– ¿Y tiene las tetas duras?
– Eso dicen.
A Lódola le impresionó mucho la muerte de Micifú, fue ella quien descubrió el cadáver.
– ¿Y no oíste gritar?
– No, señor, no oí nada, para mí que murió sin abrir la boca, pobriño.
Lódola vino de la aldea de Reporicelo, parroquia de Santa Marina de Rubiana, en El Barco, cuando llegó iba descalza, tenía frío y no hablaba una sola palabra de castellano, a Lódola la protege Marta la Portuguesa, que tiene muy buenos sentimientos, muy buenas inclinaciones.
– ¿Usted cree que una mujer se mete puta por gusto? ¿No será que no tiene a dónde ir porque la escorrentan de todas partes como si fuera gafenta? ¿Usted cree que la comida cae de los árboles y es para quien la coja?
Las gemelas Méndez Cotabad, Mercedes y Beatriz, estuvieron muy malas con la tos ferina, les dio cuando ya eran mayorcitas y tuvieron que mandarlas al monte a respirar aire puro, también les dieron caldo de mochuelo y las llevaron a que medio las abafase el humo del tren, las llevaron a Carril.
– Beatriz ha vuelto a romper las gafas.
– ¿Y Mercedes?
– También.
– Bueno, que no pasen de ahí las desgracias, manda a Pontevedra a comprar otras.
Don Jesús Manzanedo y Micifú le cortaron el hilo de la vida, ese alambrito misterioso que sujeta la sangre, a muchos desgraciados a quienes Dios volvió la espalda, Dios no interviene en los pleitos de este mundo, se ve enseguida, por eso se dice que el hombre está dejado de la mano de Dios; por aquí por Orense, también por Pontevedra y puede que por otros sitios, llaman claudiados a los asesinados sin formación de causa, esto es, a los paseados.
– ¿Claudiados?
– Sí.
– ¿De ciruelas claudias?
– Pues, la verdad, no sé.
Maximino Segán, que es de Amoeiro, terció en la conversación.
– Yo sí lo sé, los pálidos se decían unos a otros ¿esta noche vamos a claudias? y ya era sabido: esa noche iban a buscar gente para matarla.
A los condenados a muerte por los tribunales militares se les fusila en el Campo de Aragón, al lado del cementerio de San Francisco. Lódola es como un suspirito, Lódola prefiere los soldados porque adivina que encierran menos veneno.
– ¿Vas a volver mañana?
– No, mañana estoy de imaginaria.
Los claudiados se quedaban donde podían, no todos llegaban al Alto del Furriolo, esto en Orense, no sigo con los demás sitios porque tampoco se trata de sembrar el país de cruces. Raimundo no conocía a mucha gente en La Coruña pero pronto hizo amigos, la Bandera Gallega salió el día de San Agustín y regresó, medio diezmada, poco después de los Fieles Difuntos, los que tuvieron peor suerte se quedaron por el camino, lo malo de las guerras es que cortan las vidas antes de madurar, eso es ir contra la ley de Dios. En algunos rincones de Galicia se llama papaventos a la cometa, papar significa tragar, engullir, deglutir, en Portugal al papaventos le dicen papagayo, ¿los niños coruñeses de hace dos siglos volaban cometas en el monte que es hoy la calle del Papagayo? Raimundo el de los Casandulfes es algo pariente de don Juan Naya, uno de los hombres que mejor se saben la historia de La Coruña, podía haberle preguntado, en Galicia todos somos parientes o algo parientes o al menos parientes de parientes. También pudiera ser que por allí naciese, en tiempos idos, la flor del amaranto o amarante, que en portugués y en gallego arcaico también quería decir papagayo. Hoy la calle del Papagayo es una cuesta putera de tanta confianza como buen acougo, Raimundo suele darse una vueltecita por las noches, va en busca de un poco de conversación. De casa de la Mediateta echaron una vez a un primo de Raimundo que es artillero de segunda en el regimiento 16 ligero, que queda mismo detrás, porque tiró un piano por el balcón, se pusieron de acuerdo cinco o seis artilleros amigos, uno era cabo, y tiraron el piano por el balcón, ¡qué bestias!, ¡menos mal que no pasaba nadie por la calle!, el general Cebrián les