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- ¿Cómo fue eso? -preguntó el Sordo, dirigiendo su mirada desde los ojos de Robert Jordan a sus labios.

- Le maté yo -dijo Robert Jordan-. Estaba herido demasiado gravemente para viajar, y le maté.

- Hablaba siempre de verse en ese caso -dijo Pilar-; era su obsesión.

- Sí -dijo Robert Jordan-; hablaba siempre de eso y era su obsesión.

- ¿Cómo fue? -preguntó el Sordo-. ¿Fue en un tren?

- Fue al volver de un tren -dijo Robert Jordan-. Lo del tren salió bien. Pero al volver, en la oscuridad, nos tropezamos con una patrulla fascista y cuando corríamos fue herido en lo alto por la espalda, sin que ninguna vértebra fuese dañada; solamente el omóplato. Anduvo algún tiempo, pero, por su herida, se vio forzado a detenerse. No quería quedarse detrás, y le maté.

- Menos mal -dijo el Sordo.

- ¿Estás seguro de que tus nervios se encuentran en perfectas condiciones? -preguntó Pilar a Robert Jordan.

- Sí -contestó él-; estoy seguro de que mis nervios están en buenas condiciones y me parece que cuando terminemos con lo del puente harían ustedes bien yéndose a Gredos.

No había acabado de decir esto cuando la mujer comenzó a soltar un torrente de obscenidades, que le arrollaron, cayendo sobre él como el agua caliente blanca y pulverizada que salta en la repentina erupción de un geiser.

El Sordo movió la cabeza mirando a Jordan con una sonrisa de felicidad. Siguió moviendo la cabeza, lleno de satisfacción mientras Pilar continuaba arrojando palabrota tras palabrota y Robert Jordan comprendió que todo iba de nuevo muy bien. Por fin Pilar acabó de maldecir, cogió la cántara del agua, bebió y dijo más calmada:

- Así es que cállate la boca sobre lo que tengamos que hacer después; ¿te has enterado, inglés? Tú vuélvete a la República, llévate a esa buena pieza contigo y déjanos a nosotros aquí para decidir en qué parte de estas montañas vamos a morir.

- A vivir -dijo el Sordo-. Cálmate, Pilar.

- A vivir y a morir -dijo Pilar-. Ya puedo ver claramente cómo va a terminar esto. Me caes bien, inglés; pero en lo que se refiere a lo que tenemos que hacer cuando haya concluido tu asunto, cierra el pico, ¿entiendes?

- Eso es asunto tuyo -dijo Robert Jordan, tuteándola de repente-. Yo no tengo que meter la mano en ello.

- Pues sí que la metes -dijo Pilar-. Así es que llévate a tu putilla rapada y vete a la República; pero no des con la puerta en las narices a los que no son extranjeros ni a los que trabajaban ya por la República cuando tú estabas todavía mamando.

María, que iba subiendo por el sendero mientras hablaban, oyó las últimas frases que Pilar, alzando de nuevo la voz, decía a gritos a Robert Jordan. La muchacha movió la cabeza mirando a su amigo y agitó un dedo en señal de negación. Pilar vio a Robert Jordan mirar a la muchacha y sonreírle. Entonces se volvió y dijo:

- Sí, he dicho puta, y lo mantengo, y supongo que vosotros os iréis juntos a Valencia y que nosotros podemos ir a Gredos a comer cagarrutas de cabras.

- Soy una puta, si esto te agrada -dijo María-; tiene que ser así, además, si tú lo dices. Pero cálmate. ¿Qué es lo que te pasa?

- Nada -contestó Pilar, y volvió a sentarse en el banco; su voz se había calmado, perdiendo el acento metálico que le daba la rabia-. No es que te llame eso; pero tengo tantas ganas de ir a la República…

- Podemos ir todos -dijo María.

- ¿Por qué no? -preguntó Robert Jordan-. Puesto que no te gusta Gredos… El Sordo le hizo un guiño.

- Ya veremos -dijo Pilar, y su cólera se había desvanecido enteramente-. Dame un vaso de esa porquería. Me he quedado ronca de rabia. Ya veremos. Ya veremos qué es lo que pasa.

- Ya ves, camarada -explicó el Sordo-; lo que hace las cosas difíciles es la mañana. -Ya no hablaba en aquel español zarrapastroso ex profeso para extranjeros y miraba a Robert Jordan a los ojos seria y calmosamente, sin inquietud ni desconfianza, ni con aquella ligera superioridad de veterano con que le había tratado antes.- Comprendo lo que necesitas. Sé que los centinelas deben ser exterminados y el puente cubierto mientras haces tu trabajo. Todo eso lo comprendo perfectamente. Y es fácil de hacer antes del día o de madrugada.

- Sí -contestó Robert Jordan-. Vete un momento, ¿quieres? -dijo a María, sin mirarla.

La muchacha se alejó unos pasos, lo bastante como para no oír, y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.

- Ya ves -dijo el Sordo-. La dificultad no está en eso. Pero largarse después y salir de esta región con luz del día es un problema grave.

- Naturalmente -dijo Robert Jordan-, y he pensado en ello. Pero también será pleno día para mí.

- Pero tú estás solo -dijo el Sordo-; nosotros somos varios.

- Habría la posibilidad de volver a los campamentos y salir por la noche -dijo Pilar, llevándose el vaso a los labios y apartándolo después sin llegar a beber.

- Eso es también muy peligroso -explicó el Sordo-. Eso es quizá más peligroso todavía.

- Creo que lo es, en efecto -dijo Robert Jordan.

- Volar el puente por la noche sería fácil -dijo el Sordo-; pero si pones la condición de que sea en pleno día, puede acarrearnos graves consecuencias.

- Ya lo sé.

- ¿No podrías hacerlo por la noche?

- Sí, pero me fusilarían.

- Es muy posible que nos fusilen a todos si tú lo haces en pleno día.

- A mí me daría lo mismo, en tanto en cuanto volase el puente -explicó Robert Jordan-; pero me hago cargo de su punto de vista. ¿No pueden llevar ustedes a cabo una retirada en pleno día?

- Sí que podemos hacerlo -dijo el Sordo-. Podemos organizar esa retirada. Pero lo que estoy explicándote es por qué estamos inquietos y por qué nos hemos enfadado. Tú hablas de ir a Gredos como si fuera una maniobra militar. Si llegáramos a Gredos, sería un milagro.

Robert Jordan no dijo nada.

- Oye -dijo el Sordo-; estoy hablando mucho. Pero es el único modo de entenderse los unos a los otros. Nosotros estamos aquí de milagro. Por un milagro de la pereza y de la estupidez de los fascistas, que tratarán de remediar a su debido tiempo. Desde luego, tenemos mucho cuidado y procuramos no hacer ruido por estos montes.

- Ya lo sé.

- Pero ahora, una vez hecho eso, tendremos que irnos. Tenemos que pensar en la manera de marcharnos.

- Naturalmente.

- Bueno -concluyó el Sordo-, vamos a comer. Ya he hablado bastante.

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