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La mujer del médico apenas podía arrastrar los pies. La conmoción la había dejado sin fuerzas. Cuando salieron del supermercado, ella, desfallecida, él, ciego, nadie podría decir cuál de los dos amparaba al otro. Quizá a causa de la intensidad de la luz le dio un vértigo, pensó que iba a perder la vista, pero no se asustó, era sólo un desmayo. No llegó a caer ni a perder completamente el sentido. Necesitaba acostarse, cerrar los ojos, respirar pausadamente, si pudiera estar unos minutos tranquila, quieta, seguramente le volverían las fuerzas, y era necesario que volvieran, las bolsas de plástico seguían vacías. No quería acostarse sobre la inmundicia de la acera, volver al supermercado, eso ni muerta. Miró alrededor. Al otro lado de la calle, un poco más allá, había una iglesia. Habría gente dentro, como en todas partes, pero sería un buen sitio para descansar, al menos antes era así. Le dijo al marido, Tengo que recuperar fuerzas, llévame allí, Allí dónde, Perdona, sosténme un poco, es ahí mismo, ya te iré indicando, Qué es, Una iglesia, si me pudiera tumbar un poco, quedaría como nueva, Vamos allá. Se entraba en el templo por seis escalones, seis escalones que la mujer del médico los superó con gran dificultad, tanto más que tenía también que guiar al marido. Las puertas estaban abiertas de par en par, suerte tuvieron de eso, una antepuerta, una mampara de las más sencillas, sería en esta ocasión un obstáculo difícil de superar. El perro de las lágrimas se detuvo indeciso en el umbral. Y es que, pese a la libertad de movimientos de que han gozado los perros en los últimos meses, se mantenía genéticamente incorporada en el cerebro de todos ellos la prohibición que un día, en remotos tiempos, cayó sobre la especie, la prohibición de entrar en las iglesias, probablemente la culpa la tuvo aquel otro código genético que les ordena marcar el terreno dondequiera que lleguen. De nada sirvieron los buenos y leales servicios prestados por los antepasados de este perro de las lágrimas, cuando lamían asquerosas llagas de santos antes de que como tales hubieran sido declarados y aprobados, misericordia, ésta, de las más desinteresadas, porque bien sabemos que no consigue cualquier mendigo ascender a la santidad por muchas llagas que pueda tener en el cuerpo, y también en el alma, lugar a donde no llega la lengua de los perros. Se atrevió ahora éste a penetrar en el sagrado recinto, la puerta estaba abierta, portero no había, y, razón sobre todas fuerte, la mujer de las lágrimas ha entrado, ni sé cómo puede arrastrarse, va murmurándole al marido sólo una palabra, Sosténme, la iglesia está llena, casi no hay un palmo de suelo libre, en verdad se podría decir que no hay aquí una piedra donde descansar la cabeza, una vez más fue una suerte que estuviera a su lado el perro de las lágrimas, con dos gruñidos y dos embestidas, todo sin maldad, abrió un espacio donde pudo dejarse caer la mujer del médico rindiendo el cuerpo al desmayo, cerrados al fin por completo los ojos. El marido le tomó el pulso, está firme y regular, sólo un poco leve, después hizo un esfuerzo para levantarla, no es buena esta posición, hay que procurar que vuelva la sangre rápidamente al cerebro, aumentar la irrigación cerebral, lo mejor sería sentarla, ponerle la cabeza entre las rodillas, y confiar en la naturaleza y en la fuerza de la gravedad. Al fin, después de algunos esfuerzos fallidos, la pudo levantar. Pasados unos minutos, la mujer del médico suspiró profundamente, se movió un poquito, casi nada, empezaba a volver en sí. No te levantes aún, le dijo el marido, quédate un poco más con la cabeza baja, pero ella se sentía bien, no había señal de vértigo, los ojos entreveían las losas del suelo, que el perro de las lágrimas, gracias a los tres enérgicos revolcones que dio antes de acostarse él mismo, había dejado aceptablemente limpias. Levantó la cabeza hacia las esbeltas columnas, hacia las