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voces.—¿Qué le ocurre?... ¿Qué quiere?

el desconocido. ( Con voz nada débil.)—¡Llévense a ese bárbaro que es capaz de pegarme un tiro! Y díganle al fondista que no puedo resistir más.

voces.—¿Qué dice?... ¿A qué fondista se refiere?... ¡El desgraciado se ha vuelto loco!

el turista gordo.—¡Hijos míos, qué tragedia! El desventurado ha perdido el juicio. ¿Os acordáis de Hamlet?

el desconocido. ( En tono desabrido.)—Díganle que me duelen los riñones.

macha. ( Melancólicamente.)—Papá: ¡le tiemblan las piernas!

katia.—Son convulsiones, ¿verdad, papá?

el turista gordo. ( Entusiasmado.)—No sé. Me parece que sí. Pero, ¡qué tragedia!

sacha. ( Malhumorado.)—Son las convulsiones de la agonía... ¡Papá, yo no puedo más!

el turista gordo.—¡Qué caso más extraño, hijos míos! Un hombre que de un momento a otro se va a romper la cabeza se queja de dolor de riñones.

Unos cuantos turistas, enfurecidos, aparecen empujando a un señor de chaquetilla blanca, en extremo amedrentado, que sonríe y hace reverencias a todas las gentes y, de vez en cuando, pretende huir.

voces.—¡Es una broma intolerable! ¡Guardias! ¡Guardias!

otras voces.—¿De qué broma hablan?... ¿Quién es ese hombre?... ¡Debe ser un ladrón!

el señor de la chaquetilla blanca. ( Sonriendo y haciendo reverencias.)—¡Ha sido una broma, respetables señores! El público se aburría...

el desconocido. ( Colérico.)—¡Señor fondista!

el señor de la chaquetilla blanca.—¡Enseguida, enseguida!

el desconocido.—¡Yo no puedo estar aquí indefinidamente! Habíamos acordado que estaría aquí hasta las doce y ya es mucho más tarde.

el turista alto. ( Iracundo.)—¿Oyen ustedes, señores? Este sinvergüenza de la chaquetilla blanca ha contratado a ese otro sinvergüenza y le ha amarrado a la roca.

voces.—¡Cómo! ¿Está atado?

el turista alto.—¡Claro! ¡Está atado y no puede caer! ¡Y nosotros aguardando, llenos de angustia!

el desconocido.—¿Pretendían ustedes que me rompiese la cabeza por veinticinco rublos?... Señor fondista: ¡no aguanto más! Por si no era suficiente el dolor de riñones que tengo, un pastor se ha empeñado en ayudarme a bien morir y un turista inglés ha tenido la generosa idea de obsequiarme con un balazo. ¡Eso no estaba incluido en el contrato!

sacha.—¿Ves, papá? ¿No te da vergüenza tenernos todo el día de pie y sin comer para esto?

el señor de la chaquetilla blanca.—Los clientes se aburrían... Mi única intención era entretenerles un poco.

la señora agresiva.—Pero, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué no cae?

el turista gordo.—¡Caerá, señora! ¿No va a caer?

petka.—Pero, ¿es que no has oído que está atado?

sacha.—¡Cualquiera convence a papá cuando se le mete una cosa en la cabeza!

el turista gordo.—¡Callad!

la señora agresiva.—¡Claro que caerá! ¡Pues no faltaba más!

el turista alto.—¡No se puede engañar de este modo a la gente!

el señor de la chaquetilla blanca.—El público se aburría... y yo, para proporcionarle unas horas de excitación..., pensando en sus sentimientos altruistas.

el corresponsal. ( Escribiendo.)—El dueño del hotel, aprovechándose de los mejores sentimientos humanos...

el desconocido. ( Colérico.)—Pero, ¿hasta cuándo piensa tenerme usted aquí, señor fondista?

el señor de la chaquetilla blanca.— ¡Tenga un poco de paciencia, joven! ¡No sé de qué se queja usted! Veinticinco rublos; las noches libres...

el desconocido.—¿Es que pretendía que durmiera yo aquí?

el turista alto.—¡Son ustedes unos granujas! ¡Se han aprovechado de un modo indigno de nuestro amor al prójimo! Nos han hecho sentir terror y lástima, y ahora resulta que el desventurado —¡el supuesto desventurado!—, cuya caída esperábamos todos, está atado a la roca y no puede caer...

la señora agresiva.—¡Cómo! ¡Pues no faltaba más! ¡Es necesario que caiga!

Llega, jadeando, el pastor.

el pastor.—¡Es una pandilla de impostores ese Ejército de Salvación!... ¿Todavía vive ese joven? ¡Qué fuerte!

una voz.—¡Lo fuerte son las ligaduras!

el pastor.—¿Qué ligaduras? ¿Las que le atan a la vida? ¡Oh, la muerte las rompe con suma facilidad! Por fortuna, su alma está ya purificada gracias a la confesión.

el turista gordo.—¡Guardias, guardias! ¡Es preciso un juicio oral!

la señora agresiva. ( Avanzando, amenazadora, hacia el señor de la chaquetilla blanca.)—¡No puedo permitir que se me engañe! He visto a un aviador estrellarse contra un tejado, he visto a un tigre despedazar a una mujer...

un fotógrafo.—¡Las placas que he gastado fotografiando a ese sinvergüenza tendrá que pagármelas usted, señor!

el turista gordo.—¡Un juicio oral! ¡Es preciso un juicio oral! ¡Qué desvergüenza!

el señor de la chaquetilla blanca. ( Retrocediendo.)— Pero, ¿cómo quieren ustedes que le obligue a caer? Se negaría por completo.

el desconocido.—¡Claro que me negaría! Yo no me estrello por veinticinco rublos.

el pastor.—¡Qué bribón! ¿Para eso he arriesgado yo mi vida confesándole? Y es que, señores, he arriesgado mi vida, exponiéndome a que cumpliera su amenaza de dejarse caer encima de mí.

macha. ( Melancólica.)—Papá: ¡un policía!

Enorme confusión: Unos rodean tumultuosamente al policía y otros al señor de la chaquetilla blanca. Ambos exclaman: "¡Señores, por Dios!"

el turista gordo.—Señor policía: ¡hemos sido víctimas de un engaño, de una bribonada!

el pastor.—¡El joven de la roca es un infame, un criminal!

el policía.—¡Calma, señores, calma!... ¡Eh, amigo! ( dirigiéndose al desconocido): ¿está usted dispuesto a caer o no?

el desconocido. ( Con tono resuelto.)—¡No, señor!

voces.—¿Lo ve usted? ¡Es un cínico!

el turista alto.—Escriba usted, señor policía: "Explotando el santo amor al prójimo..., ese sentimiento sagrado que..."

el turista gordo.—¿Oís, hijos míos? ¡Qué estilo!

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