¡Ha perdido el uso de su lado derecho! ¡Otro ataque y está listo! Ya está desahuciado. ¿Para qué lo quieren en la cárcel así?
Los labios del oficial sé contrajeron en una mueca de disgusto, Vamos, es una falta de tacto de su parte abordarme aquí. El número de teléfono de nuestra oficina no es ningún secreto. Llámeme al trabajo y le daré cita. Y de paso, ¿por qué articuló fue condenado su padre? ¿Por el 58?
—¡Oh, no, no, de ninguna manera! — exclamó la chica, con un suspiro de alivio—. ¿Cree usted que hubiera osado dirigirme a usted si hubiera sido un preso político? Cae bajo la ley del 7 de agosto.
—En varios casos correspondientes a la ley del 7 de agosto, también se han rechazado peticiones conmutatorias.
—Pero esto es espantoso. Va a morir en un campo de concentración. ¿Cuál es el objeto de tener en un campo a una persona que se sabe va a morir?
El joven oficial la miró largamente, con los ojos muy abiertos.
—Razonando de esa manera, ¿qué queda de la ley? — dijo sonriendo irónicamente—. Después de todo, fue la justicia quien lo condenó. ¿No puede comprenderlo? Y de todas maneras, ¿qué quiere decir eso de "morir en un campo de concentración"? Algunos tienen que morir en los campos de concentración. Cuando les llega la hora, ¿qué importa dónde sea?
Se levantó disgustado y se fue.
Había hablado en ese tono de convicción y simplicidad que dejan cortado al más hábil de los oradores.
La chica de poco tacto cruzó silenciosamente el "living", hacia el Comedor, donde se había servido un té con masitas y, sin que Clara la viera, se puso el tapado en el vestíbulo y salió.
Clara trató de sintonizar el aparato de T.V., pero la imagen empeoró todavía más. En cuanto a Zhenka, ya estaba reaccionando en el baño.
Después que la chica delgada y con aire de preocupación hubo pasado a su lado, Galakhov, Innokenty y Dotnara se dirigieron hacia el "living". Lansky salió a su encuentro.
Normalmente simpatizamos con quien tiene un alto concepto de nosotros. Lansky estimaba altamente lo que Galakhov habla escrito y esperaba más de cada uno de sus libros subsiguientes. Por esto, Galakhov cooperaba con Lansky con el mayor placer y lo hacía avanzar en su carrera.
Alexei Lansky estaba ahora con ese alegre buen humor propio de una fiesta, gracias al cual uno puede hasta decir algo un poco impertinente sin causar una mala impresión.
—¡Nikolai Arkadevich! — exclamó, al tiempo que su fisonomía se iluminaba—. Reconozca que en el fondo de su corazón usted no es un escritor. ¿Sabe lo único que es en realidad? — Esto se parecía mucho a las preguntas de Innokenty, y Galakhov empezaba a sentirse perturbado.— ¡Usted es un soldado! — ¡Un soldado, por supuesto! — Y Galakhov esbozó una sonrisa varonil.
También entornó la vista, como quien mira a la distancia. Ni en los días más gloriosos de su carrera literaria se había sentido tan orgulloso y, sobre todo, tan puro, como cuando, bajo un impulso temerario, con la cabeza llena de ideas de Pushkin, se había abierto camino hacia el puesto de comando de un batallón casi rodeado. Allí arrastró a la artillería y al fuego de los morteros y más tarde, ya de noche, en un refugio hamacado y sacudido por los bombardeos, compartió un cacharro de comida con cuatro miembros del cuerpo de oficiales del batallón y se sintió en términos de igualdad con estos esforzados guerreros.
—Entonces, permítame presentarle a un camarada de armas del frente, el capitán Shchagov.
Shchagov se mantenía rígido, sin dignarse asumir una actitud de reverencia. Su nariz, grande y recta y su fisonomía amplia, contribuían a darle una apariencia de franqueza.
El famoso escritor, por otra parte, cuando vio las medallas, las condecoraciones y los brazaletes que atestiguaban que había sido herido en acción, le ofreció un sincero apretón de manos. "Mayor Galakhov", se presentó sonriendo. "¿Dónde ha combatido? Venga, siéntese y cuéntenos."
Se sentaron en e[sofá, apretujándose junto a Innokenty y a Dotty. Querían que Lansky se sentara también junto a ellos, pero él hizo un gesto misterioso y desapareció; ciertamente, veteranos del frente no podían reunirse sin un trago. Shchagov comenzó a explicar que sé había hecho amigo de Lansky un día de terrible jaleo en Polonia, el 5 de septiembre de 1944, cuando las fuerzas rusas, a marchas forzadas, irrumpieron sobre el Narev y lo atravesaron —Dios sabe cómo— ¡sobre troncos! Sabían que lo iban a hacer fácilmente el primer día, pero pagarían cara una demora. Después se abrieron camino por entre los alemanescomo demonios, haciendo una brecha de sólo un kilómetro de ancho; en ese momento, los alemanes se apresuraron a encerrarlos con trescientos tanques por el norte y doscientos tanques por el sur.
Cuando empezaron los cuentos de guerra, Shchagov abandonó el lenguaje que usaba todos los días en la Universidad y Galakhov el idioma de las oficinas editoras en las reuniones y, sobre todo, el lenguaje deliberadamente calculado en que escribía sus libros. Y ambos dejaron de lado la forma de hablar que acababan de usar en la mesa, ya que se tornaba imposible trasmitir el espíritu ardoroso del frente por medio de un habla tan pulida y cautelosa. Después de las primeras frases, la corrección de su lenguaje había disminuido, y se oyeron injurias imposibles en aquel lugar.
En ese momento, Lansky apareció con tres copas tornasoladas y una botella de "cognac" a medio tomar. Acercó una silla y se sentó, en una posición desde la cual podía ver a ambos interlocutores. Cada cual tomó una copa y él sirvió la primera vuelta.
—¿Por la amistad entre los soldados? — brindó Galakhov parpadeando. Y todos vaciaron sus copas.
—¡Todavía queda un poco más aquí! — dijo Lansky poniendo la botella, cerca de la luz y agitándola con un gesto de reproche. En seguida repartió el resto.
—¡Por los que no volvieron! — propuso Shchagov, elevando su copa.
Y tomaron la segunda vuelta. Lansky echó una mirada furtiva a su alrededor y habiéndose cerciorado de que nadie lo veía, escondió la botella vacía detrás del sofá.
La nueva dosis de alcohol se mezcló con la anterior.
Lansky llevó la conversación a la parte en que él había intervenido en los acontecimientos. Contó cómo, en esa jornada memorable, él, un joven corresponsal de guerra que había salido de la universidad hacía sólo un par de meses, partió por primera vez para el frente; cómo había pedido que lo llevaran en un camión (un camión que trasportaba minas antitanques para Shchagov, cómo habían viajado bajo el fuego de los morteros alemanes desde Dlugosedlo a Kabat, a través de un corredor tan angosto, que el fuego que hacían los alemanes "del norte", producía bajas en los alemanes "del sur"; cómo ese mismo día, en ese mismo lugar, un general ruso que volvía al frente después de gozar de una licencia en su hogar, se metió inadvertidamente con su jeep en medio de las filas alemanas, y nunca se lo volvió a ver.