– ¿Cómo puede uno lograr ese movimiento desde adentro? -pregunté.
– Los nuevos videntes dicen que la técnica es la comprensión -dijo. Afirman que, en primer lugar, uno debe saber a ciencia cierta que todo lo perceptible emana del sitio específico donde se localiza nuestro punto de encaje. Una vez entendido esto, podemos desplazar el punto de encaje casi a voluntad, como consecuencia de nuevos hábitos.
Le pedí que aclarara el tema de tener nuevos hábitos. Yo no lo entendía.
– El punto de encaje del hombre aparece, en torno a un área definida, en el capullo, porque así lo decreta el Águila -dijo-. Pero el sitio preciso donde se fija queda determinado por los hábitos, por los actos repetitivos. Primero aprendemos que puede situarse allí y después nosotros mismos le ordenamos que ahí se sitúe. Nuestro comando se convierte en el comando del Águila y el punto queda fijo en ese sitio. Considera esto con cuidado; nuestro comando se convierte en el comando del Águila. Por tal hallazgo, los antiguos videntes pagaron carísimo.
Una vez más aseveró que los antiguos videntes nunca entendieron lo que hacían. Desarrollaron miles de las más complejas técnicas de brujería, y jamás supieron que sus procedimientos, por más intrincados que hubieran sido, sólo servían para romper la estabilidad de sus puntos de encaje y hacerlos desplazarse.
Le pedí que me explicara mejor lo que había dicho.
– Te mencioné una vez que la brujería es algo como entrar en un callejón sin salida -contestó-. Lo que quería decir era que las prácticas de brujería no tienen ningún valor intrínseco. Su valor es indirecto. Su verdadera función es hacer que el punto de encaje se desplace al lograr que la primera atención abandone momentáneamente su control sobre ese punto.
"Los nuevos videntes se dieron cuenta del verdadero papel que jugaban esas prácticas de brujería, y decidieron pasarlas por alto e ir directamente a hacer que sus puntos de encaje se desplazaran, evitando así todas las demás tonterías de rituales y encantamientos. Sin embargo, en cierto momento, los rituales y los encantamientos son realmente necesarios. Yo personalmente, te he iniciado en todo tipo de rituales y encantamiento, pero sólo con objeto de permitir que tu primera atención salga de la absorción en sí misma. Esa absorción es la que crea la fuerza que mantiene el punto de encaje rígidamente fijo.
Agregó que los rituales y los encantamientos, siendo repetitivos, obligan a la primera atención a liberar una porción de la energía empleada en contemplar el inventario humano y el punto de encaje pierde así su rigidez.
– ¿Qué le ocurre a las personas cuyos puntos de encaje pierden rigidez? -pregunté.
– Si no son guerreros, creen que se están volviendo locos -dijo sonriendo-. Cómo te pasó a ti en cierta época, cuando creías que te habías desquiciado. Si son guerreros, saben que ya los agarró la locura, pero esperan con paciencia. Saben a ciencia cierta que el tener cordura y sentido común sólo significa que el punto de encaje está fijo y rígido en su posición habitual. Cuando se mueve, pues no está desquiciado, sin más ni más.
Dijo que se les abren dos opciones a los guerreros cuyos puntos de encaje se han desplazado. Una es reconocer estar enfermos y comportarse como locos, reaccionando emocionalmente ante los extraños mundos que la nueva posición de sus puntos de encaje los obliga a presenciar; la otra es permanecer serenos, inconmovibles, sabiendo que el punto de encaje siempre vuelve a su posición original.
– ¿Qué pasa si el punto de encaje no regresa a su posición original? -pregunté.
– En ese caso esos sujetos están perdidos -dijo-. O están incurablemente locos porque sus puntos de encaje jamás podrían rearmar la percepción del mundo que conocemos, o son incomparables videntes que han comenzado su movimiento hacia lo desconocido.
– ¿Qué determina el que sea una cosa o la otra?
