Regresó bastante desanimado.
—Nos hemos alejado demasiado hacia el norte —dijo— y tenemos que encontrar un modo de volver al sur. Si seguimos en esta dirección llegaremos a los Valles de Etten, muy al norte de Rivendel. Ésta es una región de trolls, que conozco poco. Quizá encontráramos un modo de atravesarla y de alcanzar Rivendel desde el norte; pero nos llevaría demasiado tiempo, pues no conozco el país, y se nos acabarían las provisiones. De un modo o de otro tenemos que encontrar el Vado del Bruinen.
Pasaron el resto del día arrastrándose sobre pies y manos por un terreno rocoso. Al fin, luego de cruzar un pasaje estrecho entre dos lomas, encontraron un valle que corría hacia el sudeste, la dirección que deseaban tomar; pero cuando el día ya terminaba vieron que una cadena de tierras altas les cerraba de nuevo el paso: el borde oscuro se recortaba contra el cielo como los dientes mellados de una sierra. Tenían que elegir entre volverse o escalar la cadena de lomas.
Decidieron intentar la ascensión, lo que fue demasiado difícil. Frodo no tardó en tener que desmontar y seguir a pie. Aun así pensaron a menudo que no conseguirían que el poney subiera, o que ellos mismos encontraran algo parecido a un sendero, cargados como estaban. Casi no había luz, y se sentían agotados cuando al fin llegaron arriba. Estaban ahora en un paso estrecho entre dos elevaciones, y poco más allá el terreno descendía de nuevo abruptamente. Frodo se arrojó al suelo y allí se quedó temblando de pies a cabeza. No podía mover el brazo izquierdo, y tenía la impresión de que unas garras de hielo le apretaban el costado y el hombro. Los árboles y rocas de alrededor parecían sombríos e indistintos.
—No podemos seguir así —le dijo Merry a Trancos—. Temo que el esfuerzo haya sido excesivo para Frodo. Me inquieta de veras. ¿Qué vamos a hacer? ¿Piensas que podrían curarlo en Rivendel, si es que llegamos allí?
—Quizá —respondió Trancos—. No hay nada más que yo pueda hacer en el desierto, y es esa herida precisamente lo que me impulsa a que forcemos la marcha. Pero reconozco que esta noche no podemos ir más lejos.
—¿Qué le ocurre a mi amo? —preguntó Sam en voz baja, mirando a Trancos con aire suplicante—. La herida es pequeña y está casi cerrada. No se le ve más que una cicatriz blanca y fría en el hombro.
—Frodo ha sido alcanzado por las armas del Enemigo —dijo Trancos—, y hay algún veneno o mal que está actuando en él y que mi arte no alcanza a eliminar. ¡Pero no pierdas las esperanzas, Sam!
La noche era fría en lo alto de la loma. Encendieron un fuego pequeño bajo las raíces nudosas de un viejo pino que pendía sobre una cavidad poco profunda; parecía como si en un tiempo hubiera habido allí una cantera de piedra. Se sentaron apretándose unos contra otros. El viento helado soplaba en el paso, y se oían los gemidos y suspiros de los árboles de la pendiente.
Frodo dormitaba acostado, imaginando que unas interminables alas negras barrían el aire sobre él, y que en esas alas cabalgaban unos perseguidores que lo buscaban en todos los huecos de las colinas.
La mañana se levantó brillante y hermosa; el aire era puro, y la luz pálida y limpia en un cielo lavado por la lluvia. Se sentían más animados ahora, pero esperaron con impaciencia a que el sol viniera a calentarles los miembros fríos y agarrotados. Tan pronto como hubo luz, Trancos se llevó a Merry consigo y fueron a examinar la región desde la altura que dominaba el este del paso. El sol estaba alto y brillaba cuando volvieron con mejores noticias. Iban ya casi en la dirección adecuada. Si descendían ahora por la otra pendiente tendrían a las Montañas a la izquierda. A alguna distancia, allá delante, Trancos había divisado de nuevo el Sonorona, y sabía que aunque no se lo veía desde allí, el Camino del Vado no estaba lejos del Río, y corría de este lado del agua.
—Tendremos que retomar el Camino —dijo—. No podemos esperar que haya algún sendero entre estas colinas. Cualquiera que sea el peligro que nos aceche, el Camino es nuestra única vía para llegar al Vado.
Comieron, y partieron en seguida otra vez. Bajaron lentamente por el lado sur de la estribación, pero el camino les pareció mucho más fácil, pues la ladera caía menos a pique de este lado, y al cabo de un momento Frodo pudo montar de nuevo el poney. El pobre y viejo animal de Bill Helechal estaba desarrollando un talento inesperado para elegir el camino y evitar a su jinete todas las sacudidas posibles. El grupo recobró el ánimo, y aun Frodo se sintió mejor a la luz de la mañana, aunque de cuando en cuando una niebla parecía oscurecerle la vista, y se pasaba las manos por los ojos.
Pippin iba un poco adelante. De improviso se volvió y los llamó. —¡Aquí hay un sendero!
Cuando llegaron junto a él, vieron que no se había equivocado: allí comenzaba borrosamente un sendero tortuoso que subía desde los bosques y se perdía detrás de la cima de la montaña. En algunos sitios era casi invisible y estaba cubierto de malezas, y obstruido por piedras y árboles caídos, pero parecía haber sido muy transitado en otro tiempo. Quienes habían abierto el sendero eran de brazos fuertes y pies pesados. Aquí y allá habían cortado o derribado viejos árboles, hendiendo las rocas mayores o apartándolas a un lado para que no interrumpieran el paso.
Siguieron la senda un tiempo, pues era el camino más fácil para bajar, pero se adelantaban con precaución, y a medida que se internaban en los bosques oscuros y la senda se hacía ancha y llana, iban sintiéndose más y más intranquilos. De pronto, saliendo de un cinturón de alisos, vieron que el sendero trepaba por una ladera empinada y se volvía en ángulo recto hacia la izquierda contorneando una estribación rocosa. Luego corría por terreno llano, al pie de un acantilado sobre el que asomaban unos árboles. En la pared de piedra había una puerta entreabierta que colgaba torcidamente de una bisagra.
Se detuvieron frente a la puerta. Detrás se abría una cueva o una cámara de roca, pero no se alcanzaba a ver nada en la oscuridad. Trancos, Sam y Merry empujaron con todas sus fuerzas y alcanzaron a abrir la puerta un poco más, y luego Trancos y Merry entraron en la cueva. No fueron muy lejos, pues en el suelo se veían muchas viejas osamentas y no había otra cosa cerca de la entrada que grandes jarras vacías y ollas rotas.
—¡Una cueva de trolls, seguro, si es que la hubo alguna vez! —gritó Pippin—. Salid, vosotros dos, y huyamos. Sabemos ahora quién hizo el sendero, y será mejor que nos alejemos en seguida.
—No es necesario, me parece —dijo Trancos, saliendo—. Es ciertamente una cueva de trolls, pero parece abandonada hace mucho. No hay por qué asustarse, creo. Pero descendamos con cuidado, y ya veremos qué se presenta.
La senda continuaba desde la puerta, y doblando a la derecha cruzaba otra vez el terreno llano y se hundía en una ladera boscosa. Pippin, no queriendo mostrarle a Trancos que estaba todavía asustado, iba adelante con Merry. Sam y Trancos marchaban detrás, uno a cada lado del poney de Frodo, pues la senda era ahora bastante ancha como para que cuatro o cinco hobbits caminaran de frente codo con codo. Pero no habían ido muy lejos cuando Pippin volvió corriendo, seguido por Merry. Los dos parecían aterrorizados.