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– Nunca más volverás a ver los ojos del nagual -susurró Genaro.

– Deja que el levantón te lleve adonde fuera -dijo don Juan.

– Si piensas en los ojos del nagual, te darás cuenta de que una moneda tiene dos caras -susurró Genaro.

Quería pensar en lo que ambos me decían, pero mis pensamientos no me obedecían. Algo me presionaba desde arriba. Sentía que me contraía. Tuve una sensación de náusea. Vi que las sombras vespertinas avanzaban rápidamente, ascendiendo por las laderas de las montañas orientales. Tenía la sensación de correr tras ellos.

– ¡Ahí viene! -exclamó Genaro en mi oído.

– Fíjate en esa cima. Fíjate en el resplandor -me dijo don Juan al otro oído.

En verdad, había un punto de intenso brillo en el lugar que señalaba don Juan, en el pico más alto de la cordillera. Miré cómo el último rayo de luz solar se reflejaba en él. Sentí un hoyo en la boca del estómago, como si estuviera en la montaña rusa de un parque de diversiones.

Más que escuchar, sentí un lejano estruendo de terremoto. Las olas sísmicas, que me alcanzaron abruptamente, eran tan ruidosas y tan enormes que perdieron todo significado para mí. Yo era un insignificante microbio que giraba y se torcía sin tregua.

Por grados, el movimiento disminuyó. Hubo una sacudida final antes de que todo se detuviera. Traté de ver a mi alrededor. No tenía ningún punto de referencia. Parecía estar plantado, como un árbol. Arriba de mí había un cúpula blanca, reluciente, inconcebiblemente grande. Su presencia me hizo sentirme exaltado. Volé hacia ella, o más bien fui lanzado como un proyectil. Tuve la sensación de seguridad, de bienestar, de tranquilidad; mientras más me acercaba a la cúpula, más intensos se volvían estos sentimientos. Finalmente me hicieron perder toda conciencia de mí mismo.

Cuando volví a estar consciente de mí, me mecía lentamente en el aire como una hoja que cae. Me sentí agotado. Una fuerza succionadora comenzó a jalarme. Pasé por un agujero oscuro y después me encontré sentado entre don Juan y Genaro en la cornisa de roca.

Al día siguiente, los tres fuimos a Oaxaca. Ya entrada la tarde, don Juan y yo paseamos por la plaza. De pronto, comenzó a hablar acerca de lo ocurrido el día anterior. Me preguntó si entendí a lo que se refirió cuando dijo que los antiguos videntes habían tropezado con algo monumental.

Le dije que sí lo entendí, pero que no podía explicarlo con palabras.

– ¿Y qué crees que era lo más importante que queríamos que descubrieras en la cima de esa montaña? -preguntó.

– El alineamiento -dijo una voz en mi oído, al mismo tiempo que lo dije.

Me volví instantáneamente y me topé con Genaro, quien estaba justo atrás de mí, caminando en mis huellas. La rapidez de mi movimiento lo sobresaltó. Soltó una risa nerviosa y me abrazó.

Nos sentamos. Don Juan dijo que era muy poco lo que realmente podía decir acerca del levantón de la tierra que yo recibí, que los guerreros siempre se encuentran solos en esos casos, y que la verdadera comprensión llega mucho más tarde, después de años de lucha.

Le dije a don Juan que mi dificultad para entender se amplificaba con el hecho de que él y Genaro hacían todo el trabajo. Yo era simplemente un sujeto pasivo que sólo podía reaccionar ante sus maniobras. Yo no podía iniciar ninguna acción, aunque mi vida hubiera dependido de ello. No sabría cuál sería una acción apropiada ni tampoco como iniciarla.

– Tienes toda la razón del mundo -dijo don Juan-. Se supone que te vas a quedar solo y por tu cuenta, para que reorganices todo lo que ahora te estamos haciendo. Sólo así sabrás cómo y cuándo actuar.

"El nagual Julián hizo lo mismo conmigo, y de una manera mucho más despiadada que la que usamos contigo. Sabía lo que hacía; era un nagual brillante que en unos cuantos años fue capaz de reorganizar todo lo que le enseñó el nagual Elías. En pocos años, hizo lo que a ti o a mí nos llevaría toda una vida realizar. La diferencia estriba en que todo lo que necesitaba el nagual Julián era una ligera insinuación; su agudísima conciencia partía de allí y abría la única puerta que hay.

