Dasha quería borrar su tristeza con alguna clase de trabajo. Recordó que había comprado ropa interior de una medida que no era la suya, pero había que aprovechar cuando era posible conseguirla. La sacó ahora y empezó a arreglarla.
Estaban todas calladas. El escritorio se bamboleaba bajo la plancha. Muza se encontraba verdaderamente en su carta, pero no salía bien. Releyó las últimas frases. Cambió una palabra. Retocó varias letras poco claras. ¡No, la carta no resultaba! Era una mentira y sus padres lo sentirían de inmediato. Comprenderían que las cosas iban mal para su hija y que algo espantoso había pasado. Se preguntarían por qué Muza no lo decía abiertamente, por qué estaba mintiendo por primera vez.
Si hubiera estado sola en el cuarto, Muza habría estallado en sollozos. Hubiera llorado fuerte, y tal vez eso habría mejorado las cosas. Pero, en las presentes circunstancias, tiró la pluma y hundió la cabeza en las manos, escondiendo el rostro. ¡Así son las cosas! La decisión de su vida entera y nadie para conversarla, nadie para pedirle ayuda.
El martes debía, pues, enfrentarse de nuevo con esos dos hombres envalentonados, con sus frases hechas, capaces de cualquier cosa. Así debe ser la manera en que un fragmento de granada penetra en el cuerpo —extraño, acerado, pareciendo mucho más grande de lo que es. Qué bueno sería vivir sin ese fragmento de acero en el pecho, pero ahora ya no podía ser quitado; todo había terminado, porque ellos no cederían y ella tampoco claudicaría. No claudicaría porque no podría juzgar las calidades humanas de Hamlet y don Quijote recordando que era una soplona, que tenía un nombre clave como "Margarita", o algo así, y que debía reunir información contra estas chicas o contra su propio profesor.
Muza trató de enjugar, sus lágrimas disimuladamente.
Olenka, por fin, había terminado de planchar la pollera. Ahora le tocaba a la blusa crema con botones rosados.
—¿Dónde está Nadya? — preguntó Dasha.
Nadie contestó. Nadie sabía.
Pero Dasha, mientras cosía, estaba decidida a hablar sobre Nadya. "¿Cuánto tiempo puede seguir así una mujer? Está bien; él había desaparecido en acción, pero hacía cinco años que había terminado la guerra. Ya era tiempo de terminar, ¿no? De mirar a la vida".
—¿Qué dices?, ¿Qué dices? — exclamó Muza con dolor, alzando las manos—. Las anchas mangas de su vestido gris a cuadros se deslizaron hasta sus codos, mostrando sus brazos fláccidos y blancos. "¡Esa es la única forma de amar! El verdadero amor va más allá de la tumba".
Los labios llenos y húmedos de Olenka expresaban desaprobación.
—¿Más allá de la tumba? Esa es una idea trascendental, Muza. Uno puede conservar agradecimiento y tiernos recuerdos —¿pero amor?
—Durante la guerra, — interrumpió Erzhika—, mucha gente fue llevada lejos, a ultramar. Tal vez esté en alguna parte, también.
—Podría estar —admitió Olenka—. En tal caso, ella podría tener esperanzas, pero Nadya es el tipo de persona que disfruta hasta el fondo su propia pena, y sólo la suya. La gente así tiene que tener pena en su vida.
Dasha dejó la costura, moviendo vagamente su aguja sobre una hilera y esperó hasta que todas hubieran hablado. Sabía, cuando inició la conversación, cómo las sorprendería.
—Óiganme, chicas —dijo—. Nadya nos está engañando, nos ha mentido. No cree que su marido haya muerto ni espera que esté desaparecido. Sabe que está vivo y también sabe dónde se encuentra.
Las chicas estaban perplejas.
—¿Dónde te enteraste de eso?
Dasha las miró triunfante. A causa de su notable perspicacia y penetración, sus compañeras la habían apodado "El Investigador". Todo lo que hace falta es saber escuchar. ¿Alguna vez habló de él como muerto? No. Incluso, trata de no decir "él era" y se las arregla para no decir ni "era" ni "es". Si hubiera desaparecido, podría hablar de él, aunque más no fuera una vez, como de un muerto.
—¿Pero, entonces, qué ha sido de él?
—¿Qué? — gritó Dasha, apartando su costura—. ¿No está claro? No, no estaba claro para ellas.
—Está vivo, pero la ha abandonado, y ella tiene vergüenza de reconocerlo. ¡Es humillante! Por eso, se le ocurrió la idea de tenerlo por "desaparecido".
—Esto lo creo, esto lo creo —admitió Lyuda, chapoteando mientras se lavaba detrás de la cortina.
—¡Significa que ella se está sacrificando para su dicha! — exclamó Muza—. Significa que, por algún motivo, siente que debe callar y no casarse.
—¡Exactamente, eres lista, Dasha! — dijo Lyuda, saliendo de atrás de la cortina, sin su "robe de chambre", sólo con su combinación, sus piernas desnudas, que la hacían parecer aun más alta y esbelta. Está desesperada, y por eso asumió el papel de una santa, fiel a un cadáver. No está sacrificando un bledo, está ansiando que alguien la acaricie, ¡pero nadie la desea! Después de todo, una chica puede caminar por la calle y todos volverse a mirarla —pero puede querer echarse en los brazos de alguno sin qué nadie quiera recibirla.
Volvió tras la cortina.
—Pero, por cierto, no es necesario esperar que la gente se dé vuelta a mirarla —objetó Olénka vigorosamente—. Hay que estar por encima de eso.
—¡Ja, ja! — contestó Lyuda—, es fácil para ti porque la gente efectivamente te mira.
—Pero Shchagov la visita —dijo Erzhika, pronunciando con dificultad la-"shch" rusa.
—La visita, pero eso no significa nada todavía —dijo con convicción la invisible Lyuda—. ¡Tiene que morder el anzuelo!
—¿Qué quiere decir "morder"? — dijo Erzhika sin comprender. Todas rieron.
—No, díganme —dijo Dasha insistiendo en su punto de vista—, puede ser que ella espere todavía recuperar a su marido de la otra mujer.
Se sintió el golpe cifrado en la puerta —"No escondan la plancha, soy una amiga".
Todas estaban en silencio. Dasha levantó el cerrojo.
Nadya entró, con paso arrastrado, el rostro agobiado y envejecido, como confirmando las peores burlas de Lyuda. No saludó siquiera a las presentes ni les dijo "Acá estoy" o "Qué hay de nuevo, chicas". Colgó el saco y se fue a su cama.
La cosa más difícil en el mundo hubiera sido para ella decir unas pocas palabras corteses e intrascendentes.
Erzhika leía. Olénka terminaba su planchado ya con la lámpara del techo encendida.
Ninguna supo decir nada. Entonces, deseando romper el silencio embarazoso, Dasha recogió su costura y dijo otra vez: —No, chicas... no, chicas, la vida no es una historia de amor.