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—Será mejor que aprenda a tejer como los demás —gruñó Rodion—, así me puede tejer una rodillera. Escritor, ¡ah! ¿Acaba usted de ver a su mujer, no es cierto? —Intentaré preguntárselo, de todos modos —dijo Cincinnatus—. ¿Hay otros prisioneros aquí, además de mí y del bastante molesto Pierre?

Rodion enrojeció pero guardó silencio. —¿Y el verdugo, no ha llegado aún? —preguntó Cincinnatus.

Rodion estaba por cerrar furiosamente la ya chirriante puerta, pero, como el día anterior, apareció, con las chinelas de cuero marroquí crujiendo, el rayado cuerpo de jalea temblorosa, las manos sosteniendo un juego de ajedrez, naipes, otros juegos de salón...

—Mis humildes respetos al amigo Rodion —dijo M'sieur Pierre con su voz de dulzaina, y, sin perder el paso, tembloroso, crujiente, entró en la celda.

—Veo —dijo, sentándose—, que el querido sujeto se llevó una carta. Debe haber sido la que estaba ayer sobre la mesa, ¿eh? ¿Para su esposa? No, no, una simple deducción, no leo las cartas de los demás, aunque es verdad que estaba bien a la vista mientras jugábamos a los naipes. ¿Qué le parece un poco de ajedrez para hoy?

Desplegó un tablero de tela de lana y con su mano gordezuela, doblando el dedo meñique, colocó las piezas, que estaban talladas en pan amasado según la receta de un viejo prisionero, tan duras que hasta una piedra podría envidiarlas.

—Soy soltero, pero, por supuesto, comprendo... Adelante. Yo soy muy rápido... Los buenos jugadores no piensan mucho. Adelante. Le eché una ojeada a su esposa —qué cosita jugosa, no hay duda alguna—, qué cuello, como a mí me gustan... Hey, espere un momento, fue un descuido, permítame retroceder. Aquí, así está mejor. Soy un gran aficionado a las mujeres, y lo que yo les gusto a ellas, las picaronas, usted simplemente no lo creería. Le ha estado escribiendo a su esposa sobre sus hermosos labios y ojos. Recientemente, sabe, he tenido... ¿Por qué mi peón no puede comer? Oh, ya veo. Inteligente. Inteligente. Está bien. Retrocedo. Recientemente he tenido una aventura sexual con una espléndida y robusta fulana. Qué placer cuando una corpulenta morena... ¿Qué es esto? Ésa es una jugada traidora. Debe prevenir a su contrario, así no vale. Aquí, déjeme cambiar mi última jugada. Así. Sí, una criatura magnífica, apasionada, y yo, sabe usted, no me quedo atrás, tengo un pique que ¡woow! Hablando en general, de todas las tentaciones mundanas que bromeando, pero en realidad con la mayor seriedad, tengo intenciones de someter gradualmente a su consideración, la tentación sexual... No, espere un minuto, todavía no he decidido si quiero mover esa pieza. Sí, lo haré. ¿Qué quiere decir, jaque mate? ¿Por qué jaque mate? No puedo mover para aquí, no puedo mover para allá; no puedo mover para ningún lado. Espere un minuto, ¿cuál era la posición? No, antes de eso. Ah, ahora es diferente. Un simple descuido. Está bien, moveré aquí. Sí, una rosa roja entre sus dientes, medias de malla negras altas hasta aquí, y sin un solo remiendo, eso sí que es algo supremo... y ahora, en lugar de éxtasis amorosos, piedra húmeda, hierro herrumbroso, y más adelante —bueno, usted ya sabe lo que nos espera más adelante. Otra vez me distraje. ¿Y si muevo esta otra pieza? Sí, así, es mejor. De todos modos la partida es mía... usted cometió un error tras otro. Y qué si ella le ha sido infiel a uno... ¿acaso uno no la ha tenido también entre sus brazos? Cuando me piden consejo yo siempre les digo: «Caballeros, tengan inventiva. No hay nada más agradable, por ejemplo, que rodearse de espejos y contemplar en ellos la espléndida tarea... ¡maravilloso! ¡Hey! Esto está lejos de ser maravilloso. Palabra de honor, creía que había movido hacia ese escape, no hacia aquél. Entonces usted no puede... Atrás, por favor. Simultáneamente me gusta fumar un cigarro y hablar de menudencias, y me gusta que ella también hable... no hay nada que hacer, hay en mí un cierto grado de perversión... Sí, cuán penoso, cuán amedrentador y doloroso es decir adiós a todas estas cosas... y pensar que otros, tan jóvenes y llenos de savia como uno, continuarán trabajando y trabajando... ¡ah! No sé usted, pero tratándose de caricias, yo adoro lo que nosotros los luchadores franceses llamamos «macarons»: uno le da una buena palmada en el cuello y cuanto más dura es la carne... En primer lugar puedo comer su caballo, en segundo lugar simplemente puedo mover mi rey allá; muy bien... así. No, un momento, un momento, después de todo quería pensarlo un poco. ¿Cuál fue mi última jugada? Retroceda esa pieza y déjeme pensar. Tonterías, aquí no hay jaque mate. Si me permite decirlo, está usted haciendo trampa; esa pieza estaba aquí, o quizá aquí, pero nunca allí, estoy absolutamente seguro. Vamos, atrás, atrás...

