Entonces no lo tocaron. No lo tocaron a tal punto que los demás temían por él. Podía escribir un diario de investigaciones sobre ciencias naturales, probando en forma matemática la existencia de Dios. O en una conferencia pública sobre su adorado Newton, emitir detrás de sus bigotes amarillos. "Me acaban de pasar una nota: Marx escribió que Newton era un materialista y usted dice que era un idealista; yo contesto: Marx estaba equivocado. Newton, como todos los grandes científicos, creía en Dios".
Tratar de tomar notas durante sus conferencias era terrible. Las taquígrafas se desesperaban. Como tenía las piernas débiles, sentado junto al pizarrón, la espalda al auditorio, escribía con la mano derecha mientras borraba con la izquierda, murmurando constantemente. Era imposible entender sus ideas mientras se oían sus conferencias, pero cuando Nerzhin, trabajando con uno de sus compañeros, pudo apuntar lo que se dijo y reconstruirlo esa noche, ambos se conmovieron interiormente como con la luminosidad de una noche estrellada.
Bueno, ¿qué le había pasado? Cuando R— fue bombardeada, el viejo sufrió un desequilibrio mental y se lo evacuó a Kirghizia medio muerto. Después había vuelto, pero aparentemente no estaba más en la universidad sino en el Instituto Pedagógico. ¿Vivía? Sí, vivía. Sorprendente. El tiempo vuela y sin embargo, no.
¿Pero por qué? en resumidas cuentas, había sido arrestado Nerzhin. Nerzhin ¿Por qué en resumidas cuentas? Por mi modo de pensar Petr Trofimovich, — En el Japón hay una ley bajo la cual una persona puede ser juzgada por sus ideas no expresadas.
—¡En el Japón! Pero nosotros no tenemos esa ley.
—Claro que sí. Se llama Sección 58 Párrafo ro.
Nerzhin oyó a medias la explicación de Verenyov acerca del propósito de juntarlos, Verenyov había sido mandado a Mavrino a intensificar y sistematizar el trabajo criptográfico en clave. Se necesitaban matemáticos, muchos matemáticos, y Verenyov estaba encantado de saber que tenía a mano a su propio alumno cuyas perspectivas habían sido tan brillantes.
Nerzhin hacía preguntas específicas. Petr Trofimovich, acalorándose por el fervor matemático, explicaba el problema y le decía qué pruebas se debían hacer y qué fórmulas dejarse de lado. Pero Nerzhin pensaba en esas hojitas de papel cubiertas con su letra pequeña, esas notas que pudo escribir tan serenamente detrás de sus biblioratos bajo la mirada veladamente enamorada de Simochka, y el murmullo benévolo de Rubín al oído. Esas hojitas de papel, eran la primera prueba de madurez de sus treinta años.
Desde luego, hubiera sido más de desear, adquirir la madurez en su propio terreno. ¿Por qué? uno podría preguntarse, metía la cabeza en esas fauces de donde los mismos historiadores habían huido hacia épocas más seguras, en el pasado distante. ¿Qué lo impulsaba a asir el enigma del inflado y melancólico gigante, quien, con pestañear solamente haría volar la cabeza de Nerzhin. Mientras decía: ¿por qué te metes en lo que no te importa?y lo más importante: ¿qué buscas?
Tenía él entonces que rendirse a los tentáculos de la criptología, catorce horas diarias, sin asuetos, sin intervalos. Con la cabeza abarrotada de teorías de probabilidad, teorías de números, teorías de errores; ¿una mente muerta, un alma seca? ¿Qué le quedaría para pensar? ¿Qué le quedaría para aprender sobre la vida?
Sin embargo, ahí estaba la sharashka. No era un campo de concentración. Carne en la comida; manteca por la mañana; manos sin despellejarse por el trabajo. Dedos sin congelarse. No tener que acostarse sobre tablas, muerto como un leño con sucias sandalias de cáñamo. En la sharashkauno se mete en la cama, entre sábanas blancas que dan una sensación de satisfacción.
Pero ¿por qué vivir toda una vida? ¿Solamente por estar viviendo? ¿Solamente por mantener funcionando el cuerpo? ¡Preciado consuelo! ¿Para qué lo necesitamos si no hay nada más?
Y el buen sentido dijo "Sí" pero el corazón dijo:¡Retírate, Satanás!"
—Petr Trofimovich, ¿sabe hacer zapatos?
—¿Qué dijo?
—¿Pregunté si me enseñaría a hacer zapatos?
—Perdón, no comprendo.
—Petr Trofimovich, estás viviendo en un caparazón. Yo, al fin y al cabo, terminaré mi condena y partiré hacia la remota taiga al perpetuo exilio. Yo no sé trabajar con mis manos, entonces ¿cómo viviré? Está lleno de osos. Allí no vamos a necesitar las funciones de Leonardo Euler por otras tres eras geológicas más.
—¿De qué está hablando, Nerzhin? Como criptógrafo, sí el trabajo es satisfactorio, será liberado antes de término, la condena será borrada de su expediente, y le darán un departamento en Moscú.
—Borrarán la condena de mi expediente —gritó Merzhin coléricamente, contrayendo los ojos.
—¿De dónde sacó la idea de que yo quiero esa limosna?
—Trabajaste bien, así que te liberaremos, te perdonaremos. No, Petr Trofimovich, y con su dedo índice golpeó la superficie barnizada de la mesita. Está tomando, las cosas al revés. Que ellos reconozcan primero que no está bien poner presa a la gente por su modo de pensar, y luego nosotrosdecidiremos si los perdonamos.
La puerta se abrió para dejar entrar al majestuoso dignatario con el pince-nez de oro sobre su gruesa nariz.
—¿Y bien, mis Rosacruces, han llegado a un acuerdo?
Nerzhin no se levantó pero miró fijamente a los ojos de Yakonov mientras contestaba. Depende de usted, Antón Nikolayevich pero considero que mi trabajo en el laboratorio de Acústica está incompleto.
Yakonov estaba ahora parado detrás de su escritorio, apoyándose en el vidrio con las articulaciones de sus puños blandos. Sólo aquellos que lo conocían podían haber percibido que estaba enojado.
Dijo. — ¡Matemáticas y articulación de palabras! Ustedes han canjeado el néctar de los Dioses por una sopa de lentejas. Adiós.
Y con su grueso lápiz de dos colores escribió en el paño de su escritorio: A Nerzhin borrarlo de la lista.
EL CASTILLO ENCANTADO
Por muchos años —durante la guerra y después— Yakonov estuvo seguro en su puesto como Ingeniero Jefe de la Sección de Equipos Especiales. Llevó con dignidad las charreteras de plata con borde azul cielo y las tres grandes estrellas correspondientes a coronel ingeniero. Su puesto le permitía actuar por encima de toda dirección dentro de un límite considerable; en ocasiones, leyendo un informe erudito ante oyentes importantes, á veces, hablando inteligente y vivazmente con un ingeniero sobre su modelo terminado. En general tenía que mantener la impresión de ser un experto sin tener que responder por nada, y todos los meses recibía unos cuantos miles de rublos. Yakonov presidía el nacimiento de todos los compromisos técnicos de la sección, se ausentaba en los períodos difíciles de sus crecientes dificultades y madurez, y reaparecía para oficiar sobre sus negros ataúdes o para coronarlos con la corona dorada de los héroes.