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El corazón de Legolas corría bajo las estrellas de una noche de verano en algún claro septentrional entre los bosques de hayas; Gimli tocaba oro mentalmente, preguntándose si ese metal serviría para guardar el regalo de la Dama. Merry y Pippin en el bote del medio no se sentían tranquilos, pues Boromir no dejaba de murmurar entre dientes, a veces mordiéndose las uñas, como consumido por alguna duda o inquietud, a veces tomando una pala y tratando de poner la barca detrás de la de Aragorn. Pippin, que estaba sentado en la proa mirando hacia atrás, vio entonces una luz rara en los ojos de Boromir, que se inclinaba espiando a Frodo. Sam estaba convencido desde hacía tiempo: las barcas no le parecían ahora tan peligrosas como antes, pero nunca había pensado que fueran tan incómodas. Se sentía agarrotado y descorazonado, no teniendo nada que hacer excepto clavar los ojos en los paisajes invernales que se arrastraban a lo largo de las orillas y en el agua gris a los lados. Aun cuando tenían que recurrir a las palas, no le confiaban ninguna.

En el cuarto día, a la caída de la tarde, Sam miraba hacia atrás por encima de las cabezas de Frodo y Aragorn y los otros botes; somnoliento, no pensaba en otra cosa que en pisar tierra firme y acampar. De pronto creyó ver algo; al principio miró distraídamente, y en seguida se sentó frotándose los ojos, pero cuando miró de nuevo ya no se veía nada.

Aquella noche acamparon en un pequeño islote, cerca de la orilla occidental. Sam, envuelto en mantas, estaba acostado junto a Frodo.

—Tuve un sueño curioso una hora o dos antes de detenernos, señor Frodo —dijo—. O quizá no fue un sueño. De todos modos fue curioso.

—Bueno, cuéntame —dijo Frodo sabiendo que Sam no se quedaría tranquilo hasta que hubiera contado la historia, o lo que fuera—. Desde que dejamos Lothlórien no he visto ni he pensado nada que me haya hecho sonreír.

—No fue curioso en ese sentido, señor Frodo. Fue extraño. Disparatado, si no se tratara de un sueño. Y será mejor que se lo cuente. ¡Vi un leño con ojos!

—Lo del leño está bien —dijo Frodo—. Hay muchos en el Río. ¡Pero olvídate de los ojos!

—Eso no —dijo Sam—. Si me senté fue a causa de los ojos, por así decirlo. Vi lo que me pareció un leño: venía flotando en la penumbra detrás del bote de Gimli, pero no le presté mucha atención. Luego tuve la impresión de que el tronco estaba acercándose a nosotros. Y esto era demasiado peculiar, podría decirse, pues todos flotábamos juntos en la corriente. En seguida vi los ojos: algo así como dos puntos pálidos, brillantes, sobre una joroba en el extremo más cercano del tronco. Además no era un tronco, pues tenía unas patas palmeadas, casi como de cisne aunque parecían más grandes, y las metía en el agua y las sacaba del agua, continuamente.

”En ese momento me senté, frotándome los ojos, con la intención de gritar si aquello seguía allí cuando acabara de sacarme el sopor que me nublaba la cabeza. El no-sé-qué venía ahora rápidamente y ya estaba cerca de Gimli. No sé si aquellas dos luces vieron cómo me movía y miraba, o si recobré mis sentidos. Cuando miré de nuevo, no había nada. Creo sin embargo, que algo llegué a ver de reojo, como dicen, algo oscuro que corrió a ocultarse a la sombra de la orilla. Los ojos no los vi más.

”Soñando de nuevo, Sam Gamyi, me dije, y no hablé con nadie. Pero he estado pensando desde entonces, y ahora no estoy tan seguro. ¿Qué le parece a usted, señor Frodo?

—Me parecería que viste de veras un tronco, de noche, y con mirada somnolienta —dijo Frodo—, si esos ojos no hubiesen aparecido antes. Pero no es así. Los vi allá lejos en el norte antes que llegáramos a Lórien. Y vi una extraña criatura con ojos que subió a la plataforma de los Elfos, aquella noche. Haldir la vio también. ¿Y recuerdas lo que dijeron los Elfos que habían ido detrás de la manada de orcos?