– ¡La energía! ¡La impecabilidad!. Los guerreros impecables no pierden la razón. Permanecen intactos. Te he dicho muchas veces que los guerreros impecables pueden ver mundos horripilantes y sin, embargo, en su trato cotidiano nadie lo notaría. Hablan y ríen con sus amigos o con extraños como si nada hubiera ocurrido.
Me sentí obligado a explicarle una vez más algo que le había contado ya muchas veces; lo que me hizo pensar que había perdido la razón fueron una serie de extrañísimas experiencias sensoriales que tuve como efectos posteriores a la ingestión de plantas alucinógenas. Experimenté alarmantes estados de total discordancia de espacio y tiempo, lapsos de concentración mental y alucinaciones.
– Bajo todos los puntos de vista cotidianos, de hecho estabas perdiendo la razón -dijo-, pero desde el punto de vista de los videntes, si la hubieras perdido no habrías perdido gran cosa. Para un vidente, la razón no es más que la autorreflexión del inventario del hombre. Si uno pierde esa autorreflexión, pero no pierde los cimientos, uno vive de verdad una vida infinitamente más interesante, variada, y fuerte.
Comentó que el defecto estaba en mi reacción emocional. Ella me impidió comprender que la rareza de cada una de mis experiencias sensoriales estaba determinada por la profundidad a la que se había movido mi punto de encaje, dentro de la banda de las emanaciones del hombre. Me quejé de que no podía entender lo que me explicaba, porque la configuración que él llamaba la banda de las emanaciones del hombre me resultaba incomprensible. La había visualizado como una cinta colocada sobre la superficie de una pelota.
Dijo que llamarla una banda era falso, y que iba a usar una analogía para ilustrar lo que quería decir. Explicó que la forma luminosa del hombre es como una bola de queso blanco que tiene inyectado un grueso disco de un queso más oscuro. Me miró y se rió. Sabía que no me gustaba el queso.
Hizo un diagrama sobre un pequeño pizarrón. Dibujo una forma ovoide y la dividió en cuatro secciones longitudinales, diciendo que de inmediato borraría las líneas divisorias porque las había dibujado sólo para darme una idea de dónde se localizaba la banda en el capullo del hombre. Subrayó la línea entre la primera y la segunda sección y borró las otras líneas divisorias. Explicó que la banda era un disco de queso amarillo que había sido insertada en la bola de queso blanco.
– Ahora bien -prosiguió-, si esa bola de queso blanco fuera transparente, tendrías la réplica perfecta del capullo del hombre. El queso amarillo penetra completamente al interior de la bola de queso blanco. Es un disco que va de la superficie de un lado a la superficie del otro.
"El punto de encaje del hombre se localiza bastante arriba en la superficie del capullo, a tres cuartas partes, hacia la parte superior del capullo. Cuando el nagual presiona ese punto de intensa luminosidad, el punto se desplaza al interior del disco de queso amarillo. La conciencia acrecentada sucede al momento en que el intenso resplandor del punto de encaje enciende las emanaciones dormidas en la profundidad del disco de queso amarillo. Ver que el resplandor del punto de encaje se desplaza hacia el interior de ese disco da la sensación de que se mueve hacia la izquierda sobre la superficie del capullo.
Repitió su analogía tres o cuatro veces, pero yo no la entendía y tuvo que explicarla aún más. Dijo que la transparencia del huevo luminoso crea la impresión de un movimiento hacia la izquierda, cuando en esencia cada movimiento del punto de encaje es hacia las profundidades, hacia el centro del huevo luminoso, dentro del grosor de la banda del hombre.
Comenté que lo que decía me daba la impresión de que los videntes usan los ojos cuando ven que se mueve el punto de encaje.
– El hombre no es lo que no se puede conocer -dijo-. La luminosidad del hombre puede verse casi cono si uno usara solamente los ojos.
Explicó que definitivamente los antiguos videntes habían visto el movimiento del punto de encaje pero jamás se les ocurrió que era un movimiento en hondo; en vez de eso se guiaron por lo que veían y acuñaron la frase "movimiento hacia la izquierda", que los nuevos videntes conservaron aunque sabían que era erróneo llamarlo así.