—Bastarían ligeras excusa s ( exghises léchères).
Sanin contestó a eso que no considerándose culpable de nada, no estaba dispuesto a presentar ninguna clase de excusas, ni ligeras ni pesadas.
—En ese caso —replicó el caballero von Richter, poniéndose aún más encarnado—, habrá que cruzar unos pistoletazos amistosos ( des goups te bisdolet à l’amiâple). No comprendo ni pizca de lo que usted quiere decir —observó Sanin—. Supongo que no se trata de tirar al aire.
—¡Oh, no, no! —tartamudeó el subteniente, desorientado por completo—. Pero suponía que ventilándose el asunto entre hombres distinguidos... (Aquí se interrumpió.) Hablaré con el testigo de usted... —dijo, y se retiró.
En cuanto hubo salido, Sanin se dejó caer en una silla, con los ojos fijos en el suelo, diciéndose:
¡Vaya una guasa que es la vida, con sus bruscas vueltas de rueda! Pasado y porvenir, todo desaparece como por arte de birlibirloque; ¡y lo único que saco en limpio es que me voy a batir en Francfort con un desconocido y a propósito de no sé qué!
Se acordó que había tenido una anciana tía loca, que bailaba de continuo cantando estas palabras extravagantes:
Subteniente rebonito,
Pepinito,
Cupidito,
Báilame, mi pichoncito.
Echóse a reír y se puso a cantar también: “Subteniente rebonito, báilame, mi pichoncito”.
—“Pero no hay tiempo que perder; hay que moverse”, exclamó en voz alta, levantándose.
Y vio delante de él a Pantaleone, con una esquela en la mano. He llamado ya varias veces, pero no me ha oído usted. Yo creí que había usted salido —dijo el viejo, dándole la carta—. De parte de la señorita Gemma...
Sanin cogió maquinalmente la carta, la abrió y la leyó. Gemma le escribía que estaba muy intranquila con el asunto consabido, y que deseaba verle inmediatamente.
—La signorinaestá inquieta —dijo Pantaleone, que por lo visto conocía el contenido de la esquela—. Me ha dicho que me informe de lo que hace usted, y que lo lleve conmigo junto a ella.
Sanin miró al viejo italiano y se puso pensativo: una idea repentina cruzaba por su mente. A primera vista le pareció extraña, imposible... “Sin embargo, ¿por qué no?” —se dijo a sí propio.
—Señor Pantaleone —exclamó en voz alta.
Estremecióse el viejo, sepultó la barba en la corbata y fijó los ojos en Sanin.
—¿Sabe usted lo que pasó ayer? —prosiguió éste.
Pantaleone sacudió su enorme moño, mordiéndose los labios, y dijo:
—Lo sé.
Apenas de regreso, Emilio se lo había contado todo.
—¡Ah, lo sabe usted! Pues bien; he aquí de qué se trata. Ese insolente de ayer me provoca a duelo. He aceptado, pero no tengo testigo. ¿Quiere usted ser mi testigo?
Pantaleone se puso trémulo y levantó tanto las cejas que desaparecieron bajo sus mechones colgantes.
—¿Pero no tiene usted más remedio que batirse? —dijo en italiano; hasta entonces había hablado en francés.
Es preciso. Negarme a ello sería cubrirme de oprobio para siempre.
—¡Hum! Si me niego a servirle a usted de testigo, ¿buscará usted otro?
—De seguro.
Pantaleone bajó la cabeza.
—Pero permítame usted que le pregunte, signor de Zanini, siese duelo no echará una mancha desfavorable sobre la reputación de cierta persona.
—Supongo que no; pero, aunque así fuese, no hay más remedio que resignarse con ello.
—¡Hum...! (Pantaleone había desaparecido por completo dentro de su corbata.) Pero ese ferrof utoKluberio, ¿no interviene en eso? —exclamó de pronto, levantando la nariz al aire.
—¿Él? Nada.
—¡Che!Pantaleone se encogió de hombros con aire despreciativo, y dijo con voz insegura—: En todo caso, debo dar a usted las gracias, porque en medio de mi actual rebajamiento ha sabido usted reconocer en mí un hombre decente, un galant uomo. Con eso demuestra usted mismo ser un galant’ uomo. Pero necesito reflexionar su proposición.
—No hay tiempo que perder, querido señor Ci... Cippa...
...tola —concluyó el viejo—. No le pido a usted más que una hora para reflexionar. Este asunto atañe a los intereses de la hija de mis bienhechores... ¡por eso es un deber, una obligación para mí el reflexionar...! Dentro de una hora, de tres cuartos de hora, conocerá usted mi resolución.
—Bueno, esperaré.
—Y ahora, ¿qué respuesta llevo a la signorinaGemma? Sanin cogió un pliego de papel y escribió:
—“No tenga usted miedo, mi querida amiga. Dentro de tres horas iré a verla, y todo se explicará. Le doy a usted las gracias con toda mi alma por el interés que me manifiesta”.
Y entregó esta esquela a Pantaleone.
Éste la puso con cuidado en el bolsillo interior de su paletot,y después de repetir otra vez: “¡Dentro de una hora!”, se dirigió a la puerta; pero bruscamente volvió pies atrás, corrió hacia Sanin, le agarró la mano y estrechándosela contra su buche, con los ojoslevantados al cielo, exclamó:
—¡Nobil giovinotto, gran cuore!¡Permita usted a un débil viejo ( a un vechiotto) estrecharle su valerosa mano! ( la vostra valorosa destra).
Dando enseguida algunos pasos de espalda, agitó ambos brazos y salió.
Sanin le siguió con la vista... después cogió un periódico y creyóse en el caso de leer. Pero por más que sus ojos se empeñaban en recorrer las líneas, no comprendió nada de lo que leía.
XVIII
Al cabo de una hora, el mozo entregó a Sanin una tarjeta, vieja, mugrienta, que decía:
PANTALEONE CIPPATOLA DE VARESE.
Cantante di Camera de S. A. R. il Duca di Modena
Y Pantaleone en persona entró siguiendo los pasos del camarero. Habíase cambiado de ropa de pies a cabeza. Llevaba un frac negro con las costuras de color de ala de mosca, y un chaleco de piqué blanco, sobre el cual una cadena dorada hacía eses. Un pesado sello de comerina bajaba hasta sus pantalones ajustados; de antigua moda, “de puente”. Tenía en la mano derecha un sombrero negro de pelo de conejo, y en la mano izquierda un par de grandes guantes de gamuza. La corbata aún era más ancha y más alta que de costumbre, y en su almidonada chorrera brillaba un alfiler adornado con un ojo de gato. El índice de la mano derecha ostentaba un anillo formado por dos manos enlazadas alrededor de un corazón echando llamas. Toda la persona del viejo exhalaba olor a baúl, olor de alcanfor y almizcle; y la preocupación, la solemnidad de su porte, hubiera chocado hasta a un espectador indiferente. Sanin se levantó y salió a su encuentro.