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Otros asaltos se están premeditando. Mientras Portugal reza y canta, que es tiempo de fiestas y romerías, mucho cántico místico, mucho cohete y vino, mucha danza popular de la región del Miño, mucha banda, mucho ángel de alas blancas tras las andas de la procesión, bajo una canícula que es, en fin, la respuesta del cielo a la prolongada invernía, sin prescindir aún, por ser fruta del tiempo, de mandarnos unas lluvias dispersas y algún aguacero, mientras Tomás Alcaide canta Rigoletto, Manon y Tosca en el Teatro de São Luis, mientras la Sociedad de Naciones decide de una vez el levantamiento de las sanciones a Italia, mientras los ingleses protestan por el paso del dirigible Hindemburg sobre fábricas y puntos estratégicos británicos, se dice que va a ser cosa inmediata la incorporación de la Ciudad Libre de Dantzig al territorio alemán. Allá ellos. Sólo un ojo sutil y un dedo entrenado en pesquisas cartográficas sabrían encontrar en el mapa el puntito negro y la bárbara palabra, que no va a acabarse el mundo por su culpa. Porque, en fin, no es bueno para la tranquilidad del hogar meterse en casa de los vecinos, son ellos quienes arman los líos, pues que los desarmen ellos, tampoco nos llaman a nosotros a la hora de las alegrías. Ahora mismo, por ejemplo, corrió el rumor de que el general Sanjurjo quería entrar clandestinamente en España para dirigir un movimiento monárquico, y él mismo se apresuró a declarar a la prensa que no piensa dejar tan pronto Portugal. Ahí está, pues, con toda su familia, viviendo en Monte Estoril, en la villa Santa Leocadia, con vista al mar y mucha paz en su conciencia. Si en tal caso tomáramos partido, diríamos unos, Corra, salve a su patria, diríamos otros, Déjese de líos, no se meta en problemas, ahora bien, a todos corresponde cumplir el deber de hospitalidad, como gustosamente hicimos con los duques de Alba y de Medinaceli, en buenahora acogidos en el Hotel Bragança, de donde, según dicen también, no piensan salir tan pronto. A no ser que todo esto sea sólo otra premeditación de asalto, ya con el guión escrito, el cámara dispuesto, a la espera de que el director dé la orden, Acción.

Ricardo Reis lee los periódicos. No llegan a inquietarle las noticias que llegan del mundo, tal vez por su temperamento, tal vez porque cree lo que el sentido común se obstina en afirmar, que cuanto más se temen las desgracias menos acontecen. Si esto es así, entonces el hombre está condenado, por su propio interés, al pesimismo eterno como camino hacia la felicidad, y quizá, perseverando, alcance la inmortalidad por la vía del simple miedo a morir. No es Ricardo Reis como John D. Rockefeller, no necesita que le criben las noticias, el periódico que ha comprado es igual a todos los que el vendedor lleva en su mochila o extiende en la acera porque, en fin, las amenazas, cuando nacen, son como el sol, universales, pero él se cobija bajo una sombra que le es particular, definida así, lo que no quiero saber no existe, el único problema verdadero es cómo jugar el caballo y la reina, y si le llamo verdadero problema no es porque lo sea realmente, sino porque no tengo otro. Lee Ricardo Reis los periódicos y acaba por imponerse a sí mismo el deber de preocuparse un poco. Europa hierve, y posiblemente va a rebosar, no hay un lugar donde el poeta pueda descansar la cabeza. Los viejos sí que andan excitados, y hasta tal punto que han decidido hacer el sacrificio de comprar el periódico todos los días, alternándose, para no tener que esperar hasta la caída de la tarde. Cuando Ricardo Reis apareció en el jardín ejerciendo su caridad habitual, pudieron responderle, con altivez de pobre ingrato, Ya lo tenemos, y, ruidosamente, desplegaron las amplias hojas, con ostentación, demostrándose así una vez más que no hay que confiar en la naturaleza humana. Como, tras las vacaciones de Lidia, ha vuelto a su hábito de dormir casi hasta la hora de la