Con estas bombas queman los bosques y los matorrales, asfixian con pestilente humo a hombres y ganado, pasando poco a poco a la guerra química.
Contemplad algún valle después de un bombardeo —todo está surcado y deformado por enormes embudos—. De la tierra han sido desprendidas, a jirones, sus cubiertas verdes; se consumen los tocones encendidos de los árboles. Y he aquí que, poco a poco, sin saber de dónde, empieza a salir gente. Al principio se callan, no se desea oír palabras. Parece que están pensativos —en realidad están ensordecidos—. Pasan unos momentos, y esas personas ya vuelven a moverse, se afanan, bromean y lo que es fundamental: otra vez combaten. Hasta durante los mismísimos ataques aéreos, los soldados conservan su espíritu combativo. Varias veces, y hoy se ha repetido el caso, cuando los piratas del aire hacen gala de toda su insolencia, durante los virajes a poca altura, los infantes disparan contra los pilotos de los aviones de caza, y ya han derribado a dos.
4 de junio
Hay aquí hombres excelentes, algunos del propio país, otros venidos en avión desde el frente central para ayudar a los vascos. Los mejores de ellos, por sus cualidades combativas y morales, son Cristóbal y Niño Nanetti. El primero es el jefe de la columna que defendió tenazmente San Sebastián hasta la última hora. El segundo es un italiano, de las Juventudes Comunistas, magnífico jefe militar, que mandó una brigada y luego una división junto a Madrid. Cristóbal manda un sector, pero Niño lleva ya diez días haciendo antesala en el Estado Mayor, esperando destino, pese a que el Estado Mayor le llamó insistentemente por radiograma. Reina aquí una confusión espantosa. Lucha de intereses y de influencias —nacionales, políticas, territoriales—. Discuten entre sí vascos y españoles, nacionalistas y los miembros de los otros partidos, los otros partidos entre sí y en su propio seno. Adopta una actitud muy rara Juan Astigarrabía, secretario del Partido Comunista de los vascos. Obra como un dictador, además sin talento alguno, adopta las resoluciones más importantes personalmente, eliminando, de hecho, el buró político de la localidad. Lo peor es que, en esencia, tales resoluciones casi siempre son erróneas y reflejan la posición vacilante, indecisa, poco firme del gobierno vasco, por el que Astigarrabía se ha dejado llevar. Se mantiene arrogante e inaccesible respecto al Comité Central de Valencia, ha salido con la teoriita de que el Partido de los vascos no es una parte del Partido Comunista español, sino que mantiene con él «fraternales» relaciones, es decir, posee frente a él derechos iguales e independientes. Alarmado por tales hechos y por toda la situación, el Comité Central ha mandado aquí a un delegado con plenos poderes, quien ha llegado venciendo enormes dificultades y corriendo un gran riesgo. Astigarrabía le ha recibido con manifiesta hostilidad, mejor dicho, casi se ha negado a recibirle y no le ha facilitado alimentos, declarando que en Bilbao no hay comida. El delegado con plenos poderes ha de vivir y alimentarse con los soldados comunistas, y ha organizado su contacto con el Partido al margen del secretario.
Los propios nacionalistas vascos, en estos días durísimos y decisivos, actúan de manera insensata e inexplicable. Sólo cabe explicar sus actos por las contradicciones y la lucha entre los mismos nacionalistas. Por una parte son indudables su deseo y su decisión de luchar contra Franco, quien se ha negado a prometer a los vascos ni siquiera un ápice de autonomía. Se mantienen al lado del gobierno central, se consideran fuertemente ligados a él, su único amigo, de cuyas manos han recibido la autonomía. Y al mismo tiempo, a cada paso efectúan pequeños pronunciamientos, cambios de a perra gorda, apropiaciones, demostraciones. Estos días, los nacionalistas han detenido, de pronto, a toda la oficialidad de marina y han colocado en los torpederos y submarinos a su propia gente, personas muy sospechosas, de poco fiar respecto al fascismo. El presidente Aguirre, que es ahora, también, el jefe supremo del frente vasco, se puso furioso (o hizo ver que se ponía furioso) al tener noticia de este hecho, pero luego se resignó e incluso lo aprobó por ciertas consideraciones.
