—Metido en eso, pero no detrás —dijo Gandalf—. Te olvidas de Saruman. Empezó a mostrar interés por la Comarca aun antes que Mordor.
—Bueno, te tenemos con nosotros —dijo Merry—, así que las cosas pronto se aclararán.
—Estoy ahora con vosotros —replicó Gandalf—, pero pronto no estaré. Yo no voy a la Comarca. Tendréis que deshacer vosotros mismos los entuertos: para eso habéis sido preparados. ¿No lo comprendéis aún? Mi tiempo ha pasado ya: no me incumbe a mí enderezar las cosas, ni ayudar a la gente a enderezarlas. En cuanto a vosotros, mis queridos amigos, no necesitaréis ayuda. Ahora habéis crecido. Habéis crecido mucho en verdad: estáis entre los grandes, y no temo por la suerte de ninguno de vosotros.
”Pero si queréis saberlo, pronto me separaré de vosotros. Tendré una larga charla con Bombadil: una charla como no he tenido en todo mi tiempo. Él ha juntado moho, y yo he sido una piedra condenada a rodar. Pero mis días de rodar están terminando, y ahora tendremos muchas cosas que decirnos.
Al poco rato llegaron al punto del Camino del Este en que se habían despedido de Bombadil; y tenían la esperanza y casi la certeza de que lo verían allí de pie, esperándolos para saludarlos al pasar. Pero no lo vieron, y había una bruma gris sobre las Quebradas de los Túmulos en el sur, y un velo espeso que cubría el Bosque Viejo en lontananza.
Se detuvieron y Frodo miró al sur con nostalgia.
—Me gustaría tanto volver a ver al viejo amigo. Me pregunto cómo andará.
—Tan bien como siempre, puedes estar seguro —dijo Gandalf—. Muy tranquilo; y no muy interesado, sospecho, en nada de cuanto hemos hecho o visto, salvo tal vez nuestras visitas a los Ents. Quizá en algún momento, más adelante, puedas ir a verlo. Pero yo en vuestro lugar me apresuraría, o no llegaréis al Puente del Brandivino antes que cierren las puertas.
—Si no hay ninguna puerta —dijo Merry—, no en el Camino; lo sabes muy bien. Está la Puerta de los Gamos, por supuesto; pero allí a mí me dejarán entrar a cualquier hora.
—No había ninguna puerta, querrás decir —dijo Gandalf—. Creo que ahora encontrarás algunas. Y acaso hasta en la Puerta de los Gamos tropieces con más dificultades de las que supones. Pero sabréis qué hacer. ¡Adiós, mis queridos amigos! No por última vez, todavía no ¡Adiós!
Hizo salir del Camino a Sombragrís, y el gran corcel cruzó de un salto la zanja verde que corría al lado, y a una voz de Gandalf desapareció galopando como un viento del norte hacia las Quebradas de los Túmulos.
—Bueno, aquí estamos, nosotros cuatro solos, los que partimos juntos —dijo Merry—. Hemos dejado por el camino a todos los demás, uno después de otro. Parece casi como un sueño que se hubiera desvanecido lentamente.
—No para mí —dijo Frodo—. Para mí es más como volver a dormir.
8
EL SANEAMIENTO DE LA COMARCA
Había caído la noche cuando, empapados y rendidos de cansancio, los viajeros llegaron por fin al puente del Brandivino. Lo encontraron cerrado: en cada una de las cabeceras del puente se levantaba una gran puerta enrejada coronada de púas; y vieron que del otro lado del río habían construido algunas casas nuevas: de dos plantas, con estrechas ventanas rectangulares, desnudas y mal iluminadas, todo muy lúgubre, y para nada en consonancia con el estilo característico de la Comarca.
Golpearon con fuerza la puerta exterior y llamaron a voces, pero al principio no obtuvieron respuesta; de pronto, ante el asombro de los recién llegados, alguien sopló un cuerno, y las luces se apagaron en las ventanas. Una voz gritó en la oscuridad:
—¿Quién llama? ¡Fuera! ¡No pueden entrar! ¿No han leído el letrero: Prohibida la entrada entre la puesta y la salida del sol?
—No podemos leer el letrero en la oscuridad —respondió Sam a voz en cuello—. Y si en una noche como ésta, hobbits de la Comarca tienen que quedarse fuera bajo la lluvia, arrancaré tu letrero tan pronto como lo encuentre.
En respuesta, una ventana se cerró con un golpe, y una multitud de hobbits provistos de linternas emergió de la casa de la izquierda. Abrieron la primera puerta y algunos de ellos se acercaron al puente. El aspecto de los viajeros pareció amedrentarlos.
—¡Acércate! —dijo Merry, que había reconocido a uno de los hobbits—. ¿No me reconoces, Hob Guardacercas? Soy yo, Merry Brandigamo, y me gustaría saber qué significa todo esto, y qué hace aquí un Gamuno como tú. Antes estabas en la Puerta del Cerco.
—¡Misericordia! ¡Si es el señor Merry, y en uniforme de combate! —exclamó el viejo Hob—. ¡Pero cómo, si decían que estaba muerto! Desaparecido en el Bosque Viejo, eso decían. ¡Me alegro de verlo vivo, de todos modos!
—¡Entonces acaba de mirarme boquiabierto espiando entre los barrotes, y abre la puerta! —dijo Merry.
—Lo siento, señor Merry, pero tenemos órdenes.
—¿Órdenes de quién?
—Del Jefe, allá arriba, en Bolsón Cerrado.
—¿Jefe? ¿Jefe? ¿Te refieres al señor Lotho? —preguntó Frodo.
—Supongo que sí, señor Bolsón; pero ahora tenemos que decir «el Jefe», nada más.
—¡De veras! —dijo Frodo—. Bueno, me alegro al menos que haya prescindido de Bolsón. Pero ya es hora de que la familia se encargue de él y lo ponga en su justo lugar.
Entre los hobbits que estaban del otro lado de la puerta se hizo un silencio.
—No le hará bien a nadie hablando de esa manera —dijo uno—. Llegará a oídos de él. Y si meten tanta bulla despertarán al Hombre Grande que ayuda al Jefe.
—Lo despertaremos de una forma que lo sorprenderá —dijo Merry—. Si lo que quieres decir es que ese maravilloso Jefe tiene rufianes a sueldo venidos quién sabe de dónde, entonces no hemos regresado demasiado pronto. —Se apeó del poney de un salto, y al ver el letrero a la luz de las linternas, lo arrancó y lo arrojó del otro lado de la puerta. Los hobbits retrocedieron, sin decidirse a abrir—. Adelante, Pippin. Con nosotros dos bastará.
Merry y Pippin se encaramaron a la puerta, y los hobbits huyeron precipitadamente. Sonó otro cuerno. En la casa más grande, la de la derecha, una figura pesada y corpulenta se recortó bajo la luz del portal.
—¿Qué significa todo esto? —gruñó, mientras se acercaba—. Conque violando la entrada ¿eh? ¡Largo de aquí o los acogotaré a todos! —Se detuvo de golpe, al ver el brillo de las espadas.
—Bill Helechal —dijo Merry—, si dentro de diez segundos no has abierto esa puerta, tendrás que arrepentirte. Conocerás el frío de mi acero, si no obedeces. Y cuando la hayas abierto te irás por ella y no volverás nunca más. Eres un rufián y un bandolero.