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Dolores no me ha contestado en seguida, me ha mirado, tristemente callando. Pero de súbito, enarcando las cejas, exclama:

—¡Bueno, sí! ¡Naturalmente, lo escribiré! Ahora mismo, no te vayas, por favor.

Ha cerrado tras de sí la puerta y ha salido una hora después con algunas cuartillas escritas cuidadosamente, con bonita letra.

«Desde lo más hondo de mi corazón, del corazón de una mujer española y de una madre que, como todas las madres, lo que más quiere en el mundo son sus hijos, os envío a vosotras, mujeres rusas y mujeres de todo el mundo, mi grito de dolor y de protesta. Lo mismo que siento yo, lo sienten ahora todas las mujeres y madres del pueblo español, las que han mandado a sus maridos al sangriento combate y las que luchan, ellas mismas, por la libertad, por la felicidad del pueblo español, por la paz en todo el mundo, contra los provocadores fascistas de la guerra.

«¡Mujeres y madres de la Unión Soviética y de todo el mundo! Las mujeres españolas os presentan su amargura, su ira, su dolor por la inocente sangre vertida. En los días felices de la fiesta del País del Socialismo, no os olvidéis de nosotras, mujeres de Castilla, de Asturias, de Vizcaya y de Cataluña, como no nos habéis olvidado y nos habéis ayudado durante todos estos duros meses de lucha. Acordaos de nuestro pueblo, herido, ensangrentado, acordaos de nosotras, de vuestras hermanas, que caen en lucha desigual por su vida y su honor.

»Elevad más alto aún vuestra fuerte voz de protesta contra la intervención fascista en España. Condenad aún con más fuerza a los viles asesinos; vosotras, fuertes, felices, tranquilas, ayudadnos a vencer, ayudadnos a derribar y derrotar al enemigo que penetra en nuestras casas, que destroza nuestros hogares. Esto es lo que deseaba deciros, sin ensombrecer vuestra fiesta, queridas hermanas, mujeres soviéticas.»

Masha ha conseguido un asiento en un coche y ha partido hoy. En el último instante ha entrado en la habitación llevando en brazos a una criaturita de rostro oval, pensativo y soñador, con una bondadosa sonrisa, y largos mechones de suaves cabellos rubios, una criatura de unos dos años de edad. Es un ahijado. Es un hijo español.

Es posible que aún lleguen a tiempo a la fiesta de Moscú.

3 de noviembre

Durante todo el día se ha librado una porfiada lucha entre los restos de la milicia popular y las grandes fuerzas de los facciosos, con su potente artillería y su aviación.

En la carretera de Toledo, los republicanos, habiendo reunido seis batallones, atacaron junto con seis tanques y rompieron las líneas de los fascistas. Las unidades de Burillo han penetrado en Valdemoro. Querían avanzar más aún, pero los facciosos han acumulado refuerzos a toda prisa, se han lanzado contra los republicanos y los han desalojado del pueblo.

Los tanques, entretanto, habían sido llamados al sector inmediato; han ayudado a la columna de Uríbarri a irrumpir, por tercera vez, en Torrejón. En este lugar, el enconado combate ha durado unas cinco horas.

Los combatientes se han comportado bien, ya han aprendido a no malgastar los cartuchos, a correr a trechos, a pegarse a las rugosidades del terreno y a permanecer echados, tranquilos, bajo la aviación. No está bien decir tranquilos, es mejor decir firmes. Por tres veces han volado los Junkers sobre las ruinas de Torrejón, por tres veces han cubierto todo el sector de estrépito, fuego y humo, y los combatientes se han mantenido en su sitio.

Pero cuando los tanques se han retirado, la infantería ha abandonado Torrejón media hora después.

Los tanques habían ido a Leganés. Allí la situación era mucho peor. Los fascistas han partido de Navalcarnero cual amenazador alud, han llegado hasta Móstoles y lo han ocupado. Era necesario cubrir Leganés totalmente desamparado.

Líster y Bueno han contraatacado en dirección a Pinto, mas no han logrado apoderarse de la localidad.

El día no ha traído éxitos, todos están exhaustos, pero el estado de ánimo es mejor. Ha aparecido el furor combativo, cosa que ha faltado durante todas estas últimas semanas.

Los comandantes de infantería hasta están contentos de sus pérdidas, el número de muertos y heridos ha aumentado mucho durante estos dos días. El hospital militar de Carabanchel y la enfermería del Quinto Regimiento están archirrepletos. «¡Así, pues, se lucha! ¡Así, pues, combatimos y no huimos! ¡Ah, si se hubiera combatido así diez días antes! ¡Si tuviéramos ahora algunas reservas!»

Pero aún no hay reservas; los que se habían comenzado a formar, se han lanzado sin la debida preparación aquí, en esta carnicería, en la retirada ante Madrid. En alguna parte están en camino los catalanes de Durruti. Los anarquistas han decidido mandar una columna en ayuda de Madrid. Cuatro anarquistas han entrado a formar parte del gobierno, García Oliver es el ministro de Justicia...

Miguel Martínez ha pasado todo el día con una sección de tanques. La sección ha sido enviada de un lugar a otro nueve veces, la han mandado cada vez a donde las líneas republicanas crujían y se rompían.

En todas partes los han recibido con enternecedora alegría, los infantes arrojaban sus gorros al aire, aplaudían, se abrazaban, hasta se han sentado en los tanques cuando éstos han avanzado, al ataque. Pero no bien llegaba el motorista de enlace llamando a la sección a otro lugar, cambiaba el estado de ánimo, se hacía sepulcral y desesperado. Los milicianos, baja la cabeza, arrastrando el fusil por el suelo, caminaban hacia atrás, hacia la retaguardia, hacia Madrid.

Por la mañana, los tanquistas estaban animados; luego se fatigaron, se enfurecieron, se callaron. ¡Desde cuándo luchan, sin descansar, durmiendo cuatro horas al día! De todos modos, han salido una y otra vez, decenas de veces, han trepado a las colinas, han disparado sin cesar, dispersando las concentraciones de la infantería enemiga. El metal de los cañones y los mecanismos de las ametralladoras se han puesto incandescentes. No había agua para beber. El fuego enemigo los afligía poco. Las balas tamborileaban como las grandes gotas de la lluvia contra un tejado de planchas metálicas. Sólo resultaban peligrosos los impactos directos de los obuses de gran calibre. Sin embargo, los tanques han avanzado, abriéndose paso a través de la cortina de fuego de la artillería, se han acercado a los cañones y los han obligado a enmudecer.

Sólo preguntaban:

—Además de nosotros, ¿combate aún alguien más?

Miguel les respondía:

—¡Naturalmente! ¡Poco a poco! ¡Todo a su hora! Todavía no se ha puesto en su punto la acción conjunta. Están aprendiendo.

Los tanquistas se sonreían. A esto, no respondían nada. Tenían enormes deseos de dormir. Adelgazaban a ojos vistas y se habían puesto sucios como deshollinadores. Durante todo el tiempo deseaban agua fresca y descabezar un sueño. Han cambiado mucho en estos seis días.

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