He visitado al presidente. Es tan simpático y elegante como antes, y aún más amable. Ha agradecido con mucho calor que la Unión Soviética haya acogido a niños vascos, y se ha mostrado especialmente conmovido por el hecho de que desde Moscú pidieran silabarios y manuales en vasco para los pequeños refugiados.
—¿Creía usted, por ventura, que queremos rusificarlos? Son nuestros huéspedes, pero son vascos y seguirán siendo vascos.
—¡Sí, sí, esto es muy conmovedor, muy delicado!
Preguntó ávidamente por la situación internacional, se lamentó de que se encontraban solos y aislados, de que chocaban con dificultades económicas, financieras y de divisas. No tiene ayudantes ni especialistas en estas cuestiones.
—Perdone, señor presidente, pero si alguien tiene de esto la culpa es usted mismo. En el gobierno central, la situación es infinitamente peor. Allí quien dirige las finanzas es un médico, Negrín; los otros ministerios están ocupados por obreros y periodistas; en cambio, en su partido hay comerciantes y viejos hombres de negocios de gran experiencia. Hay muchos vascos ricos en el extranjero, ¿dónde están sus sentimientos nacionales, patrióticos? Ahora, cuando Vasconia, por fin, es independiente, ¿cómo es posible que no ayuden a su gobierno con recursos, con armas, con empréstitos? Su proletariado, todos estos obreros católicos, ofrendan ahora a la patria, gratuitamente, su trabajoy sus vidas, todo lo que tienen. Y son muy modestos en las pretensiones que a cambio presentan, no han tocado las fábricas, las empresas ni los bancos. En interés de la guerra, ni siquiera se han elevado los salarios —y han hecho una tontería, dicho sea de paso—. Esperan pacientemente mejores tiempos, luchan a crédito.
Aguirre se rió.
—Lo ha dicho bien, señor redactor, o lo ha dicho sin querer. Así es, luchan a crédito. Y es este crédito lo que temen mis colegas burgueses. Prefieren manifestar con altisonantes palabras su nostalgia por la autonomía de los vascos conservando sus dividendos, que obtener esta autonomía y pagar a sus trabajadores. En cuanto a mí y a mi gobierno, proseguiremos la lucha firmes, hasta el fin, defendiendo los intereses nacionales de todo el pueblo, de todas las clases...
La prensa de Bilbao está hoy enfrascada en una borrascosa discusión acerca del mantenimiento de los secretos militares. Han dado motivo a ella mis palabras en la recepción de los periodistas locales, celebrada ayer. Dije que, en calidad de crítica amistosa, había de destacar la increíble locuacidad de la prensa. Son, sobre todo, nocivas y muy provechosas para el enemigo las detalladas enumeraciones, en la prensa, de los edificios alcanzados por las bombas y los obuses fascistas. Esto es una verdadera corrección del tiro y de los bombardeos de los fascistas. Y todas las otras noticias que se dan como son: direcciones de los cuarteles, listas de combatientes y jefes que han recibido tabaco, con los números y emplazamientos de las unidades... Se dedican columnas enteras a la discusión de esa idea, más que modesta. Algunos periódicos consideran que la observación es justa y que es hora ya de dejar de hablar de este modo, aunque sea privando al lector de un «interesante y valioso material para la educación de su cólera antifascista». Otros órganos de prensa ven en la declaración un ejemplo de espiomanía. ¡Como si tuvieran gran importancia para el enemigo, todas estas direcciones! Como si le hicieran falta, ¡ve muy bien desde el aire dónde caen las bombas! ¡Aviado iba el enemigo si organizara su exploración sólo a base de los periódicos! Además, los periódicos de Bilbao llegan al territorio de Franco sólo a los cuatro o cinco días de haber salido. Los datos han envejecido hace mucho. No, nuestro colega soviético es en extremo aprensivo...