comida, Ricardo Reis debió de ser el último habitante de Lisboa en enterarse de que habían dado un golpe militar en España. Aún con los ojos pesados de sueño fue a la escalera a buscar el periódico, lo levantó de la alfombrilla y se lo puso bajo el brazo, volvió al dormitorio bostezando, un día más que empieza, ah, este prolongado hastío de existir, esta ficción de llamarle serenidad, Levantamiento del ejército de tierra español, cuando este título le golpeó los ojos, Ricardo Reis sintió un vértigo, quizá más exactamente una sensación de despegue interior, como si de súbito hubiera empezado a descender en caída libre sin tener la certidumbre de que el suelo está cerca. Ha ocurrido lo previsible. El ejército español, guardián de las virtudes de la raza y de la tradición, iba a hablar con la voz de las armas, expulsaría a los mercaderes del templo, restauraría el altar de la patria, devolvería a España la inmortal grandeza que algunos de sus degenerados hijos habían menoscabado. Ricardo Reis leyó la noticia brevísima, en página interior encontró un telegrama atrasado, Se teme en Madrid que estalle un movimiento revolucionario fascista, esta frase le molestó sutilmente, verdad es que la noticia llegaba de la capital de España, donde tiene asiento el gobierno de izquierda, se entiende que usen un lenguaje como éste, pero sería mucho más comprensible si dijeran, por ejemplo, que se levantaron los monárquicos contra los republicanos, así sabría Ricardo Reis dónde estaban los suyos, pues es monárquico, como recordamos, o conviene recordar si lo hemos olvidado. Pero dado que el general Sanjurjo que, según el rumor que corrió por Lisboa, iba a dirigir en España un movimiento monárquico, lo ha desmentido formalmente, No pienso dejar tan pronto Portugal, entonces la cuestión es menos complicada, Ricardo Reis no tiene que tomar partido, esta guerra, si es que en guerra se convierte, no es la suya, es cuestión entre republicanos y republicanos. Por hoy, el periódico le ha dado cuanto sabía de noticias. Mañana quizá diga que el movimiento ha abortado, que los rebeldes han sido dominados, que la paz reina en toda España. Ricardo Reis no sabe si esto le produciría alivio o pesar. Cuando sale para almorzar va atento a los rostros y a las palabras, hay cierto nerviosismo en el aire, pero es un nerviosismo que se controla a sí mismo, ni de más ni de menos, quizá por ser aún escasas las noticias, quizá porque conviene el recato de sentimientos movidos por causa tan próxima, el silencio es oro, y el callado es el mejor. Pero, entre la puerta de casa y el restaurante, encontró algunas miradas triunfales, una o dos de melancólico desamparo, hasta Ricardo Reis es capaz de comprender que no se trata de una cuestión entre republicanos y monárquicos.

Ya va entendiendo mejor lo que ha ocurrido. El levantamiento ha empezado en el Marruecos español y, por lo visto, su jefe principal es el general Franco. Aquí, en Lisboa, el general Sanjurjo ha declarado que está del lado de sus camaradas de armas, pero reafirmó también que no desea mantener ninguna actividad, que lo crea quien quiera, palabras éstas que no son suyas, claro está, siempre se encuentra a alguien que da su opinión, aunque nadie se la pida. Que la situación es grave en España es algo que hasta un niño sabe. Basta decir que en menos de cuarenta y ocho horas ha caído el gobierno de Casares Quiroga, Martínez Barrio ha recibido el encargo de formar gobierno, ha dimitido Martínez Barrio, y ahora tenemos un gabinete presidido por Giral, a ver cuánto dura. Los militares anuncian que el movimiento ha triunfado, si todo continúa como hasta ahora, el dominio rojo en España tiene sus horas contadas. Ese mencionado niño, aun sin saber leer, lo confirmaría, sólo con ver el tamaño de los títulos y la variedad tipográfica, un entusiasmo gráfico que se manifiesta en parangonas y que, dentro de unos días, se reflejará también en la letra menuda de los artículos de fondo.