– ¿Qué quiere decir, don Juan, con la única puerta que hay?

– Quiero decir que cuando el punto de encaje del hombre se mueve más allá de cierto límite crucial, los resultados son siempre los mismos para todos los hombres. Las técnicas para moverlo pueden ser tan diferentes como sea posible, pero los resultados son siempre los mismos. En este caso, el punto de encaje de cualquier hombre alinea los mismos mundos ayudado por el levantón de la tierra.

– ¿Eso quiere decir que el levantón de la tierra es el mismo para todos los hombres, don Juan?

– Desde luego. Para el hombre común la dificultad es el diálogo interno. Uno solamente puede usar ese levantón habiendo alcanzado un estado de silencio total. Podrás corroborar esa verdad el día que tú mismo trates de usarlo.

– No te recomendaría tratar de hacerlo ahora -dijo Genaro con sinceridad-. Convertirse en guerrero impecable tarda años. Para poder resistir el impacto de esa fuerza de la tierra debes ser mejor de lo que eres ahorita.

– La velocidad de ese levantón disuelve todo lo que nos rodea -dijo don Juan-. Bajo su impacto nos convertimos en nada. La velocidad excesiva y el sentido de la existencia individual no van de la mano. Ayer en la montaña, Genaro y yo te sostuvimos y te servimos de anclas; de otra manera no habrías regresado. Serías como algunos de los antiguos videntes que usaron ese levantón intencionalmente, penetraron en lo desconocido y aún siguen vagando en esa incomprensible inmensidad.

Quise que me explicara aquello en más detalle, pero se negó a hacerlo. Abruptamente, cambió de tema.

– Hay algo que aún no entiendes acerca de la tierra como ser consciente -dijo-. Y Genaro, este terrible Genaro, quiere empujarte hasta que lo entiendas.

Se rieron los dos. Genaro me dio de empujones y me guiñó el ojo al mover la boca sin ruido alguno, diciendo: "Soy terrible".

– Genaro es un supervisor exigente y riguroso, cruel y despiadado -prosiguió don Juan-. Tu miedo le vale un comino y te empuja sin piedad. Si no fuera por mi…

Era el cuadro perfecto del caballero bueno y considerado. Bajó los ojos y suspiró. Los dos irrumpieron en sonoras carcajadas.

Cuando se hubieron calmado, don Juan dijo que Genaro quería darme una demostración de algo que yo aún no entendía, que la suprema conciencia de la tierra es lo que hace posible que cambiemos a otras grandes bandas de emanaciones.

– Nosotros, los seres vivientes, somos perceptores -dijo-. Y percibimos porque algunas emanaciones del interior del capullo del hombre se alinean con algunas emanaciones exteriores. Por ello el alineamiento constituye el pasadizo secreto, y la llave es el levantón de la tierra.

– Genaro quiere que observes el momento del alineamiento. ¡Obsérvalo!

Como un prestidigitador en el teatro. Genaro se puso de pie e hizo una venia hasta el suelo, y después nos mostró que no tenía nada escondido dentro de las mangas o en los pantalones. Se quitó los zapatos y los sacudió para mostrar que ahí tampoco escondía nada.

Don Juan se reía con un total abandono. Genaro movió las manos para arriba y para abajo. De inmediato, ese movimiento creó en mí un estado de fijeza, o aun soñolencia. Sentí que de repente los tres nos incorporamos y nos alejamos caminando de la plaza, yo al centro con uno de ellos a cada lado.

Mientras caminábamos, perdí mi visión periférica. Ya no distinguí más casas o calles. Tampoco vi más montañas o vegetación. En cierto momento me di cuenta de que había perdido de vista a don Juan y a Genaro; en vez de ellos vi a dos masas luminosas a mis costados que subían y bajaban levemente.

Sentí un pánico instantáneo, que de inmediato controlé. Tuve la extraña pero bien conocida sensación de que yo era yo mismo y a la vez no lo era. Sin embargo, tenía conciencia de todo lo que me rodeaba, gracias a una rara y a la vez casi familiar capacidad: todo mi ser veía. La totalidad de lo que en mi conciencia normal llamó mi cuerpo era capaz de percibir, como si fuese un ojo gigantesco que captara todo. Después de ver las dos burbujas de luz, lo primero que vi fue un mundo de color violeta intenso, hecho de lo que parecían ser entrepaños o doseles de colores. Por doquier había entrepaños de círculos concéntricos irregulares, planos, como pantallas.

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