altas bóvedas, para comprobar la seguridad y la estabilidad de la circulación sanguínea, luego dijo, Ya estoy bien, pero en aquel mismo instante pensó que se había vuelto loca, o que, desaparecido el vértigo, sufría ahora alucinaciones, no podía ser verdad aquello que los ojos le mostraban, aquel hombre clavado en la cruz con una venda blanca cubriéndole los ojos, y, al lado una mujer con el corazón traspasado por siete espadas y con los ojos también tapados por una venda blanca, y no eran sólo este hombre y esta mujer los que así estaban, todas las imágenes de la iglesia tenían los ojos vendados, las esculturas con un paño blanco atado alrededor de la cabeza, y los cuadros con una gruesa pincelada de pintura blanca, y más allá estaba una mujer enseñando a su hija a leer, y las dos tenían los ojos tapados, y un hombre con un libro abierto donde se sentaba un niño pequeño, y los dos tenían los ojos tapados, y un viejo de larga barba, con tres llaves en la mano, y tenía los ojos tapados, y otro hombre con el cuerpo acribillado de flechas, y tenía los ojos tapados, y una mujer con una lámpara encendida, y tenía los ojos tapados, y un hombre con heridas en las manos y en los pies y en el pecho, y tenía los ojos tapados, y otro hombre con un león, y los dos tenían los ojos tapados, y otro hombre con un cordero, y los dos tenían los ojos tapados, y otro hombre con un águila, y los dos tenían los ojos tapados, y otro hombre con una lanza dominando a un hombre caído, con cornamenta el caído y con pies de cabra, y los dos tenían los ojos tapados, y otro hombre con una balanza, y tenía los ojos tapados, y un viejo calvo sosteniendo un lirio blanco, y tenía los ojos tapados, y otro viejo apoyado en una espada desenvainada, y tenía los ojos tapados, y una mujer con una paloma, y tenían las dos los ojos tapados, y un hombre con dos cuervos, y los tres tenían los ojos tapados, sólo había una mujer que no tenía los ojos tapados porque los llevaba arrancados en una bandeja de plata. La mujer del médico le dijo al marido, No vas a creer lo que te digo, pero todas las imágenes de la iglesia tienen los ojos vendados, Qué extraño, por qué será, Cómo voy a saberlo yo, puede haber sido obra de algún desesperado de la fe cuando comprendió que iba a quedarse ciego como los otros, puede haber sido el propio sacerdote de aquí, tal vez haya pensado justamente que, dado que los ciegos no podrían ver a las imágenes, tampoco las imágenes tendrían que ver a los ciegos, Las imágenes no ven, Equivocación tuya, las imágenes ven con los ojos que las ven, sólo ahora la ceguera es para todos, Tú sigues viendo, Iré viendo menos cada vez, y aunque no pierda la vista me volveré más ciega cada día porque no tendré quien me vea, Si fue el cura quien cubrió los ojos a las imágenes, Eso es sólo idea mía, Es la única posibilidad que tiene verdadero sentido, es la única que puede dar alguna grandeza a esta miseria nuestra, imagino a ese hombre entrando aquí, desde el mundo de los ciegos, al que luego tendría que regresar para quedarse ciego también, imagino las puertas cerradas, la iglesia desierta, el silencio, imagino las estatuas, las pinturas, lo veo yendo de un lado a otro, subiendo a los altares y anudando los paños sobre los ojos, dos nudos, para que no se caigan, y dando dos brochazos de pintura blanca en los cuadros para hacer más espesa la noche en que entraron, ese cura tiene que haber sido el mayor sacrílego de todos los tiempos y de todas las religiones, el más justo, el más radicalmente humano, el que vino aquí para decir al fin que Dios no merece ver. La mujer del médico no llegó a responder, alguien a su lado se le anticipó, Qué están diciendo, qué charla es ésa, quiénes son ustedes, Ciegos como tú, dijo ella, Pero yo te he oído decir que veías, Son maneras de hablar que no pierde una de la noche a la mañana, cuántas veces voy a tener que decirlo, Y qué es eso de que están ahí las imágenes con los ojos tapados, Es verdad, Y tú, cómo