quitó el permiso y los devolvió al frente. Si la Mediateta se entera de que Raimundo es primo del artillero Camilo, estos padroneses siempre fueron medio arroutados, también lo echa a patadas y con viento fresco. En casa de la Apacha, los más respetuosos con la regla dicen la Apache, está de pupila la pequeña de las siete Alontras, Doloriñas Montecelo Trasmil, de veintiún años, que todavía convalece de su operación de apendicitis, ya va mejor. Las Alontras son siete, Inesiña, contra soberbia, humildad, tiene un cordón de pelitos que le llega al ombligo, parece un hormiguero; Rosiña, contra avaricia, largueza, es pechugona y culona, más vale tener que desear; Mariquiña, contra lujuria, castidad, bizquea un poco, hasta le hace gracioso; Carmina, contra ira, paciencia, no dice a nada que no, pero no por puta sino por respeto; Ritiña, contra gula, templanza, está siempre muerta de risa y pega saltos cuando la trincan porque tiene cosquillas; Ampariño, contra envidia, caridad, es tímida como una flor pero si se arranca hay que sujetarla a palos, y Doloriñas, contra pereza, diligencia, sabe leer y escribir y las cuatro reglas: dos son de Betanzos, dos de Cambre, tres de La Coruña y las siete de la vida. En la calle del Papagayo también ejercen sus artes reconfortadoras las furcias y las hurgamanderas de las ramerías de la Ferreña, pregunte usted por Fátima la Mora; de las Campanelas, pregunte usted por Pilar la Maña y de la Tonaleira, pregunte usted por Basilisa la Parva, que es la puta más puta de todo el mundo: todos los morriñentos lupanares, todos los gimnásticos y amorosos burdeles dichos, son de mansa y próvida saudade y alegría, la vigilancia jode de balde porque el orden es el orden. Raimundo el de los Casandulfes se hizo amigo de Doloriñas Alontra y como es educado y se sabe comportar, la encargada lo deja pasar a la cocina. La señorita Ramona manda llamar a Robín Lebozán.
– Tuve carta de Raimundo, dice que le van a dar permiso.
– Me alegro.
Robín tiene cara de preocupación.
– Moncha.
– Qué.
– No me apunto, ya llamarán mi quinta. Y además te voy a decir un secreto.
– ¿A mí?
– Sí. Y a nadie más. Si Fabián Minguela viene por la aldea lo mato, lo que andan diciendo de él es cierto.
La señorita Ramona tardó unos instantes en hablar.
– Serénate, Robín, a ver qué dice Raimundo cuando llegue. ¿Hablaste con Cidrán Segade?
– Sí.
– ¿Y con Baldomero Afouto?
– También.
– ¿Y qué piensan?
– Que el Moucho no vale nada, pero que puede ser peligroso porque es traidor y además va en cuadrilla.
– ¿Con quiénes?
– No sé, no los conozco, no son de por aquí, yo no los había visto nunca.
– ¿Lo sabe la guardia civil?
– Dicen que ellos no quieren saber nada, que no es cosa suya.
– ¿No? ¿Y de quién es entonces?
– ¡Yo qué sé!
El pan es sagrado, hay cosas sagradas que cuando el mundo se revuelve no se respetan, el sueño, el pan, la soledad, la vida, el pan no se puede echar al fuego ni tirar, el pan hay que comerlo, si se pone reseso se echa en agua y se lo comen las gallinas, si se cae al suelo se coge, se besa y se le pone donde no lo puedan pisar, si se da de limosna también se besa, el pan es sagrado, es como Dios, y en cambio el hombre es un ridículo pito cairento y milagrero ahíto de pretensiones.
– Es todavía peor.
– Sí, es verdad: es todavía peor.
La señorita Ramona cerró las contras.
– Todo esto es muy raro, yo no entiendo nada de lo que pasa, a lo mejor somos muchos los españoles que no entendemos nada de lo que pasa, ¿para qué tanta sangre?
La señorita Ramona para de hablar de cuando en cuando.
– Puede que sea noble la guerra con los extranjeros si se meten en casa, los franceses en el siglo pasado, por ejemplo, no sé, yo no soy hombre, las mujeres siempre pensamos diferente, puede que sea noble pelear por el territorio con los extranjeros, ¡pero por un pensamiento que a lo mejor es mentira y entre españoles! Esto escosa de locos.