De pronto, la tragedia. El general Sanjurjo ha muerto horriblemente carbonizado, iba a hacerse cargo de la dirección militar del movimiento, y el avión, por llevar exceso de carga o por falta de fuerza del motor, si no es todo lo mismo, no consiguió alzar el vuelo y se estrelló contra unos árboles, luego contra un muro, a la vista de los españoles que habían acudido en despedida, y allí, bajo un sol implacable, ardieron el avión y el general en una inmensa antorcha, tuvo suerte el piloto, Ansaldo de nombre, que escapó del accidente con heridas y quemaduras de menor gravedad. Decía el general que no señor, que no pensaba dejar Portugal tan pronto, y era mentira, pero hay que tener la misericordia de comprender estas falsedades, son el pan de cada día en la política, aunque no sepamos si Dios piensa de la misma manera, quién nos dirá que no fue castigo divino, todos sabemos que Dios castiga sin palo ni piedra, en cuanto al fuego, ya tiene larga práctica. Ahora, al tiempo que el general Queipo de Llano proclama la dictadura militar en toda España, el cuerpo del general Sanjurjo, también marqués del Rif, es velado en la iglesia de San Antonio de Estoril, y cuando decimos cuerpo, es lo que de él resta, un sarmiento breve y negro, encerrado en un ataúd de niño, un hombre que tan corpulento era en vida reducido ahora a un triste tizón, bien verdad es que no somos nada en este mundo, siempre nos cuesta creerlo por más que esto se repita y todos los días lo demuestren. En guardia de honor al gran adalid están miembros de la Falange Española, uniformados de cabeza a pies, con camisa azul, pantalón negro, puñal al cinto de cuero, de dónde habrá salido esta gente es lo que me pregunto, sin duda no han sido enviados desde Marruecos a todo vapor para que estén presentes en las solemnes exequias, tampoco ese mismo niño lo sabría decir, pese a ser inocente y analfabeto, si en Portugal, como informa el Pueblo Gallego, hay cincuenta mil españoles, algunos habrá que no se han limitado a traer mudas de ropa blanca, y meterían en el equipaje, por lo que pudiera pasar, el pantalón negro y la camisa azul, y el puñalito, aunque no pensaran tener que mostrarlo todo a la luz del día por tan dolorosos motivos. No obstante, en estos rostros, marcados por un dolor viril, hay un resplandor de triunfo y gloria, la muerte, al fin y al cabo, es la novia eterna a cuyos brazos el hombre valeroso ha de aspirar, virgen intacta que, entre todos, prefiere a los españoles, especialmente si son militares. Mañana, cuando los restos mortales del general Sanjurjo sean transportados en un armón tirado por mulas, aletearán sobre ellos, cual ángeles de la buena nueva, las noticias de que las columnas motorizadas avanzan sobre Madrid, está consumado el cerco, el asalto final es cuestión de horas. Se dice que no hay ya gobierno en la capital, pero también se dice, sin reparar en la contradicción, que el mismo gobierno que no existe ha decidido autorizar a los miembros del Frente Popular a tomar las armas y municiones que precisen. Con todo, es sólo el estertor del diablo. No tardará la Virgen del Pilar en aplastar bajo sus cándidos pies la serpiente de la maldad, la luna creciente se alzará sobre los cementerios de la iniquidad, ya están desembarcando en el sur de España millares de soldados marroquíes, con ellos, ecuménicamente, restableceremos el imperio de la cruz y del rosario sobre el odioso símbolo del martillo y la hoz. La regeneración de Europa camina a pasos de gigante, primero fue Italia, luego Portugal, después Alemania, ahora España, ésta es la buena tierra, ésta la simiente mejor, mañana recogeremos la cosecha. Como escribieron los estudiantes alemanes, Nosotros no somos nada, lo mismo que se decían, unos a los otros, los esclavos que construyeron las pirámides, Nosotros no somos nada, los canteros y boyeros de Mafra, Nosotros no somos nada, los alentejanos mordidos por el gato rabioso, Nosotros no somos nada, los beneficiarios de los repartos caritativos y nacionales, Nosotros no somos nada, los de Ribatejo, en cuyo favor se hizo la fiesta del jockey Club, Nosotros no somos nada, los sindicatos nacionales que en mayo desfilaron saludando a la romana, Nosotros no somos nada, quizá nazca para nosotros el día en que todos seamos algo, quien esto dice no sabe cuándo, es un presentimiento.

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