—¿Y el Don, qué río es? —me ha preguntado Adams—. He leído mucho acerca del Don. ¿A qué se parece: al Rin, al Danubio? ¿Por qué se llama «apacible»?
Me he puesto a hablar a Adams, del Sarre, sobre el río Don, sobre la estepa, sobre las aldeas cosacas, sobre los cosacos. Me escuchaba atentamente, en silencio. Me ha preguntado de qué color se ve el río, a simple vista, qué peces se crían en él, dónde es más hermoso, en su cuenca alta o en su desembocadura.
Le he dicho que abajo, después de Rostov, a mí me gusta más. Navegar por los brazos del delta, hacia el mar de Azov... Ahí, en una elevación, se ve la pequeña ciudad de Azov, una vieja ciudad, la vista es muy hermosa...
—En Azov, las muchachas cantan bien. Sobre todo una —añade de pronto Borislav.
—¿También allí has estado, granuja? —dice riendo Adams, del Sarre—. ¡Vaya con el serbio!
—¡Y a ti qué te importa! Vete a saber adonde va uno a parar...
Hemos permanecido largo rato contemplando el negro cielo castellano, sus estrellas puras, claras, como lavadas. Era evidente que todos pensábamos en lo mismo. En aquellos que, muy lejos de aquí, en los diferentes extremos del mundo, están mirando ahora ese mismo cielo, su nocturno negror o su brillante color azulino de mediodía.
—¿Y qué más da que sea serbio? —dice Borislav—. El caso es que cantan bien. Sobre todo una.
28 de febrero
Hace ya tres semanas que duran, sin interrupción, los duros y sangrientos combates al suroeste de Madrid. Sucediéndose unos a otros, se han fundido en una gran batalla; por ahora, la más grande de todas las batallas de la guerra civil en España.
En los combates del Jarama, las fuerzas más importantes de los fascistas españoles y de los intervencionistas extranjeros han chocado con las fuerzas más combativas del joven ejército republicano. Lanzando un poderoso golpe sobre un sector nuevo, que casi no había combatido, el mando fascista esperaba romper sin dificultad el frente y, por fin, aislar Madrid. En vez de esto, se ha encontrado con una defensa activísima, con toda una serie de contraataques y contragolpes demoledores. La operación ideada y empezada por los facciosos como ofensiva, pronto se ha convertido en réplica.
Casi en toda la zona de los combates, los republicanos mantienen las líneas en la parte opuesta del río que se defiende. En algunos lugares han elegido como extremo avanzado de la defensa, su propia orilla. Y sólo en un trecho los fascistas han forzado el río; pero, acorralados en la orilla, no pueden seguir avanzando. Los rodean por los flancos, los atacan de frente, los baten desde la tierra con fuego de artillería y de ametralladora y desde el aire con ataques de la aviación de asalto.
¡Veinte días, y ni una sola hora de reposo, ni de día ni de noche!
Veinte días en el campo, al aire libre, en movimiento constante, corriendo a trechos, bajo los shrapnels, luchando cuerpo a cuerpo, todo esto es completamente nuevo para los republicanos después de la lucha inmóvil, de trincheras y posiciones, ante los muros de Madrid. Ésta ha sido una dura prueba para las divisiones, brigadas y batallones del ejército regular formados sólo hace poco tiempo, y sus combatientes, sus jefes y comisarios, a pesar de todo, la han resistido.
Es muy poco probable que la batalla del Jarama decida la suerte de la guerra civil, ni siquiera del frente de Madrid. Ahora se está apagando sin haber dado ventaja decisiva a ninguna de las dos partes. Pero la batalla del Jarama sin duda alguna entrará en la historia de la guerra como una gran batalla, complicada, con utilización de todos los tipos de armas y de tropas. Que los historiadores de la guerra, empero, no se aficionen demasiado a los esquemas sobre la disposición de las unidades. Que recuerden que en estas unidades combatían: por una parte, guerreros profesionales bajo el mando de instructores y generales alemanes; por otra, jóvenes unidades del pueblo en armas, dirigidas por mandos del mismo pueblo, por jefes de división que comenzaron a empuñar las armas hace medio año, como simples milicianos voluntarios.
3 de marzo
De nuevo reina la tranquilidad en los frentes alrededor de Madrid. Y la ciudad vuelve a vivir su vida ya encarrilada, casi habitual, transparentemente real, sosegadamente intranquila.
Miro cómo trabaja la organización del partido de los comunistas en la capital asediada. He aquí una célula.
Si preguntáis dónde está el buró de la célula, tendréis que añadir a la fuerza de qué célula. En esta fábrica, lo mismo que en otras empresas, hay varias células. Hay células de comunistas, de socialistas, hay grupos de anarquistas, de republicanos de izquierda. Todos utilizan para las reuniones una misma estancia, por turno: la que era antes salón para los clientes.
Hoy se reúne en el salón el buró de la célula comunista. Asisten: el secretario, el secretario técnico, el organizador sindical del Partido, el tesorero, dos representantes de la juventud y varios obreros del turno libre.
Orden del día: i) sobre la evacuación, 2) sobre el aumento de la producción, 3) sobre el periódico mural.
El informe sobre el primer punto corre a cargo de un montador de la fábrica, anarquista. Acompañó a las familias de los obreros al este, a la costa, y los ha instalado a todos juntos, en un pequeño pueblo. El traslado se hizo rápidamente, bien, sin incidentes; sin duda alguna porque el comité de la fábrica asignó cantidades complementarias a los gastos que la Junta de Defensa de Madrid establece para la evacuación.
Una vez terminado el informe, el anarquista desea retirarse. Le invitan a que se quede y a que participe en la discusión. La evacuación ha planteado un nuevo problema: cómo facilitar la comida a los trabajadores que se han quedado sin ama de casa. Se propone organizar un comedor de la fábrica. Pero la propuesta no tiene éxito: dicen que esto es demasiado complicado y que origina muchas preocupaciones. Después de una viva discusión se acuerda ponerse en contacto con el dueño de la taberna vecina para que éste dé de comer a los obreros que están sin familia, y lo haga a un precio módico. Obtenerle, con este fin, carne, aceite de oliva, patatas y carbón. Surge un debate colateral: si será justo facilitar a la cocina carbón de la cantidad que el gobierno concede para la producción de guerra. La mayoría reconoce que es posible dar un poco.
El segundo punto de la orden del día toma casi todo el tiempo de la reunión. Antes, la fábrica construía tornos. Ahora ha sido requisada temporalmente y produce material de guerra de primerísima importancia. En la reunión general de la fábrica se tomó por unanimidad el acuerdo de trabajar en dos turnos de diez horas para aumentar la producción. Para tres turnos, falta personal: los obreros han salido y salen para el frente, cuesta mucho trabajo retenerlos en la fábrica. Así han trabajado durante dos meses. Ahora, los obreros comunistas proponen: establecer para cada turno la semana normal de cuarenta y cuatro horas; reducir la jornada de producción, con lo que se economizará combustible, y aumentar el rendimiento racionalizando el trabajo. Los ingenieros republicanos acogen la proposición con mucho interés y la apoyan sin reservas... Después de un detallado análisis de todo el plan, el buró resuelve: elevar el proyecto al comité de la fábrica y, después, al delegado del gobierno.