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—Tardará en volver —dijo displicentemente Rafael, echando vinagre y sal a cada garbanzo por separado. ¡Tardará!

Y yo también pensé: ¡El marqués tardará, maldita sea su estampa!

28 de noviembre

El frente dibuja un entrante muy profundo hacia el suroeste, casi hasta la misma Talavera. Ésos son los lugares donde en septiembre se perdió y por poco cae prisionero de los blancos, Miguel Martínez. Hacia allí se han dirigido las columnas de Burillo y de Uríbarri, con artillería y coches blindados. La intención era cruzar por sorpresa el Tajo, cortar las comunicaciones del enemigo y, a ser posible, apoderarse de Talavera.

Las columnas se han puesto en marcha bien, pero el mando no ha tenido paciencia para esperar a que llegara la noche y efectuar entonces su avance. De día, casi al final de su recorrido han sido descubiertas por la aviación de reconocimiento fascista y luego bombardeadas durante siete u ocho horas seguidas. Esto ha perjudicado mucho al grupo, pero no ha detenido la maniobra. Los republicanos se han acercado a la mismísima orilla del río, han batido con fuego de artillería el aeródromo, el cementerio y la propia ciudad de Talavera. El pánico de los facciosos ha sido extraordinario; a toda prisa han retirado tropas de las líneas de Madrid, unos ocho batallones, y los han lanzado a la defensa de Talavera. ¡De haber tenido los republicanos un poco más de decisión y de experiencia, habrían podido adueñarse de la ciudad, sin ninguna duda! Pero incluso tal como ha sido hecha, la maniobra ha resultado de gran utilidad: ha alejado de Madrid a una parte de las fuerzas enemigas, ha debilitado la presión sobre la capital.

¡Qué doloroso, de todos modos, que sean los propios madrileños quienes deban emprender maniobras de diversión! Leemos algunos partes de guerra y se nos cierran los puños de ira. El mando de uno de los frentes no siente escrúpulos para escribir en su parte que «ayer se procedió a la revista de nuestras tropas y a la limpieza de las armas». ¡Esto, ahora, en los días de grandiosa tensión a las puertas de la capital! Los mismos jefes que escriben semejantes partes, obstruyen sin cesar el telégrafo de Madrid con saludos y declaraciones de que «ven entusiasmados la desigual y heroica defensa d^ Madrid».

Hoy se cumplen los veinte días de esta defensa. Veinte días desde el momento en que el fascismo armado llegó al corazón mismo de España y comenzó el asalto a la capital. Veinte días de resistencia del Madrid republicano, popular. ¡Veinte días! Difícilmente creía nadie que Madrid iba a defenderse de este modo. Lo digo con toda honradez: tampoco yo lo creía mucho.

Veinte días y noches de combates furiosos, de fuego de artillería, de bombardeos aéreos, de encuentros en las barricadas, de ataques y contraataques de tanques, de incendios, de lucha a la bayoneta y cuerpo a cuerpo.

Millares de hombres han caído en las puertas de Madrid como mueren los valientes. Han muerto magníficos jefes y comisarios, experimentados dirigentes de las masas y héroes de filas. Han muerto Durruti, Heredia, Willi Wille, el aviador Antonio, el tanquista Simón, el antitanquista Coll y otros, y otros... Pero Madrid ha resistido, se defiende e incluso ya asesta golpes.

En el momento de la rápida ofensiva de las tropas fascistas, cuando aparecieron éstas ante los muros de la capital, al mando faccioso y también, si se quiere, al mando republicano, la toma de Madrid les parecía inevitable. La tendencia era a considerarla más bien como un hecho político que militar: icómo podía librarse la batalla aquí, ante una indefensa ciudad, sin fortificaciones! Ambas partes consideraban que el duelo decisivo de los dos ejércitos se produciría ya más allá de la capital. Los aficionados a los paralelos históricos recordaban Borodino. Los pseudo Kutúzov españoles se olvidaban de que el capitán ruso poseía aquello por lo que valía la pena sacrificar temporalmente la capital. Al abandonar Moscú, Kutúzov conservaba para la maniobra un ejército numeroso, bien organizado, unido por el impulso patriótico. En cambio aquí, con la pérdida de Madrid, se perdía todo cuanto poseía el ejército republicano de más o menos combativo y moralmente firme; quedaban retazos heterogéneos de unidades más cinco o seis brigadas nuevas, formadas a toda prisa, sin foguear.

Pero el pueblo, la clase obrera con los comunistas en cabeza, intervino por sí mismo en la lucha; con su decisión y con su voluntad claramente expresada rectificó los errores dictados por el pánico del mando. La defensa de Madrid, en primer lugar, se ha efectuado. Difícilmente se encontrará hoy quien se atreva a negarlo. En segundo lugar, esta defensa se ha convertido en un combate general y, quizá, decisivo de la guerra civil. Y el combate se libra, por ahora, con buenos resultados para los republicanos.

En los veinte días que precedieron al 7 de noviembre, los fascistas recorrieron en el camino de Madrid unos ciento veinte kilómetros, con una media de seis kilómetros al día. En los subsiguientes veinte días, Franco ha avanzado dos kilómetros, es decir, no ha avanzado nada. Madrid ha detenido al ejército fascista. Y no sólo lo ha detenido. Al defender su ciudad, las unidades madrileñas han ido atrayendo gradualmente hacia sí toda la masa fundamental de las fuerzas militares del enemigo. Franco se encuentra aquí casi con todo su ejército. La lógica de la lucha le ha obligado a desplazar también hacia aquí nuevas reservas, una y otra vez, y hasta unidades de nueva formación. Los defensores de Madrid, al encajar los golpes de las fuerzas sitiadoras, asestan además grandes golpes al enemigo.

En ninguna parte ha sufrido Franco pérdidas tan grandes y tan sensibles como ante Madrid. La Casa de Campo es un verdadero molino, millares y millares de fascistas han sido aquí triturados por el fuego de las tropas republicanas. Los facciosos se ven obligados a cambiar incesantemente las tropas mandadas al parque, ninguna resiste aquí más de tres días.

Después de haber atraído hacia sí las fuerzas básicas del enemigo, manteniéndolas en constante tensión, Madrid las encadena, las priva de su anterior movilidad, las arranca de otros sectores y frentes, con lo cual ayuda a los demás frentes y sectores republicanos. Por esto resulta tan doloroso que en algún lugar estén descansando, se ocupen de revistas de tropas, en vez de pelear, ¡en vez de ayudar a Madrid y ayudarse a sí mismos!

Aquí, en el fuego, en la lucha, se regeneran las propias tropas republicanas. Ahora ya se puede decir con fundamento de causa que éstas son unidades valientes, firmes, fogueadas. Visita uno las columnas conocidas y no sale de su asombro al ver de qué modo han cambiado los soldados y los oficiales. Un batallón de anarquistas lucha magníficamente en Villaverde. En cuatro días ha tenido veinte muertos y cincuenta heridos —¡es el mismo batallón que tanto alborotaba y desertaba en Aranjuez, el que procuró apoderarse del tren para huir del frente!—. En los combatientes han aparecido la sangre fría, el aguante bajo el fuego, el espíritu de iniciativa y la pericia. Hasta por la noche —de lo que antes ni siquiera se hablaba— se busca al enemigo, se hacen servicios de descubierta y, como regla general, al regresar, los combatientes traen consigo no sólo impresiones, sino, además, algo de peso: una ametralladora enemiga, fusiles, algún prisionero.

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