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Cuando formuló esta afirmación nos hallábamos en el desierto de Sonora.

– Es una sensación sublime -dijo- estar en este desierto maravilloso, contemplando sus picos escabrosos de aquello que parecen montañas y que, en realidad, son formaciones de lava de volcanes desaparecidos hace largo tiempo. Es una sensación gloriosa descubrir que algunas de esas pepitas de obsidiana se formaron a unas temperaturas tan elevadas que todavía conservan la marca de su origen. Tienen muchísimo poder. Es algo soberbio vagar sin rumbo por aquellos picos escarpados y encontrar súbitamente un trozo de cuarzo capaz de captar las ondas de radio. El único inconveniente de tan magnífico cuadro es que para penetrar en las maravillas de este mundo, o en las maravillas de cualquier otro mundo, un hombre necesita ser un guerrero: sereno, recogido, indiferente, templado por los embates de lo desconocido. Tú aún no tienes ese temple. Tu deber es, por tanto, buscar esa plenitud antes de poder siquiera hablar de aventurarte en el infinito.

He pasado treinta y cinco años de mi vida buscando la madurez del guerrero. He ido a lugares que desafían toda descripción, buscando esa sensación de temple ante los embates de lo desconocido. Me fui discretamente, sin anunciarlo, y regresé del mismo modo. El trabajo de los guerreros es silencioso y solitario, y cuando los guerreros se van o regresan, lo hacen tan inadvertidamente que nadie repara en ello. Buscar la madurez del guerrero de cualquier otro modo sería ostentoso y, por tanto, inadmisible.

Las citas de Relatos de poder me trajeron vivamente el recuerdo de que el intento de los chamanes que vivieron en México en tiempos remotos seguía funcionando impecablemente. La rueda del tiempo se movía inexorablemente a mi alrededor, obligándome a mirar en surcos de los que no es posible hablar y mantener la coherencia.

– Baste decir -me dijo don Juan en una ocasión- que la inmensidad del mundo, ya sea el mundo de los chamanes o el de los hombres corrientes, es tan evidente que únicamente una aberración nos impediría percibirla. Intentar explicar a unos seres aberrantes lo que es andar extraviado por los surcos de la rueda del tiempo es la cosa más absurda que podría emprender un guerrero. En consecuencia, el guerrero se asegura de que sus viajes sean propiedad únicamente de su condición de guerrero.

Citas de El segundo anillo de poder

Cuando uno no tiene nada que perder, se vuelve valiente. Sólo somos tímidos mientras nos queda algo a lo que aferrarnos.

Un guerrero no deja nada al azar. De hecho, influye en el resultado de los acontecimientos mediante la fuerza de su conciencia y de su intento inflexible.

Si un guerrero quiere devolver el pago por todos los favores que ha recibido pero no tiene a nadie en particular a quien abonar su deuda, puede dirigir su pago al espíritu del hombre. Esa cuenta es siempre muy pequeña, y cualquier importe que se ingrese en ella es más que suficiente.

Tras haber arreglado el mundo del modo más bello e iluminado, el académico regresa a casa, a las cinco en punto de la tarde, y olvida su bello arreglo.

La forma humana es un conglomerado de campos de energía que existe en el universo y que está exclusivamente relacionado con los seres humanos. Los chamanes lo llaman forma humana porque esos campos de energía han sido retorcidos y deformados por toda una vida de hábitos y maltratos.

Un guerrero sabe que no puede cambiar y, sin embargo, se dedica a intentar cambiar, pese a todo. El guerrero jamás se decepciona cuando fracasa en cambiar. Ésa es la única ventaja que tiene un guerrero sobre el hombre corriente.

Los guerreros deben ser impecables en su esfuerzo por cambiar, con el fin de asustar a la forma humana y deshacerse de ella. Al cabo de años de impecabilidad, llegará un momento en que la forma humana no soportará más y se irá. Es decir, llegará un momento en que los campos de energía, retorcidos por toda una vida de hábitos, se enderezarán. Este enderezamiento de los campos de energía afecta profundamente al guerrero, que puede incluso morir; pero un guerrero impecable siempre sobrevive.

La única libertad que tienen los guerreros es la de comportarse impecablemente. Pero la impecabilidad no es sólo su única libertad, sino la única manera de enderezar la forma humana.

Todo hábito requiere de todas sus partes para funcionar. Si alguna de esas partes desaparece, el hábito se desarma.

La lucha está justo aquí, en esta Tierra. Somos criaturas humanas. ¿Quién sabe lo que nos aguarda o la clase de poder que podemos llegar a tener?

El mundo de la gente tiene subidas y bajadas, y la gente sube y baja con su mundo; los guerreros no tienen por qué seguir las subidas y bajadas de sus semejantes.

El núcleo de nuestro ser es el acto de percibir, y la magia de nuestro ser es el acto de ser conscientes. La percepción y la conciencia constituyen una misma e inseparable unidad funcional.

Se escoge sólo una vez. Elegimos ser guerreros o ser hombres corrientes. No existe una segunda oportunidad. No sobre esta Tierra.

El camino del guerrero ofrece al hombre una vida nueva, y esa vida tiene que ser completamente nueva. No puede uno llevar a esa nueva vida sus viejas y malas costumbres.

Los guerreros siempre toman el primer suceso de una serie como el bosquejo o el mapa de lo que a continuación va a desplegarse ante ellos.

A los seres humanos les encanta que les digan lo que deben hacer, pero aún les gusta más luchar y resistirse a hacer lo que se les dice; y de este modo se enredan en aborrecer a quien los ha aconsejado.

Todo el mundo dispone de suficiente poder personal para lograr algo. El truco del guerrero consiste en desviar su poder personal de su debilidad para emplearlo en su propósito de guerrero.

Todos podemos ver y, sin embargo, elegimos no recordar lo que vemos.

COMENTARIO

Transcurrieron varios años antes de que comenzara a escribir El segundo anillo de poder. Hacía tiempo que don Juan se había ido, y las citas de este libro son recuerdos de lo que él había dicho, recuerdos que se desencadenaron a raíz de una nueva situación, de un nuevo desarrollo de las circunstancias. Apareció en mi vida un nuevo jugador. Era Florinda Matus, una cohorte del grupo de don Juan. Al partir don Juan, todos sus aprendices comprendieron que Florinda había sido dejada atrás para, de alguna manera, rematar la última parte de nuestra formación.

– No estarás completo hasta que seas capaz de recibir órdenes de una mujer sin detrimento de tu ser -me había dicho don Juan-. Pero esa mujer no puede ser una mujer cualquiera. Debe ser alguien especial, alguien que tenga poder y que sea lo bastante despiadada como para impedirte ser el mandamás que te figuras ser.

Por supuesto, me reí de sus afirmaciones. Definitivamente, pensé que estaba bromeando. Lo cierto es que no bromeaba en absoluto. Un día regresaron Florinda Donner-Grau y Taisha Abelar, y juntos viajamos a México. Fuimos a unos grandes almacenes de Guadalajara y allí nos encontramos con Florinda Matus, la mujer más magnífica que había visto en mi vida: extremadamente alta -medía un metro ochenta-, delgada, angulosa, con un hermoso rostro, de avanzada edad y, sin embargo, muy joven.

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