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Traté de volver la cabeza para mirarlo. Me detuvo vigorosamente por el cabello y dijo que me encontraba en una posición muy vulnerable y en una condición terriblemente débil y que debía permanecer callado e inmóvil. Me había puesto en la barriga todas esas ramas especiales para protegerme, e iba a permanecer junto a mí por si acaso yo no podía cuidarme solo.

Estaba de pie junto a la coronilla de mi cabeza, y girando los ojos yo podía verlo. Tomó su cuerda y la tensó y entonces se dio cuenta de que yo lo miraba con las pupilas casi hundidas en la frente. Me dio un coscorrón seco y me ordenó mirar el cielo, no cerrar los ojos y concentrarme en el sonido. Añadió, como recapacitando, que yo no debía titubear en gritar la palabra que él me había enseñado si sentía que algo venía hacia mi.

Don Juan y su "cazador de espíritus" empezaron con un rasgueo de baja tensión. Fue aumentándola lentamente, y empecé a oír, primero, una especie de reverberación, y luego un eco definido que llegaba constantemente de una dirección hacia el sureste. La tensión aumentó. Don Juan y su "cazador de espíritus" se hermanaban a la perfección. La cuerda producía una nota de tono bajo y don Juan la amplificaba, acrecentando su intensidad hasta que era un grito penetrante, un aullido de llamada. El remate fue un chillido ajeno, inconcebible desde el punto de vista de mi propia experiencia.

El sonido reverberó en las montañas y volvió en eco hacia nosotros. Imaginé que venía directamente hacia mí. Sentí que algo tenía que ver con la temperatura de mi cuerpo. Antes de que don Juan iniciara sus llamados yo había sentido tibieza y comodidad, pero durante el punto más alto del clamor me entró un escalofrío; mis dientes castañeteaban fuera de control y tuve en verdad la sensación de que algo venía a mí. En cierto punto noté que el cielo estaba muy oscuro. No me había dado cuenta del cielo aunque lo estaba mirando. Tuve un momento de pánico intenso y grité la palabra que don Juan me había enseñado.

Don Juan empezó inmediatamente a disminuir la tensión de sus extraños gritos, pero eso no me trajo ningún alivio.

– Tápate los oídos -murmuró don Juan, imperioso.

Los cubrí con mis manos. Tras algunos minutos don Juan cesó por entero y vino a mi lado. Después de quitar de mi vientre las ramas y las hojas, me ayudó a levantarme y cuidadosamente las puso en la roca donde yo había yacido. Hizo con ellas una hoguera, y mientras ardía frotó mi estómago con otras hojas de su morral.

Me puso la mano en la boca cuando yo estaba a punto de decirle que tenía una jaqueca terrible.

Nos quedamos allí hasta que todas las hojas ardieron. Ya había oscurecido bastante. Bajamos el cerro y volví el estómago.

Mientras caminábamos a lo largo de la zanja, don Juan dijo que yo había hecho bastante y que no debía quedarme. Le pedí explicar qué era el espíritu del ojo de agua, pero me hizo gesto de callar. Dijo que hablaríamos de eso algún otro día, luego cambió deliberadamente el tema y me dio una larga explicación acerca de "ver". Dije que era lamentable no poder escribir en la oscuridad. Pareció muy complacido y dijo que la mayor parte del tiempo yo no prestaba atención a lo que él decía a causa de mi decisión de escribirlo todo.

Habló de "ver" como un proceso independiente de los aliados y las técnicas de la brujería. Un brujo era una persona que podía dominar a un aliado y, en esa forma, manipular para su propia ventaja el poder de un aliado, pero el hecho de que dominara un aliado no significaba que pudiera "ver". Le recordé que antes me había dicho que era imposible "ver" si no se tenía un aliado. Don Juan repuso con mucha calma que había llegado a la conclusión de que era posible "ver" sin dominar un aliado. Sentía que no había razón para lo contrario, pues "ver" no tenía nada en común con las técnicas manipulatorias de la brujería, que sólo servían para actuar sobre nuestros semejantes. Las técnicas de "ver", por otra parte, no tenían efecto sobre los hombres.

Mis ideas eran muy claras. No experimentaba fatiga ni soñolencia ni tenía ya malestar de estómago, caminando con don Juan. Tenía mucha hambre, y cuando llegamos a su casa me atraganté de comida.

Después le pedí hablarme más sobre las técnicas de "ver". Sonrió ampliamente y dijo que yo era de nuevo yo mismo.

– ¿Cómo es -dije- que las técnicas de ver no tienen ningún efecto sobre nuestros semejantes?

– Ya te dije -respondió-. Ver no es brujería. Pero es fácil confundirnos, porque un hombre que ve puede aprender, en menos que te lo cuente, a manipular un aliado y puede hacerse brujo. O también, un hombre puede aprender ciertas técnicas para dominar un aliado y así hacerse brujo, aunque tal vez nunca aprenda a ver.

"Además, ver es contrario a la brujería. Ver le hace a uno darse cuenta de la insignificancia de todo eso."

– ¿La insignificancia dé qué, don Juan?

– La insignificancia de todo.

No dijimos nada más. Me sentía muy calmado y ya no quería hablar. Yacía de espaldas sobre un petate. Había hecho una almohada con mi chaqueta. Me sentía cómodo y feliz y pasé horas escribiendo mis notas a la luz de la lámpara de petróleo.

De pronto don Juan habló de nuevo.

– Hoy estuviste muy bien -dijo-. Estuviste muy bien en el agua. El espíritu del ojo de agua simpatiza contigo y te ayudó en todo momento.

Me di cuenta entonces de que había olvidado relatarle mi experiencia. Empecé a describir la forma en que había percibido el agua. No me dejó continuar. Dijo saber que yo había percibido una niebla verde.

Me sentí compelido a preguntar:

– ¿Cómo sabía usted eso, don Juan?

– Te vi.

– ¿Qué hice?

– Nada, estuviste allí sentado mirando el agua, y por fin percibiste la neblina verde.

– ¿Fue eso ver?

– No. Pero anduviste muy cerca. Te estás acercando.

Me excité mucho. Quise saber más al respecto. Don Juan rió e hizo burla de mis ansias. Dijo que cualquiera podía percibir la niebla verde porque era como el guardián, algo que inevitablemente estaba allí, de modo que percibirla no era gran hazaña.

– Cuando dije que estuviste bien, me refería a que no te inquietaste -dijo-, como cuando te encontraste con el guardián. Si te hubieras puesto inquieto yo habría tenido que sacudirte la cabeza y regresarte. Siempre que un hombre entra en la niebla verde, su maestro tiene que quedarse con él por si la niebla lo empieza a atrapar. Tú sólo puedes dar el salto y escapar del guardián, pero no puedes escapar por ti mismo de las garras de la niebla verde. Al menos al principio. A lo mejor más tarde aprendes un modo de hacerlo. Ahora estamos tratando de averiguar otra cosa.

– ¿Qué estamos tratando de averiguar?

– Si puedes ver el agua.

– ¿Cómo sabré que la he visto, o que la estoy viendo?

– Sabrás. Te confundes sólo cuando hablas.

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