lo sabes, si estás ciega, También tú lo sabrás si haces lo que hice yo, tócalas con las manos, las manos son los ojos de los ciegos, Y por qué lo has hecho, He pensado que para haber llegado a lo que hemos llegado alguien más tendría que estar ciego, Y esa historia de que ha sido el cura de la iglesia quien tapó los ojos de las imágenes, yo lo conocía muy bien y sé que sería incapaz de hacer tal cosa, Nunca se puede saber de antemano de qué son capaces las personas, hay que esperar, dar tiempo al tiempo, el tiempo es el que manda, el tiempo es quien está jugando al otro lado de la mesa y tiene en su mano todas las cartas de la baraja, a nosotros nos corresponde inventar los encartes con la vida, la nuestra, Hablar de juego en una iglesia es pecado, Levántate, usa tus manos, si dudas de lo que digo, Me juras que es verdad que las imágenes tienen todas los ojos tapados, Qué juramento es suficiente para ti, júralo por tus ojos, Lo juro dos veces por los ojos, por los míos y por los tuyos, Es verdad, Es verdad. Oían la conversación los ciegos que se encontraban más cerca, y excusado sería decir que no fue precisa la confirmación del juramento para que la noticia empezase a circular, a pasar de boca en boca, con un murmullo que poco a poco fue cambiando de tono, primero incrédulo, después inquieto, otra vez incrédulo, lo malo fue que hubiera en aquella concurrencia unas cuantas personas supersticiosas e imaginativas, la idea de que las sagradas imágenes estaban ciegas, de que sus misericordiosas y sufridoras miradas no contemplaban más que su propia ceguera, les resultó súbitamente insoportable, fue igual que si les hubieran dicho que estaban rodeados de muertos-vivos, bastó que se oyera un grito, y luego otro, y otro, luego el miedo hizo que todos se levantaran, el pánico los empujó hacia la puerta, se repitió aquí lo que ya se sabe, que el pánico es mucho más rápido que las piernas que tienen que llevarlo, los pies del fugitivo acaban por liarse en la carrera, mucho más si el fugitivo es ciego, y helo ahí, en el suelo, el pánico le dice, Levántate, corre, que vienen a matarte, qué más quisiera, pero ya otros corrieron y han caído también, es preciso estar dotado de muy buen corazón para no reírse a carcajadas ante esta grotesca maraña de cuerpos en busca de brazos para librarse y de pies para escapar. Aquellos seis escalones de fuera van a ser como un precipicio, pero, en fin, la caída no será grande, la costumbre de caer endurece el cuerpo, haber llegado al suelo ya es un alivio por sí solo, De aquí no voy a pasar, es el primer pensamiento, y a veces el último también, en casos fatales. Lo que tampoco cambia es que unos se aprovechen del mal de otros, como muy bien saben desde el principio del mundo los herederos y herederos de los herederos. La fuga desesperada de esta gente hizo que dejaran atrás sus pertenencias, y cuando la necesidad haya vencido al miedo y vuelvan a por ellas, aparte del difícil problema que va a ser aclarar de modo satisfactorio lo que era mío y lo que era tuyo, veremos que ha desaparecido parte de la poca comida que teníamos, quizá todo esto haya sido una cínica artimaña de la mujer que dijo que las imágenes tenían los ojos tapados, la maldad de cierta gente no tiene límites, inventar tales patrañas sólo para poder robar a los pobres unos restos de comida indescifrables. Ahora bien, la culpa la tuvo el perro de las lágrimas, que al ver la plaza libre fue a olfatear por allí, era su trabajo, justo y natural, pero mostró, por así decir, la entrada de la mina, de lo que resultó que salieran de la iglesia la mujer del médico y el marido sin remordimientos de hurto llevando las bolsas medio llenas. Si pueden aprovechar la mitad de lo que cogieron, pueden darse por satisfechos, ante la otra mitad dirán, No sé cómo la gente puede comer estas porquerías, incluso cuando la desgracia es común a todos, siempre hay unos que lo pasan peor.

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