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– El nagual Julián obligó a Silvio Manuel, a Genaro y a Vicente a concentrarse en esos tres aspectos del conocimiento de los videntes -prosiguió-. Genaro es el maestro del manejo de la conciencia, Vicente es el maestro del acecho y Silvio Manuel es el maestro del intento.

Durante un largo rato, don Juan habló con las mujeres aprendices. Lo escucharon con una expresión de seriedad en los rostros. A juzgar por la feroz concentración de las mujeres, yo estaba seguro que les estaba dando instrucciones detalladas acerca de difíciles procedimientos.

Me habían excluido de la reunión, pero yo los había observado mientras hablaban en el cuarto delantero de la casa de Genaro. Yo estaba sentado en la cocina, esperando a que terminaran.

Finalmente las mujeres se pusieron de pie para partir, pero antes de hacerlo, vinieron a la cocina con don Juan. Él se sentó frente a mí mientras las mujeres hablaban con penosa formalidad. Luego me abrazaron: Todas estaban inusitadamente amigables conmigo, incluso comunicativas. Dijeron que partían a reunirse con los otros aprendices que habían salido con Genaro horas antes. Genaro les iba a enseñar a todos ellos su cuerpo de ensueño.

En cuanto se fueron, don Juan reanudó su explicación. Dijo que conforme pasó el tiempo y los nuevos videntes establecieron sus prácticas, se dieron cuenta de que bajo las condiciones prevalecientes de vida, el acecho sólo movía mínimamente los puntos de encaje. Para lograr el máximo efecto, el acecho necesitaba de un medio ambiente ideal; necesitaba pinches tiranos en posiciones de gran autoridad y poder. Se volvió cada vez más difícil para los nuevos videntes encontrar tales situaciones; la tarea de improvisarlas, o de buscarlas adrede, se convirtió en una carga insoportable.

Los nuevos videntes juzgaron que era imperativo ver las emanaciones del Águila, a fin de encontrar una manera más conveniente de mover el punto de encaje. Al tratar de ver las emanaciones se enfrentaron con un serio problema. Se dieron cuenta de que no hay manera de verlas sin correr un riesgo mortal, y sin embargo tenían que verlas. Esa fue la época en la que usaron la técnica de ensueño de los antiguos videntes como un escudo para protegerse del golpe mortal de las emanaciones del Águila. Y, al hacerlo, encontraron que el ensueño en sí era la manera más efectiva de mover el punto de encaje.

– Una de las órdenes más estrictas de los nuevos videntes -prosiguió don Juan-, fue que los guerreros tienen que aprender a ensoñar mientras están en un estado de conciencia normal. Siguiendo esa orden, comencé a enseñarte el ensueño casi desde el primer día en que nos conocimos.

– ¿Por qué ordenan los nuevos videntes que el ensueño tiene que enseñarse en la conciencia normal? -pregunté.

– Porque ensoñar es muy peligroso y los ensoñadores muy vulnerables -dijo-. Es peligroso porque la fuerza del alineamiento es inconcebible; y los ensoñadores son vulnerables porque el ensueño los deja a merced de esa fuerza.

"Los nuevos videntes descubrieron que en nuestro estado de conciencia normal tenemos incontables defensas que pueden protegernos de la fuerza de las emanaciones que nunca son usadas y que repentinamente se alinean en el ensueño.

Don Juan explicó que el ensueño, como el acecho, también comenzó con una simple observación. Los antiguos videntes observaron que en sueños, el punto de encaje se mueve ligeramente al lado izquierdo, de una manera muy natural. Y aunque uno no sueñe, el punto de encaje pierde algo de su fijeza mientras uno duerme, y empieza a hacer resplandecer muchísimas emanaciones que nunca se usan.

Los antiguos videntes inmediatamente tomaron esa observación, y empezaron a trabajar con ese movimiento natural hasta que pudieron controlarlo. Llamaron a ese control ensoñar, o el arte de manejar el cuerpo de ensueño.

