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—En aquellos tiempos uno no dejaba nada en el piso.

—Yo estaba en Auschwitz, era horrible: te llevaban derecho al crematorio desde la estación, tocando música.

—La pesca allí era maravillosa, por lo menos era algo, y también la casa. En otoño se podía salir por una hora y tenías faisanes dando vueltas arriba tuyo por todos lados. Si ibas a los cañaverales, había jabalíes, y afuera en los campos, liebres.

—Todas estas sharashkasfueron comenzadas en 1930 cuando sentenciaron a los ingenieros de la "Promparty" con el cargo de conspirar con los británicos, y luego decidieron ver cuánto trabajo producirían en la prisión. El ingeniero principal de la primer sharashkaera Leonid Konstantinovich Ramzin. El experimento fue un éxito. Fuera de la prisión era imposible tener dos grandes ingenieros o dos científicos en un mismo grupo de diseño. Se pelearían por conseguir el nombre, la fama, el premio Stalin, e invariablemente uno lo desplazaría al otro por la fuerza. Por eso es que fuera de la prisión todas las oficinas de diseño están constituidas por un grupo descolorido que rodea a un director brillante. Pero ¿en una sharashka? Ni el dinero ni la fama amenaza a nadie. Nikolai Nikolaich recibe medio vaso de crema agria y Petr Pretrovich recibe la misma ración. Una docena de osos académicos viven juntos pacíficamente en una guarida porque no tienen otro sitio donde ir. Juegan al ajedrez, fuman, luego se aburren. ¿Qué tal si inventamos algo? Vamos fue así creado mucho. Esa es la idea básica de la sharashka.

—¡Amigos, hay novedades! A Bobynin se lo han llevado a algún lado.

—Valentulya, basta de chillar o te ahogo con mi almohada!

—¿A dónde, Valentulya?

—¿Cómo se lo llevaron?

—Vino el segundo lugarteniente; le dijo que se pusiera su sobretodo y su gorra.

—Con sus pertenencias.

—Sin sus pertenencias.

—Probablemente fue llamado por los superiores,

—¿Por Oskolupov?

—Oskolupov hubiera venido aquí él mismo. Piensa en alguien más alto.

—El té está frío, ¡qué vulgaridad!

—Valentulya, usted está siempre haciendo sonar su cuchara contra su vaso después del toque de apagar las luces y estoy harto de eso.

—¿Cómo pretende que disuelva el azúcar?

—Silenciosamente.

—Sólo las catástrofes cósmicas ocurren silenciosamente porque el sonido no se trasmite en el espacio exterior. Si una nueva estrella estallase detrás nuestro, no la oiríamos nunca. Ruska, se te está cayendo la frazada, ¿por qué está colgando sobre el borde? ¿Estás dormido? ¿Sabes que nuestro sol es una nueva estrella, y que la tierra está condenada a perecer en un futuro próximo?

—No quiero creerlo. Soy joven y quiero vivir.

—Ja, ja, qué primitivo... ¡qué frío está el té! ¡c'est le mot! él quiere vivir.

—Valentulya, ¿adonde lo llevaron a Bobynin?

—Qué se yo. Tal vez a Stalin.

—¿Y qué haría usted, Valentulya, si lo llevaron a Stalin?

—Yo, ¡jo, jo! le diría todas mis quejas de principio a fin...

—Por ejemplo ¿cuál?

—Bueno, todas, todas. Par excelence, por qué tenemos que vivir sin mujeres. Eso limita nuestras posibilidades creativas.

—¡Pryanchikov, cállese! Todos se han ido a dormir hace rato, ¿Qué es este griterío?

—¿Pero si no quiero dormir?

—Amigos, ¿quién está fumando? escondan sus cigarrillos. El segundo teniente se aproxima.

—¿Qué está haciendo esta carroña aquí? No tropieces, teniente segundo ciudadano, puede quebrarse su nariz.

—¡Pryanchikov!

—¿Qué?

—¿Dónde está? ¿Todavía no duerme?

—Sí, estoy dormido.

—¡Vístase, vamos, vístase, póngase su sobretodo y gorra!

—¿Con mis pertenencias?

—Sin ellas. Rápido. El coche está esperando.

—¿Voy con Bobynin?

—Él ya se ha ido. Hay otro coche para usted.

—¿Qué clase de coche, segundo teniente, un coche policial?

—Más rápido, más rápido. No, es un Pobeda.

—¿Quién me mandó llamar?

—Vamos Pryanchikov ¿por qué tengo que explicarle todo? Yo mismo no lo sé. Más ligero.

—Valentulya, usted dígales a ellos.

—Cuénteles sobre nuestros privilegios de visita. ¿Por qué diablos a los prisioneros del artículo cincuenta y ocho se les permite visitas sólo una vez por año?

—Cuénteles sobre nuestras caminatas afuera.

—Y cartas.

—Y sobre nuestra vestimenta.

—¡Rot front, amigos! ¡Ja, Ja! Adiós.

—¡Camarada segundo teniente! ¿Dónde está por fin Pryranchikov?

—Ya viene, camarada comandante. ¡Aquí está! Pégueles por todo, Valentulya, no sea tímido.

—Corren como perros esta noche.

—¿Qué pasó?

—Esto nunca ocurrió antes.

—Tal vez haya una guerra. Los están arrastrando afuera para fusilarlos.

—¡No seas tonto! ¿Quién se va a molestar por nosotros de uno en uno? Si hubiera guerra, nos liquidarían a todos de golpe o infectarían nuestra kasha con alguna peste.

—Muy bien amigos, ¡es hora de dormir! Ya nos enteraremos mañana.

—Solía ocurrir en 1939, y en 1940 Beria lo citó a Boris Petrovich Stechkin de la sharashka. El no era del tipo de los que vuelven con las manos vacías. O bien el jefe de la prisión sería cambiado o les permitirían más tiempo para caminatas afuera. Stechkin nunca pudo resistir ese sistema de coimas, esas distintas categorías de ración, cuando un, académico recibe huevos y crema agria, un profesor cuarenta gramos de manteca, y los vulgares burros de trabajo la mitad de eso. Era un buen hombre Boris Petrovich —Dios lo tenga en su gloria.

—Murió.

—No, lo soltaron. Le dieron un premio Stalin.

TODOS LOS HOMBRES NECESITAN UNA MUJER

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