—¿Por qué lo aplazaron? —preguntó Cincinnatus.
—Bueno, dicen que todo el mundo estaba cansado y que no habían dormido bastante anoche. Sabes, la gente no quería irse por nada. Puedes estar orgulloso.
Lágrimas oblongas, maravillosamente bruñidas, se deslizaron por sus mejillas y mentón, siguiendo cuidadosamente todos sus contornos; una fluyó por su cuello hasta el oyuelo de la clavícula... Sus ojos, sin embargo, siguieron mirando tan redondos, sus cortos dedos con manchas blancas en las uñas siguieron separados y sus labios finos y movedizos siguieron emitiendo palabras:
—Hay algunos que insisten en que ahora lo han atrasado por largo tiempo, pero la noticia no está confirmada. No te puedes imaginar los rumores que corren... la confusión...
—¿Por qué lloras? —preguntó sonriendo Cincinnatus.
—No lo sé —estoy agotada...— (Con voz baja y de pecho)—. Estoy enferma y cansada de todo esto. ¡Cincinnatus, Cincinnatus, en qué lío te has metido...! ¡Las cosas que dice la gente es horrible! Escucha. De pronto comenzó a hablar en otro tempo, radiante, chasqueando los labios y pavoneándose. El otro día —¿cuándo fue?— sí, antes de ayer, me viene a ver una damisela, una médica o cosa por el estilo, una ilustre desconocida, con un horrible impermeable, y empieza a tartamudear y a fingir toses: «Claro», dice, «usted comprende». Yo le digo: «No, hasta ahora no entiendo un comino.» Ella me dice: «Oh, yo sé quién es usted, pero usted no me conoce a mí...» Yo le digo... (Marthe al imitar a su interlocutora asumió un tono remilgado y fatuo, que se atenuó en el «ella me dice», y ahora al parodiarse a sí misma se representó calma como la nieve) —En una palabra, trató de decirme que era tu madre— aunque creo que no tiene edad para ello, pero eso pasémoslo por alto. Dijo que tenía miedo de que la persiguieran, ya que la habían interrogado haciéndole toda clase de preguntas. Le digo: «Y yo qué tengo que ver con todo esto, y para qué me quiere usted.» Me dice: «Oh, sí, yo sé que usted es muy buena, que hará todo lo que pueda». Le digo: «¿Qué le hace pensar que soy buena?» Ella me dice: «Oh, yo lo sé...» Y me preguntó si no le podía dar un papel firmado, un certificado, de que nunca había estado en nuestra casa y de que jamás te había visto. Esto le pareció tan, tan divertido a Marthe. Pienso (arrastrando las palabras y con voz de contralto)— que debe haber sido una trastornada, una loca, ¿no te parece? De todos modos, claro que no le di nada. Victor y los demás dijeron que podría comprometerme —ya que parecía que yo conocía todos tus movimientos si es que sabía que tú no la habías visto nunca— y así se fue, muy alicaída, diría yo.
—Pero en verdad, era mi madre —dijo Cincinnatus.
—Quizás, quizás. Después de todo no es tan importante. Pero dime, ¿por qué estás tan tétrico y malhumorado, Cin-Cin? Pensé que ibas a estar tan feliz de verme, pero tú...
Miró el catre y luego la puerta.
—No sé cuáles son los reglamentos aquí —dijo con« teniendo el aliento— pero si lo necesitas mucho, Cin-Cin, hazlo, pero rápido.
—Oh, no, qué tontería —dijo Cincinnatus. —Bueno, como gustes. Yo sólo quería darte un placer, porque es la última entrevista y todo lo demás. Oh, a propósito, ¿sabes quién quiere casarse conmigo? Adivina, nunca acertarás. Recuerdas el viejo gruñón que vivía al lado, que nos metía el olor de su pipa por encima de la empalizada y que se pasaba esperando cuándo me subía al manzano? ¿Te imaginas? Y lo cierto es que va en serio; ¿me ves casada con él? ¿Ese viejo esperpento? ¡Oh! De todos modos siento que es hora de que me tome un largo descanso. Tú sabes, cerrar los ojos, estirarme, no pensar en nada y relajar los nervios, absolutamente sola, desde luego, o sino con alguien que se interese de verdad y lo comprenda todo, todo...