Comentó que no hay manera de describir la inmensidad del conocimiento acerca del ensueño que los antiguos videntes tenían. Sin embargo, sólo en muy escasa medida resultó útil a los nuevos videntes. Y así, al llegar el momento de la reconstrucción, ellos sólo utilizaron lo más esencial del ensoñar para ver las emanaciones del Águila y para mover sus puntos de encaje.

Dijo que los videntes, antiguos y nuevos, entendían el ensueño como el control del leve movimiento natural que experimenta el punto de encaje durante el sueno. Subrayó que el controlar ese cambio no implica de ninguna manera dirigirlo, sino mantener al punto de encaje fijo en la posición a la que se mueve durante el sueño; una maniobra extremadamente difícil que los antiguos videntes lograron perfeccionar con enorme esfuerzo y concentración.

Don Juan explicó que los ensoñadores tienen que llegar a un equilibrio muy sutil, porque no pueden interferir en los sueños, ni tampoco pueden imponer sus deseos en ellos, y sin embargo el movimiento del punto de encaje debe obedecer la orden del ensoñador, una contradicción que no puede ser racionalizada pero que debe resolverse en la práctica.

Después de observar a los ensoñadores mientras dormían, los antiguos videntes decidieron dejar que los sueños siguieran su curso natural. Habían visto que en algunos sueños, más que en otros, el punto de encaje del ensoñador penetraba en el lado izquierdo a una profundidad considerablemente mayor. Esta observación les planteó la pregunta de que si el contenido del sueño hace moverse al punto de encaje, o si el movimiento del punto de encaje en sí produce el contenido del sueño al activar emanaciones que no se usan de ordinario.

Pronto se dieron cuenta de que el movimiento del punto de encaje al interior del lado izquierdo es lo que produce los sueños. Mientras más profundo es el movimiento, más vívido y extraño es el sueño. Inevitablemente, trataron de dirigir sus sueños para lograr que sus puntos de encaje penetraran profundamente en el lado izquierdo. Al tratarlo, descubrieron que cuando los sueños son dirigidos, consciente o semiconscientemente, el punto de encaje regresa de inmediato a su lugar de costumbre. Puesto que lo que querían era que ese punto se moviera, llegaron a la inevitable conclusión de que interferir en los sueños era interferir en el movimiento natural del punto de encaje.

Don Juan dijo que así empezaron los antiguos videntes a desarrollar su asombroso conocimiento del ensueño, un conocimiento que tuvo una tremenda influencia en lo que los nuevos videntes consideraban como su meta final, pero que les fue de muy poco uso en su forma original.

Me dijo que en sus enseñanzas para el lado derecho, yo erróneamente había entendido que el ensueño era el control de los sueños; y que todos los ejercicios que me hizo cumplir, como el encontrar mis manos en mis sueños, no estaban planeados para entrenarme a dirigir mis sueños. Esos ejercicios estaban diseñados para mantener mi punto de encaje fijo en el lugar al que se había movido en mi sueño. Añadió que ahí era donde los ensoñadores tenían que lograr un equilibrio sutil. Lo único que ellos podían dirigir era la estabilidad de sus puntos de encaje. Los videntes son como pescadores equipados con un hilo de pescar y un anzuelo que se hunde dondequiera que puede; lo único que ellos pueden hacer es mantener el anzuelo anclado al lugar en el que se hundió.

– Dondequiera que se mueva el punto de encaje en los sueños se llama posición de ensueño, -prosiguió-. Los antiguos videntes se volvieron tan expertos en mantener su posición de ensueño que incluso podían despertar mientras sus puntos de encaje seguían anclados allí.

"Los antiguos videntes llamaron cuerpo de ensueño a ese estado, porque lo controlaban al grado de crear un nuevo cuerpo provisional cada vez que despertaban en una nueva posición de ensueño.

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