Como accidentalmente derribó varias piezas e incapaz ya de contenerse, con un quejido, mezcló todas las que quedaban. Cincinnatus se quedó sentado apoyado en un codo; picando pensativamente a un caballo que en la región del cuello, mostraba predisposición a volver al estado harinoso de donde saliera.

—Juguemos a otra cosa, usted no sabe jugar al ajedrez —dijo M'sieur Pierre y abrió un tablero multicolor para jugar a la oca. Tiró los dados e inmediatamente adelantó del 3 al 27, pero luego tuvo que retroceder mientras Cincinnatus se empinaba desde el 22 al 46. El juego avanzó penosamente durante largo rato. M'sieur Pierre se ponía color grana, golpeaba con el pie, se encolerizaba, gateaba por debajo de la mesa tras los dados y emergía con ellos sobre la mano jurando que ésa era exactamente la posición en que habían quedado sobre el suelo.

—¿Por qué huele usted así? —preguntó Cincinnatus con un suspiro. Una sonrisa forzada apareció en la cara redonda de M'sieur Pierre.

—Es de familia —explicó con dignidad—. Me sudan un poco los pies. He probado de usar alumbre, pero no me da ningún resultado. Pero debo decirle que, a pesar de que esto me afiije desde la niñez, nunca nadie había tenido tan poco tacto... pues se supone que todo sufrimiento es digno de respeto.

—No puedo respirar —dijo Cincinnatus.

CAPITULO XIV

Los ruidos eran aún más cercanos, y ahora más apresurados, de modo que hubiera sido un pecado distraerlos golpeando preguntas. Y se prolongaron hasta más tarde que en la noche anterior, y mientras Cincinnatus yacía postrado sobre las losas extendido como un águila, como quien ha sufrido una insolación, dejándose llevar por la fantasía de los sentidos, vio claramente a través del tímpano el pasadizo secreto, alargado a cada rasguño, y sintió como si de esta forma se aliviara el oscuro y apretado dolor de pecho, como las piedras iban cediendo, y ya había comenzado a preguntarse, mientras contemplaba la pared, en qué lugar crujiría y se abriría el boquete.

Los crujidos y chirridos aún se oían cuando llegó Rodion. Detrás suyo, con zapatillas de ballet sobre sus pies desnudos y un vestido escocés, Emmie entró rápidamente y, tal como lo hiciera la vez anterior, se escondió debajo de la mesa, sentándose en cuclillas y agachándose de tal manera, que sus blondos cabellos, enrulados en los extremos, le cubrieron la cara y las rodillas, hasta los tobillos. Apenas se hubo retirado Rodion, saltó fuera de su escondite y corrió hacia Cincinnatus, que estaba sentado en el catre y, tumbándolo comenzó a trepársele encima. Sus dedos fríos y codos calientes se hundieron en él. Descubrió sus dientes; un fragmento de hoja verde había quedado adherido a uno de ellos.

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