Rubín no podía vivir sin amigos, se sofocaba sin ellos. La soledad le era tan intolerable que no permitía a sus pensamientos madurar en su cabeza y cuando hallaba media idea se apresuraba a compartirla. Toda su vida había sido rica en amigos, pero al ser arrestado comprendió que sus amigos no eran sus correligionarios y sus correligionarios no eran sus amigos.
De manera que en el departamento de Acústica nadie estaba trabajando realmente, excepto el irredimiblemente alegre y proficuo Pryanchikov que ya había vencido sus impresiones de Moscú y su loco viaje por él y estaba pensando en un nuevo hallazgo para un circuito y canturreando
Bendzi-bendzi-bendzi-bah-ar
Bendzi-bendzi-bendzi-bah-ar.
Justo en ese instante llegaron Sevastyanov y Roitman. Esté decía: —En estas voces impresas el discurso es medido tres veces al mismo tiempo: frecuencia, del tape; tiempo, a lo largo del mismo; y amplitud, por densidad de la imagen. De tal manera cada sonido está determinado tan único y singular que se le puede reconocer fácilmente y todo lo que se ha dicho puede ser leído en el tape.
Tomo a Sevastyanov y lo introdujo en el laboratorio.
—Este aparato lo hemos dibujado en el laboratorio (Roitman mismo había olvidado que lo habían pedido prestado)
—Y aquí —continuó haciendo volver cuidadosamente al reemplazante del ministro hacia la ventana— está el candidato de Ciencias Filológicas, Rubin, la única persona en la Unión Soviética que puede leer un discurso visible.
(Rubin se había levantado y ahora se inclinaba silenciosamente).
Cuando Roitman pronunció las palabras "voces impresas" en la puerta, Rubín y Nerzhin quedaron atónitos. Su trabajo —del cual la gente se había reído hasta entonces— había surgido, de pronto, a la luz del día. Durante los cuarenta y cinco segundos que tomó Roitman para traer a Sevastyanov hasta Rubin, éste y Nerzhin, con la aguda percepción y rápida reacción característica de los zeks, ya habían entendido que se trataba de una demostración de la destreza de Rubin para leer voces impresas y que ese test sólo podía ser leído por alguien autorizado en el micrófono y que el único disponible allí era Nerzhin. También registraron el hecho de que si en realidad Rubin podía leer las voces impresas, también podría cometer un error en testimoniarlo y que no podía permitirse tal error porque podría terminar por saltar de la sharashkaMavrino al infierno de algún campo de concentración.
Sin embargo no dijeron ni una palabra y sólo se miraron comprensivamente.
Rubín susurró: —Si lo haces tú y das la frase del test di: la voz impresa posibilita a la gente sorda utilizar el teléfono.
Nerzhin susurró a su vez: —Pero si lo dicen ellos, calcula por los sonidos. Si mi gesto es alisar el cabello, estás bien. Si me arreglo la corbata, te equivocaste.
Y entonces fue cuando Rubin se levantó e inclinó.
Roitman continuó con su voz hesitante y apologética que, aun así uno la escuchaba dándole la espalda, lo traicionaría siempre como persona culta: —Y ahora Lev Grigorich le mostrará lo que puede llegar a hacer.
Uno de los locutores... —digamos Gleb Vikentich— irá al gabinete acústico y dirá una frase en el micrófono y el V.I.R. la registrará y Lev Grigofich tratará de leerla.
De pie justo ante el diputado ministro, Nerzhin le dirigió una insolente mirada y le preguntó sutil: —¿Desearía usted pensar una frase?
—¡No, no! — contestó Sevastyanov cortésmente apartando sus ojos—, diga algo usted mismo.
Nerzhin obedientemente tomó una hoja de papel y escribió algo en ella y en el silencio que lo siguió la dio a Sevastyanov de modo que nadie más pudiera leerla, ni siquiera Roitman. "La voz impresa posibilita a la gente sorda utilizar el teléfono".
—¿Es así realmente? — preguntó Sevastyanov asombrado.
—Sí.
—Por favor, léalo.
El V.I.R. rugió y zumbó. Nerzhin entró en el gabinete. Pensó cuan terrible parecía la arpillera que lo rodeaba (por la eterna falta de material en la proveeduría). Se encerró a sí mismo. La máquina comenzó a cloquear y una cinta mojada de dos metros de largo marcada por una infinidad de rayitas y manchas de tinta fue puesta sobre la mesa de escribir.
Todo el laboratorio se detuvo y observó tensionado. Roitman mostraba visiblemente su nerviosismo. Nerzhin salió del gabinete y desde una distancia observó a Rubín con descuidada indiferencia. Todos lo rodeaban y sólo Rubín estaba sentado con su cabeza brillante y calva. Apiadándose de la impaciencia de los observadores no hizo secreto de su sabiduría y marcó la cinta húmeda aún con su lápiz indeleble que, como siempre, tenía la punta mal sacada y desprolija.
—Usted sabe que ciertos sonidos pueden ser descifrados sin la menor dificultad, por ejemplo, las vocales acentuadas o sonoras. En la segunda palabra el sonido zestá claramente al final, mientras que en la primera el sonido suave de la l, precede a la vocal a. Tenemos la, seguida de una palabra, corta que concluye en zy debe ser voz, pues no hay casi otra, salvo tez. Entremos en la tercera palabra que estalla con un sonido inicial seguramente pseguido de una suave r, porque las hay fuertes. Antes parece una sílaba penetrante como im, tendríamos impry como la sigue una ssuave, seguramente la palabra es impresa. La voz impresa p, seguida de una rotunda oda poy sigue la suave sy una labiodental que parece b, imposible, seguro concluye litay llegamos así a la mitad de la frase: la voz impresa posibilita. Y aparece una baja frecuencia y una gutural seguida de la consonante n. Veamos: a la ge...te. posibilita a la gente; y ahora es fácil ya: sorda, utilizar...el...teléfono. La frase total es: La voz impresa posibilita a la gente sorda utilizar el teléfono. ¿Es correcta?
Pidió la lente de aumento a Antonina Valeryanovna aunque no la necesitaba, pero deseaba hacer la demostración completa a pesar que el VIR daba imágenes grandes. Pero se solía hacerlo tradicionalmente, en el campo, para impresionar. Nerzhin se reía íntimamente, ausente, acariciando su cabello y alisándolo a pesar de estar liso ya. Rubín le lanzó una mirada y tomó el magnificante cristal que le habían traído.
La tensión general aumentaba. Nadie sabía si Rubín había acertado, mientras Sevastyanov, atónito, susurraba: —¡Es asombroso, asombroso!
Nadie se dio cuenta que el teniente segundo Shusterman había entrado en la habitación en puntas de pie. No tenía derecho a entrar y se detuvo cerca de la puerta. Obligó a Nerzhin a ausentarse inmediatamente aunque no lo siguió él mismo,— esperando un momento para emplazar a Rubín. Lo quería para que le rehiciese su cama en la manera de regulación. Y no era la primera vez que reclamaba de Rubín esa tarea atormentadora.