M. I. Glinka (Mihail Ivanovich fue huésped de Ardis durante un verano, cuando su tío vivía aún; se había conservado el banco verde donde se decía que el músico solía sentarse, bajo las robinias, enjugándose su vasta frente).
¡Cálmate, pasión desgarradora...!
Otros cantores sucedieron al primero y los romances fueron haciéndose cada vez más tristes; «Los dulces besos han sido olvidados», «Fue al comenzar la primavera, la hierba apenas brotaba», «¡Cuántos cantos he oído en mi tierra natal! Unos eran de dolor, otros de alegría», y la balada falsamente popular:
Una roca musgosa se alza por encima
de un gran río, el Ross de los tártaros...
y una serie de elegías viajeras, como, por ejemplo, aquélla en que la campanilla de un antiguo vehículo acompaña la canción del cochero:
La esquila suena, monótona,
sobre el camino lleno de polvo...
o este viejo canto de soldado, en el que alienta un genio realmente! singular:
Nadejda, volveré contigo
cuando suene la hora de la retirada...
o los únicos versos líricos verdaderamente memorables de Turgueniev, que comienzan:
El alba nebulosa, ahogada en gris,
tristes campos segados bajo un manto de nieve...
y, naturalmente, el célebre canto para guitarra, pseudo zíngaro, compuesto por Apollon Grigoriev (otro amigo del tío Iván):
¡Oh, tú, al menos háblame
compañera septicorde!
La luna y el dolor llenan
mi corazón hasta el borde.
—Confieso que nos hemos saciado de luz de luna y de souffléde fresas... Y temo mucho que este último no haya «subido» a la altura de las circunstancias —dijo Ada, en su más afectado estilo de señorita de novela de Austen—. Vámonos a la cama. ¿Has visto nuestra inmensa cama, pequeña? Mira, nuestro caballero está bostezando hasta to declench his masher(argot vulgar de Ladore).
—¡Oh, sí (ascensión al Monte Bostezo), sí, es verdad! —reconoció Van, dejando de palpar la aterciopelada mejilla de su melocotón de Cupido, que había manoseado, pero no catado.
El maître, el sommelier, el chachlikman, y una multitud de camareros habían quedado pasmados por las cantidades de zernistaya ikray de aiconsumidas por los tres Veen de vaporoso aspecto, y fijaban ahora un ojo de múltiples facetas en la bandeja en que devolvían a Van monedas de oro y billetes de banco.