My zabyvaem chto vlyublyonnost'.
Ne prosto povorót litsá,
A pod kupávami bezdonnost',
Nochnáya pánika plovtsá.
Pokuda snitsya, snis', vlyublyonnost',
No probuzhdéniem ne much',
l luchshe nedogovoryonnost'
Chem éta shchel' étot luch.
Napominayu chto vlyublyonnost'
Ne yav', chto métiny ne te ,
Chto mozeht-byt' potustorotmost'
Priotvorilas' v temnoté.
—Delicioso —dijo Iris—. Suena como un encantamiento. ¿Qué significa?
—En el reverso está la traducción. Dice así: Olvidamos —o más bien tendemos a olvidar— que estar enamorados ( vlyublyonnost') no depende del ángulo facial de la amada; es un abismo sin fondo bajo los nenúfares, el pánico de un nadador en la noche, como dice el tetrámetro yámbico que cierra la primera estrofa: nochnáya pánika plovtsá. La segunda estrofa: Mientras soñar sea placentero (en el sentido de "mientras soñar sea posible"), sigue apareciéndote en nuestros sueños, vlyublyonnost', pero no nos atormentes despertándonos o —diciéndonos demasiado: la reticencia es mejor que esa hendedura o ese rayo de luna. Y ahora, la última estrofa de este poema de amor filosófico.
—¿Este qué?
—Poema de amor filosófico. Napominayu, te recuerdo, que vlyublyonnost'no es la realidad de la vigilia, que las cosas se nos aparecen siempre distintas (por ejemplo: un cielo raso iluminado por la luna no es la misma clase de realidad que un cielo raso durante el día) y que el futuro quizá empiece a vislumbrarse en la oscuridad.
Voild.
—La chica que te ha inspirado ese poema debe de divertirse mucho contigo —observó Iris—. Ah, aquí llega el sostén del hogar. Bonjour, Ives. Me temo que ya no queden tostadas. Creíamos que ya habías salido.
Durante un instante apoyó la palma de la mano sobre el vientre de la tetera. Y todo eso quedó registrado para siempre en las páginas de Aráis, mi pobre amor muerto.
6
Después de cincuenta veranos o diez mil horas de baños de sol en diferentes países, en playas, bancos, techos, rocas, barcos, cornisas, jardines, tinglados y balcones, tal vez sería incapaz de evocar mi noviciado y todas mis sensaciones físicas de entonces si no existieran estas viejas notas mías: son un gran alivio para un pedante autor de memorias empeñado en registrar sus enfermedades, sus matrimonios y los pormenores de su vida literaria. Hincada junto a mí, la arrulladora Iris me pasaba por la espalda enormes cantidades de cold cream, mientras permanecía echado boca abajo sobre una áspera toalla, en el resplandor de la plage. Tras mis párpados, apretados contra mi antebrazo, fluctuaban purpúreas formas fotomáticas. "Entre la prosa de mis ampollas se deslizaba la poesía de su roce", así leo en mi cuaderno de notas, pero puedo mejorar mi juvenil preciosismo. Sobre el escozor de mi piel —y sazonado por ese escozor hasta adquirir un exquisito grado de placer bastante ridículo—, el roce de la mano de Iris en mis omóplatos y a lo largo de mi columna vertebral se parecía demasiado a una caricia deliberada para no ser la deliberada imitación de una caricia. Y yo era incapaz de contener mi oculta reacción cuando esos hábiles dedos, en un último, superfluo revoloteo, descendían hasta mi coxis antes de alejarse.
—Ya está —dijo Iris, exactamente con la misma entonación que empleaba, al final de tratamientos mucho más especiales, una de mis amigas de Cambridge, Violet McD., virgen compadecida y experta.
Iris había tenido varios amantes; y cuando yo abría los ojos y me volvía hacia ella y la miraba y veía, más allá, los diamantes que bailaban en la verde concavidad de cada ola que avanzaba para desplomarse, cuando veía los húmedos guijarros negros en la orilla reluciente de espuma muerta que esperaba la espuma viva —oh, ya se acerca la vanguardia del oleaje, trotando como un tropel de blancos caballos circenses—, cuando miraba a Iris recortada contra ese telón, comprendía cuántos amantes habían contribuido para formar y perfeccionar la impecable tersura de su piel, la certeza de sus altos pómulos, la elegancia del hueco debajo de ellos, la diestra coquetería de su accroche-coeur.
—A propósito —dijo Iris, tendiéndose en la arena y recogiendo las piernas—: aún no te he pedido disculpas por mi tonta observación acerca de ese poema. He releído cien veces tu... ¿cómo es el título en ruso? Vlyublyonnost... Lo he releído en inglés para captar el sentido y en ruso para oír la melodía. Creo que es una obra maravillosa. ¿Me perdonas?
Junté los labios para besar la dorada rodilla iridiscente que tenía junto a mí pero su mano, como calculando la fiebre de un niño, se posó en mi frente y detuvo su avance.
—Nos observan mil ojos que parecen mirar a todos lados, salvo en nuestra dirección —dijo Iris—. Esas dos simpáticas maestras inglesas que están a mi derecha, a unos veinte pasos, ya me han dicho que tu parecido con la fotografía de Rupert Brooke con el cuello de la camisa abierto es a-houri-sang. Saben un poco de francés... Si intentas besarme de nuevo, te pediré que te vayas. Ya me han ofendido bastante en la vida.
Hubo una pausa. La iridiscencia provenía de átomos de cuarzo. Cuando una muchacha se pone a hablar como la heroína de una novela, sólo hay que tener un poco de paciencia.
¿Había enviado ya mi poema a ese periódico emigré? Todavía no. Antes debía enviar mi colección de sonetos. Las dos personas (dicho en voz más baja) que tenía a mi derecha también eran emigrados, a juzgar por algunos detalles.
—Sí —dijo Iris—. Parecían a punto de hacer la venia cuando empezaste a recitar esa cosa de Pushkin sobre las olas que se prosternan adorando los pies de la amada. ¿Qué otros detalles?
—Él se acaricia lentamente la barba mientras mira el horizonte y ella fuma un cigarrillo con boquilla de cartón.
Había además una niña de unos diez años que acunaba en sus brazos desnudos una enorme pelota de goma amarilla. No parecía llevar otra cosa que una especie de vaporoso corpino y una falda tableada que dejaba al aire sus muslos bruñidos. Era lo que años después los aficionados llamarían una "nínfula". Cuando advirtió mi mirada, me sonrió con dulce lascivia por encima de nuestro globo soleado y por debajo de su flequillo castaño.