23 de octubre
El contraataque de los republicanos sobre Illescas no ha tenido éxito. Ha sido concebido e iniciado con bastante corrección, mediante tres columnas —de frente y desde los flancos—. Las columnas estaban dirigidas por buenos comandantes. Los combatientes han luchado con arrojo, han llegado al cuerpo a cuerpo incluso con los moros y han matado a no pocos de ellos. Illescas se encontraba casi en manos de las unidades que mandaba el mayor Rojo. Pero a combatientes y comandantes les ha faltado dominio de sí mismos. Por otra parte, el fuego del enemigo, de artillería, de ametralladora y de aviación, ha sido arrollador... De todos modos esta operación es consoladora, ofrece síntomas de que se ha producido cierto cambio radical en las tropas.
Pero ayer, avanzando por la carretera de Extremadura, los facciosos tomaron Navalcarnero, importante nudo de comunicaciones, Quijorna y Brúñete. Tienen prisa. ¡Si ese cambio se hubiera producido un mes antes! Con unidades como las que se han batido junto a Illescas, bien que mal se habría podido contener al enemigo ante Toledo.
Miguel recorre los sectores de lucha, traba conocimiento con los comisarios, con los delegados políticos, conversa con los combatientes. Por la noche escribe folletos.de divulgación acerca del trabajo político, sobre táctica, sobre defensa antiaérea.
Todos los días a dieciocho horas, en torno a una mesa redonda de mármol, se reúnen Del Vayo, sus cinco vicecomisarios, Miguel y otros dos comisarios. Se informa y se dan a conocer los episodios del día transcurrido, se toman resoluciones acerca del día siguiente. Al otro lado del rellano está la residencia de Caballero. Allí acude Del Vayo para ponerse de acuerdo con el presidente del consejo y ministro de la Guerra.
Este sistema es poco apropiado; las secciones dirigidas por los vicecomisarios trabajan casi todo el día en el vacío; las directrices dadas el día anterior por la tarde envejecen a pasos de gigante debido al cambio rapidísimo y catastrófico de la situación, y sólo a las dieciocho horas pueden recibirse nuevas directrices. El propio Del Vayo está ocupado de día en su Ministerio de Relaciones Exteriores y en los despachos de quienes le sustituyen para cumplir toda clase de encargos de partido.
Los organismos del comisariado aún trabajan a tientas, sin experiencia; por de pronto toman en consideración todas las ideas, proposiciones y proyectos que les sugieren, pero no están en condiciones de digerirlos.
Los propios comisarios no saben todavía de qué ocuparse primero. Unos sólo controlan al jefe militar, sin interesarse por la unidad; otros, al contrario, se pasan todo el tiempo entre los combatientes, pero casi desconocen a su jefe, y ambos evitan encontrarse. Unos se consagran a la labor de instrucción, a los periódicos, octavillas y libros, sin ocuparse de la vida militar de la unidad; otros se han concentrado en el avituallamiento, en las preocupaciones de la intendencia; los hay también que empuñan el fusil como los demás combatientes, considerando que su ejemplo personal como soldados es por completo suficiente para cumplir sus obligaciones como comisarios. Todo esto de por sí no está mal, pero por ahora son muy pocos los que logran combinar en su labor todas las funciones del comisario.
Los comisarios de las unidades del frente central tienen una mala costumbre: acudir todos los días a la ciudad para informar al comisariado; aquí se pasan dos o tres horas. Hoy se les ha prohibido hacerlo; la recogida de los informes, personales y escritos, corre a cargo de los inspectores, que visitan el frente: los comisarios no tienen derecho a ausentarse de sus unidades sin que se les llame.
Después de larga resistencia, de dilaciones burocráticas y vacilaciones, el Ministerio de la Guerra ha aceptado las bases de organización de tropas regulares tal como ha propuesto el Quinto Regimiento. Se ha establecido como unidad militar la brigada mixta compuesta de tres o cuatro batallones, con un destacamento de descubierta, una compañía de zapadores, una sección de comunicaciones, un destacamento de transporte y tres baterías de artillería. El batallón consta de una compañía de ametralladoras y tres de tiradores. Los efectivos de la brigada han de ser 3 000 hombres, 12 cañones, 2 500 fusiles y 60 ametralladoras.
Desde luego, esta composición de la brigada sólo existe por de pronto en el papel. Pero su formación ha comenzado; las heterogéneas columnas, compuestas de retazos, se van transformando en brigadas. Quien efectúa este cambio con más éxito es Líster; su brigada pronto será una realidad. De momento, al frente se mandarán en total seis brigadas. Pero carecen aún de cañones y de transporte. Largo Caballero y quienes le rodean actúan con una monstruosa e incomprensible lentitud en la creación de reservas.
Se habla muy mal del general Asensio, comandante en jefe del frente central. Todo cuanto este hombre toca se desploma, se hunde, se deshace. Han empezado a llamarle en voz baja «el organizador de las derrotas». ¿Se trata, simplemente, del destino de un hombre convertido en cabeza de turco por los reveses generales? ¿Se trata, quizá, de incapacidad inofensiva? No, Asensio es un hombre muy inteligente, de lúcido juicio, culto. Por sus conocimientos, por el don de hacerse cargo rápidamente de una situación dada y comprenderla, Asensio es, en verdad, una estrella de primera magnitud entre los militares españoles. Largo Caballero está loco por él, defiende a rajatabla, frente a todos los ataques y críticas, a ese hombre tan dudoso.
24 de octubre
El día ha sido relativamente tranquilo. El contraataque en Illescas, de todos modos, ha contenido a los facciosos. ¡Si se les pudiera contener de este modo aunque fuera unas dos semanas, mientras se forma el ejército y llegan las reservas! ¡Si se pudiera! Porque en Albacete algo se está formando; allí se reúnen, de momento por docenas, voluntarios internacionales; serán unidades de choque, con experiencia de la guerra mundial; con ellas se podría iniciar un buen contraataque y alejar de Madrid a la horda fascista. Además, habrá tanques y aviones —a pesar de todo, el gobierno ha logrado comprar unos pocos en el extranjero, ya se están montando, ya se instruye a su personal de combate y técnico—. ¡Estas dos semanitas!
De la ciudad desaparece todo aquel que puede hacerlo. Pero son pocos los que lo logran. Se van de Madrid, valiéndose de todos los medios, buenos y malos, las personas de buena posición, los altos funcionarios. La gente pobre no tiene adonde ir ni en qué ir. Y el caso es que si algo ocurre, es precisamente la cabeza de la gente pobre la que va a saltar.
Los burgueses extranjeros o se han marchado o han pasado de los hoteles a las residencias anejas a las embajadas. No han quedado más que cuatro o cinco corresponsales de prensa.
Cuando llega la noche, la oscuridad de las calles es total; en todas partes piden la documentación; ir en coche sin armas resulta peligroso.
De pronto llega Aragón de París. Ha abandonado todas las ocupaciones, se ha zarandeado por toda España, junto con Gustav Regler y Elsa Triolet, en un autobús para agitación y propaganda que la Asociación Internacional de Escritores ha comprado e instalado para la Alianza española. Hemos cenado en el último restaurante vasco que queda; luego hemos conversado largo rato en mi estancia. Aragón está furioso por la posición que ha adoptado el gobierno de Francia, por la traición de hombres que se denominan demócratas, patriotas, enemigos del fascismo. Ahora, cuando Madrid se halla en peligro, declaran que en efecto, antes habría hecho falta ayudar a los españoles, pero que ahora ya es tarde, ahora de todos modos la partida se ha perdido.