Durante algunos minutos guardamos silencio. Le pregunté luego quiénes eran los maestros que nos enseñan a hablar con nosotros mismos.
– Me refería a lo que nos ocurre a nosotros los seres humanos cuando somos niños -contestó-, Durante ese periodo, todos los que nos rodean son nuestros maestros y nos enseñan a repetir un interminable diálogo acerca de nosotros mismos. El diálogo se interioriza y crea tal fuerza que por sí solo mantiene fijo el punto de encaje.
"Los nuevos videntes dicen que los niños tienen cientos de maestros que les enseñan exactamente dónde localizar su punto de encaje y cómo mantenerlo fijo.
Dijo que los videntes aseveran todo esto porque ven que, al principio, los niños no tienen un punto de encaje fijo. Sus emanaciones interiores se encuentran en un estado de gran agitación, y sus puntos de encaje se mueven por doquier en la banda del hombre. Esto les da a los niños la tremenda oportunidad de acentuar emanaciones que después serán completamente ignoradas. A medida que van creciendo, los adultos que los rodean, obligan al punto de encaje de los niños a quedarse fijo, al enseñarles un diálogo interno que se vuelve más y más complejo conforme pasan los años. El diálogo interno es, por lo tanto, un proceso de suprema importancia para la posición del punto de encaje; siendo esa posición arbitraria, mantenerla requiere un esfuerzo ininterrumpido.
La pura verdad es que muchos niños ven -prosiguió-. La mayoría de los que ven son considerados anormales y se hacen todos los esfuerzos posibles para corregirlos, para hacerlos solidificar la posición de sus puntos de encaje.
– Pero, ¿sería posible ayudar a esos niños a que mantengan más fluidos sus puntos de encaje? -pregunté.
– Sólo si viven entre los nuevos videntes -dijo-. De lo contrario, al igual que los antiguos videntes, se verían atrapados en los intrincados detalles del lado silencioso del hombre. Y créeme, eso es peor que estar preso en las garras de la racionalidad.
Don Juan expresó su profunda admiración por la capacidad humana para impartir orden en el caos de las emanaciones del Águila. Sostuvo que cada uno de nosotros es un mago magistral, y que nuestra magia consiste en mantener inconmoviblemente fijo nuestro punto de encaje.
– La fuerza de las emanaciones en grande -prosiguió-, hace que nuestro punto de encaje seleccione ciertas emanaciones interiores y las agrupe en un racimo para ser alineadas y percibidas. Ese es el comando del Águila, pero darle significado a lo que percibimos es nuestro comando, nuestro don mágico.
Dijo que, en vista de lo que me estaba explicando, Genaro me había hecho el día anterior algo extraordinariamente complejo y a la vez muy sencillo. Era complejo porque requería de una tremenda disciplina por parte de todos; requería que el diálogo interno se detuviera, que se alcanzara un estado de conciencia acrecentada, y que alguien moviera el punto de encaje de uno. Entender el resultado final de todos estos complejos procedimientos era muy fácil porque la explicación era muy sencilla. Puesto que la posición exacta del punto de encaje es una posición arbitraria, seleccionada inconscientemente por nuestros antecesores, puede moverse con un esfuerzo relativamente pequeño; una vez que se mueve, crea nuevos alineamientos de emanaciones y, por consiguiente, nuevas percepciones.
– Yo te di muchísimas veces plantas de poder para así lograr que tu punto de encaje se moviera -prosiguió don Juan-. Las plantas de poder tienen ese efecto; pero también el hambre, el cansancio, la fiebre y otras aflicciones por el estilo tienen un efecto similar. La falla del hombre común es creer que todo lo que sucede, como resultado de un movimiento del punto de encaje, es puramente mental. No lo es, como tú mismo puedes ahora atestiguar.
Explicó que mi punto de encaje se había movido profundamente veintenas de veces en el pasado, así como lo había hecho el día anterior, pero que, la mayoría de las veces que se movió, los movimientos fueron leves y los mundos que me vi forzado a percibir fueron virtualmente mundos fantasmas, por estar tan cercanos al mundo cotidiano. Agregó que movimientos de ese tipo eran automáticamente descartados por los nuevos videntes.
– Las visiones que producen esos movimientos se originan en el inventario del hombre -continuó-. No tienen valor alguno para los guerreros que buscan la libertad total, porque son resultado de un movimiento lateral del punto de encaje.
Dejó de hablar y me miró. Yo supe al instante que "movimiento lateral" significaba un movimiento del punto de encaje en la superficie del capullo, de un lado a otro a lo ancho de la banda de emanaciones del hombre. Le pregunté si yo tenía razón.
– Eso es exactamente lo que quise decir -dijo-. En los dos bordes de la banda del hombre hay un extraño depósito de basura, una incalculable masa de cachivaches humanos. Es un almacén mórbido y siniestro, que tenía un gran valor para los antiguos videntes pero no para nosotros.
"Una de las cosas más fáciles que puede uno hacer es caer en ese depósito de basura. Ayer, Genaro y yo empujamos a tu punto de encaje porque queríamos darte un vivo ejemplo de ese movimiento lateral. Pero cualquier persona puede llegar a ese almacén simplemente deteniendo su diálogo interno. Cuando eso sucede, los resultados se explican como fantasías de la mente si el cambio es mínimo. Si el cambio es considerable, los resultados son llamados alucinaciones.
Luego me explicó cómo había usado Genaro su paso de poder para mover mi punto de encaje. Dijo que, una vez que los guerreros han entrado en un estado de silencio interior al detener su diálogo interno, los rige el oído más que la vista. El sonido y el ritmo de pasos amortiguados captura al instante la fuerza de alineamiento de las emanaciones interiores, que ha sido desconectada por el silencio interior.
– De inmediato, esa fuerza se engancha a los bordes de la banda -prosiguió-. A la orilla derecha encontramos interminables visiones de actividad física, violencia, matanzas, sensualidad. A la orilla izquierda encontramos espiritualidad, religión, Dios. Genaro y yo movimos tu punto de encaje a los dos bordes, para poder darte una visión completa de ese basurero humano.
Don Juan guardó silencio; parecía estar pensando cómo continuar su explicación. Por fin habló y dijo que los increíbles efectos del silencio interior eran uno de los más valiosos aspectos del conocimiento de los videntes, en general. Repitió una y otra vez que en el momento en que uno entra a un estado de silencio interno empiezan a romperse los lazos que atan al punto de encaje al sitio específico en el que está localizado, y que el punto de encaje queda así en libertad para moverse.
Añadió que generalmente el movimiento, si no es lateral, es hacia lo profundo de la banda del hombre, que tal preferencia direccional es una reacción natural de la especie humana, pero que existen videntes que pueden mover el punto de encaje a posiciones bajo el sitio normal. Los nuevos videntes llaman a ese cambio "el movimiento hacia abajo".
– Los videntes muy a menudo sufren movimientos involuntarios hacia abajo -prosiguió-. El punto de encaje no permanece en esa posición baja por mucho tiempo, y eso es afortunado porque ese es el lugar de la bestia. Ir abajo va en contra de nuestros intereses, aunque es la cosa más fácil de lograr.
Don Juan dijo que entre los muchos errores que cometieron los antiguos videntes, uno de los más graves fue el mover sus puntos de encaje a la inmensurable área debajo del sitio normal. El moverse de ese modo los volvió expertos en adoptar las formas de los animales que ellos elegían como sus puntos de referencia. Llamaban a esos animales su nagual, y creían que al mover sus puntos de encaje a sitios específicos podían adquirir las características del animal elegido, su fuerza, sabiduría, astucia, agilidad o ferocidad.