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Pregunta qué nuevos pasos ha dado el gobierno de su país en respuesta al ataque pirata contra un avión civil de Francia. Alguien le había dicho que desde París se había mandado un ultimátum a los facciosos. Esto le alegra. Pero no se ha mandado ultimátum alguno. El gobierno francés no ha hecho nada, oficialmente ni siquiera se da por enterado de lo que ha ocurrido. No quiero desilusionar a Delaprée gravemente herido, quizá en trance de muerte. Manifiesto la esperanza de que lo que es ahora el gobierno francés va a cantarle a Franco las cuarenta. El herido abriga la misma esperanza:

—¡Si por lo menos esta vez hicieran algo! Si no es así, a mí hasta me va a dar vergüenza llevar esta infame bala en la ingle.

11 de diciembre

Desde las afueras de la ciudad ya se divisa la brillante y azulina nieve del Guadarrama. Las montañas están adornadas por la nieve y por el sol. Se han hecho más claras y más próximas. Por los desfiladeros, subiendo y bajando, serpentea, la línea del frente, retumban escasos disparos. Los hombres avanzan cautelosamente en esquíes, en carros, en mulos.

Antes eso parecía endiabladamente cercano y, en efecto, hallarse a treinta o cuarenta kilómetros ¿no es hallarse ante las mismas narices de la capital? Ahora, cuando el frente pasa entre las facultades de medicina y de filosofía de la Universidad de Madrid, ahora, el sector montañoso se ha convertido en algo apartado, tranquilo y secundario. Pero, desde luego, esto es una ilusión. La calma en el Guadarrama es una formalidad. Es un equilibrio inestable. Puede desplomarse el día menos pensado.

En el campo del fascismo español, asignan un valor singular, místico, a la toma de El Escorial, al dominio del famoso monasterio de San Lorenzo. Dando vueltas y más vueltas a sus explicaciones por su larga inmovilización ante Madrid, Franco ha declarado, entre otras cosas, que la toma de El Escorial, el centro histórico religioso más importante de España, equivaldría políticamente a la toma de Madrid, e incluso sería más importante. Ahora, en señal de su acendrado amor por el Escorial, Franco lo ha bombardeado desde el aire.

Me aproximo a El Escorial confuso, como un escolar se acerca a la mesa de exámenes. ¡Cuántas sentencias y fórmulas sabihondas no se han pronunciado aquí, en el transcurso de siglos, por parte de literatos viajeros, cuántos reproches dirigidos a Felipe II, cuántas burlas sobre su edificio, cuántas definiciones debeladoras de este pesado cajón de piedra! ¿Qué puede añadirse a ello, aún?

Pero cuando, tras un recodo del camino, majestuosamente, en medio de una poderosa y de ningún modo sombría solemnidad, se descubre el gigantesco anfiteatro granítico rodeado por un muro de rocas aceradas, y en su falda, tallado de estas mismas rocas, se ve el dórico cuadrilátero granítico de impecable sencillez con sus dos mil seiscientas ventanas, en seguida se desvanece y se olvida toda la monda estética de las casuales generalizaciones psicológicas. El Escorial es, en verdad, hermoso y veraz por su idea y por su ejecución; es un monasterio-fortaleza, un palacio-oficina del fuerte y católico imperio colonial del siglo xvi, correspondiente al apogeo y comienzo de la decadencia de dicho imperio. El edificio encarna en sí, armónicamente, la época, el espíritu de los vencedores, el infinito trabajo del pueblo y el espléndido arte —por lo que tiene de limpio y noble— de sus maestros.

El viejo celador de El Escorial está desagradablemente sorprendido por el repentino visitante. Rezonga, tarda, de modo sospechoso, en encontrar las llaves, pero al fin se resigna, y entramos con él en la desierta y embrujada ciudad de El Escorial, en el laberinto geométrico de los patios, en los corredores abovedados, en las grises galerías de granito, en los pasos secretos, vemos las oscuras y resquebrajadas telas. Desde luego, al general fascista le resultaría agradable pasearse aquí con sus cortas piernas, junto con algún mayor alemán, señalar con la fusta, como anfitrión, los cuadros, ordenar que se abran los postigos de las habitaciones inferiores de Felipe, sentirse también alguna cosa...

Pregunto si no han caído aquí bombas. Aquí no. Han estallado a un centenar de metros, en las dependencias de servicio que circundan al propio monasterio; allí se ha montado un hospital. Hirieron gravemente a un niño.

—Pero aunque estallaran aquí —el celador agita negligentemente el manojo de llaves— no podrían hacer ningún daño: estos muros y bóvedas son más fuertes que las mismas rocas.

Es evidente que el viejo tiene poca fe en la potencia y en las posibilidades de la industria militar alemana. Que no tenga que hacer luego una amplia crítica de sus errores...

En la grandiosa catedral, rumoroso silencio. En el fondo de un altar lateral, en un rincón oscuro, en el extremo del último de los bancos comunes, el sitio de Felipe. Esto es una demostración de la modestia del rey católico quien, ante Dios, era el más humilde de los pecadores. Pero no sólo esto. Detrás del banco, hay una puerta disimulada en la pared y hasta una ventanilla del tipo de las ventanillas de oficina —por ella, durante los largos oficios divinos, pasaban al rey partes de guerra, papeles que requerían una resolución escrita—. Ahí mismo, desde luego, se encontraba la escolta.

Este espíritu de utilitarismo, de sentido práctico, escondido bajo el velo de la humildad cristiana y de la virtud, impera en El Escorial como en ningún otro edificio religioso. El combinado gubernamental monárquico fue brillantemente organizado ya al ser construido y no ha necesitado casi ninguna modernización. Las celdas de los monjes son espaciosos y cómodos apartamentos para vivir y trabajar: enorme despacho, pequeña alcoba, reclinatorio y cuarto de aseo. Además, conservan toda la severidad de la época de la Inquisición: suelo de piedra (con muelles esteras en él), brasero de hierro (con estufa eléctrica Siemens adaptada a él), una simple campanilla de bronce (al lado del teléfono automático). Sobre las mesas, montones de libros, nuevas revistas, textos políticos de hoy, en muchos idiomas. Los pacíficos eremitas eseurialenses, los más allegados a los círculos fascistas, efectuaban desde aquí una inmensa propaganda contra la república, contra el Frente Popular. Hasta ellos llegaron —y los echaron— poco menos que un mes después de haberse iniciado el levantamiento faccioso. Varias docenas de eseurialenses trabajan en el Estado Mayor de Burgos y, como es natural, son ellos mismos quienes presionan para que se tome cuanto antes el monasterio de San Lorenzo.

Una escalera de mármol conduce hacia abajo, hacia una estancia a cubierto de los ataques aéreos: la tumba de los reyes. Es poliédrica; aquí, en cuatro pisos, en los distintos lados del poliedro, se hallan los ataúdes de mármol de reyes y reinas, desde Carlos V hasta María Cristina y Alfonso XII inclusive. Veintitrés están ocupados y llevan sus correspondientes inscripciones; el vigésimo cuarto está libre y sin inscripción.

Éste lo prepararon para Alfonso XIII. El candidato, si bien de edad avanzada, fue destronado y se dedica a jugar a la Bolsa en el extranjero.

Permanezco en este lugar largo rato, pienso qué se puede hacer, pero no se me ocurre nada. Tampoco es cuestión de utilizar este puesto libre para otra persona. Y así se perderá un buen ataúd de mármol.

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