—Ah —dijo Sam—, sí, y recuerdo otra cosa. No me gusta lo que tengo en la cabeza, pero pensando esto y aquello, en las historias del señor Bilbo y lo demás, me parece que yo podría darle un nombre a esta criatura. Un nombre desagradable. ¿Gollum quizá?

—Sí —le dijo Frodo—, he venido temiéndolo desde hace un tiempo. Desde la noche de la plataforma. Supongo que estaba escondido en Moria, y que a partir de ahí empezó a seguirnos, pero se me ocurrió que nuestra estancia en Lórien le haría perder otra vez el rastro. ¡La miserable criatura tuvo que haberse escondido en los bosques del Cauce de Plata, esperando a que saliéramos!

—Algo parecido —dijo Sam—. Y será mejor que vigilemos un poco más nosotros mismos, o una de estas noches sentiremos que unos dedos desagradables nos aprietan el cuello, si alcanzamos a despertar. Y a eso iba. No vale la pena molestar a Trancos o los otros esta noche. Yo vigilaré. Puedo dormir mañana, pues casi no soy otra cosa que un baúl en un bote, si así se puede decir.

—Yo lo diría —concluyó Frodo—, pero me parece mejor «baúl con ojos». Tú vigilarás, pero sólo si prometes despertarme a la madrugada, y si nada pasa antes.

En plena noche, Frodo salió de un sueño profundo y sombrío y descubrió que Sam estaba sacudiéndolo.

—Es una vergüenza despertarlo —dijo Sam en voz baja—, pero usted me lo pidió. No hay nada nuevo, o no mucho. Creí oír unos chapoteos y la respiración de alguien, hace un momento; pero de noche y en un río se oyen muchos sonidos raros.

Sam se acostó y Frodo se sentó envuelto en las mantas, luchando contra el sueño. Los minutos o las horas pasaron lentamente, y nada ocurrió. Frodo estaba ya cediendo a la tentación de acostarse de nuevo cuando una forma oscura, apenas visible, flotó muy cerca de una de las barcas. Una mano larga y blanquecina asomó pálidamente y se aferró a la borda; dos ojos claros brillaron fríamente como linternas mientras miraban dentro del bote, y luego se alzaron posándose en Frodo. No se encontraban a más de dos metros de distancia, y Frodo alcanzó a oír que la criatura tomaba aliento, siseando. Se incorporó, sacando a Dardo de la vaina, y se enfrentó a los ojos. La luz se extinguió en seguida. Se oyó otro siseo y un chapoteo, y la oscura forma de leño se precipitó aguas abajo en la noche. Aragorn se movió en sueños, dio media vuelta, y se sentó.

—¿Qué pasa? —murmuró, incorporándose de un salto y acercándose a Frodo—. Sentí algo en sueños. ¿Por qué sacaste la espada?

—Gollum —respondió Frodo—, o al menos así me pareció.

—¡Ah! —dijo Aragorn—. ¿Así que conoces a nuestro pequeño salteador de caminos? Vino detrás de nosotros mientras cruzábamos Moria y bajó hasta Nimrodel. Desde que tomamos los botes nos sigue tendido de bruces sobre un leño y remando con pies y manos. Traté de atraparlo una o dos veces de noche, pero es más astuto que un zorro, y resbaladizo como un pez. Yo esperaba que el viaje por el Río acabaría con él, pero es una criatura acostumbrada al agua y demasiado hábil.

”Trataremos de ir más rápido mañana. Acuéstate ahora, y yo montaré guardia el resto de la noche. Ojalá pudiera echarle las manos encima a ese desgraciado. Quizá lográramos que nos fuera útil. Pero si no lo atrapo, sería mejor perderlo de vista. Es muy peligroso. Además de intentar atacarnos de noche por su propia cuenta, podría guiar hacia nosotros a cualquier enemigo.

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