Sus cortas y gruesas pestañas volvieron a brillar y las lágrimas rodaron, visitando cada hoyuelo de sus rosadas mejillas.
Cincinnatus tomó una de estas lágrimas y la probó: no era ni salada ni dulce, simplemente una gota de agua templada. Cincinnatus no hizo esto.
De pronto crujió la puerta y se abrió una pulgada; un dedo pelirrojo con señas llamó a Marthe, quien acudió rápidamente.
—Bueno, ¿qué quiere? Todavía no es hora. Me prometieron una hora entera-murmuró rápidamente—. Le contestaron algo.
—¡De ninguna manera! —dijo indignada. Puede decírselo. El trato era que sólo debía hacerlo con el direc...
Fue interrumpida; escuchó cuidadosamente el insistente murmullo; miró el piso frunciendo el entrecejo y rascándolo con la punta del zapato.
—Bueno, está bien —y con inocente vivacidad se volvió hacia su marido—. Volveré dentro de cinco minutos Cin-Cin.
(Mientras Marthe no estaba, pensó que no sólo ni siquiera había comenzado su urgente conversación con ella, sino que ahora ya no podía decirle aquellas cosas importantes... Le dolía el corazón y el mismo viejo recuerdo sollozaba en un rincón; pero era hora, era hora de arrancarse de toda esa angustia).
Ella recién volvió después de tres cuartos de hora, resollando despreciativamente. Puso un pie sobre la silla, hizo sonar la liga y acomodando enojada los pliegues debajo de su cintura, se sentó a la mesa exactamente en el mismo lugar de antes. Todo para nada —dijo con un gruñido y comenzó a manosear las flores azules. Bueno, ¿por qué no me dices algo, mi pequeño Cin-Cin, mi gallito...? ¿Sabes que yo misma las elegí? Las amapolas no me gustan, pero éstas son hermosas. No se debe probar si no se puede —añadió inesperadamente en otro tono de voz entrecerrando los ojos—. No, Cin-Cin, no hablaba contigo. (Suspiró). —Bueno, dime algo, consuélame.
—Mi carta... la... —comenzó a decir Cincinnatus y se aclaró la voz—, la leíste atentamente.
—Por favor, por favor —gritó Marthe apretándose las sienes—. ¡Hablemos de cualquier cosa menos de esa carta!
—No, hablemos de ella —dijo Cincinnatus.
Marthe se puso de pie de un salto, enderezándose espasmódicamente el vestido, y comenzó a hablar incoherentemente, tartamudeando un poco como hacía cuando estaba enojada. —Era una carta horrible. Una especie de delirio; de todos modos no la entendí; se podría haber pensado que habías estado aquí sentado solo, con una botella y escribiendo. Yo no quería traer a colación esa carta, pero ahora que tú... Escucha, sabes que los mensajeros la leyeron, la copiaron y se dijeron a sí mismos:
«¡Oh! Ella debe ser su cómplice si él le escribe así». No te das cuenta que no quiero saber nada con tus crímenes. —No te he escrito nada criminal —dijo Cincinnatus. —Eso es lo que tú crees. Pero todos estaban horrorizados por tu carta; simplemente horrorizados. Quizás yo sea estúpida y no sepa nada de leyes, pero aún así mi instinto me dijo que cada palabra tuya era imposible; impronunciable... Oh, Cincinnatus, en qué posición me. pones, y los niños, piensa en los niños... Escúchame.... por favor escúchame un instante —continuó con tanto ardor que su palabra se hizo casi ininteligible—, renuncia a todo, a todo. Diles que eres inocente, que simplemente estabas fanfarroneando, diles, arrepiéntete, hazlo. Aun cuando eso no te salve la cabeza, piensa en mí. Ya me señalan con el dedo y dicen: «¡Es ella, la viuda, es ella!» —Espera, Marthe. No comprendo. ¿Arrepentirme de qué?