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– ¿Y eso qué es? -preguntó Alicia.

– No puedo hacerte una demostración, ya que ahora estoy muy baja de forma -respondió la Falsa Tortuga. Y el Grifo, como él mismo podrá decirte, nunca aprendió a tintar al boleo.

– Nunca tuve tiempo suficiente -se excusó el Grifo. -Pero sí que iba a las clases de Letras. Y teníamos un maestro que era un gran maestro, un viejo cangrejo. -Nunca fui a sus clases -dijo la Falsa Tortuga lloriqueando-, dicen que enseñaba patín y riego.

– Sí, sí que lo hacía -respondió el Grifo. Y las dos se taparon la cabeza con las patas, muy soliviantadas.

– ¿Cuantas horas al día duraban esas lecciones? -preguntó Alicia interesada, aunque no lograba entender mucho qué eran aquellas asignaturas tan raras, o si es que no sabían pronunciar. Tintura al bóleo debería ser pintura al óleo, y patín y riego serían latín y griego, pero lo que es las otras, se le escapaban.

– Teníamos diez horas al día el primer día. Luego, el segundo día, nueve y así sucesivamente.

– Pues me resulta un horario muy extraño -observó la niña.

– Por eso se llamaban cursos, no entiendes nada. Se llamaban cursos porque se acortaban de día en día.

Eso resultaba nuevo para Alicia y antes de hacer una nueva pregunta le dio unas cuantas vueltas al asunto.

Por fin preguntó:

– Entonces, el día once, sería fiesta, claro.

– Naturalmente que sí -respondió la Falsa Tortuga.

– ¿Y el doceavo?

– Basta de cursos ya -ordenó el Grifo autoritariamente. -Cuéntale ahora algo sobre los juegos.

Capítulo 10 – EL BAILE DE LA LANGOSTAEL BAILE DE LA LANGOSTA

La Falsa Tortuga suspiró profundamente y se enjugó una lágrima con la aleta. Antes de hablar, miró a Alicia durante bastante tiempo, mientras los sollozos casi la ahogaban.

– Se te ha atragantado un hueso, parece -dijo el Grifo poco respetuoso. Y se puso a darle golpes en la concha por la parte de la espalda.

Por fin la Tortuga recobró la voz y reanudó su narración, solo que las lágrimas resbalaban por su vieja cara arrugada.

– Tú acaso no hayas vivido mucho tiempo en el fondo del mar…

– Desde luego que no», dijo Alicia.

– Y quizá no hayas entrado nunca en contacto con una langosta.

Alicia empezó a decir: «Una vez comí…», pero se interrumpió a toda prisa por si alguien se sentía ofendido.

– No, nunca -respondió.

Pues entonces, ¡no puedes tener ni idea de lo agradable que resulta el Baile de la Langosta.

– No reconoció Alicia-. ¿Qué clase de baile es éste?

– Verás -dijo el Grifo-, primero se forma una línea a lo largo de la playa…

– ¡Dos líneas! -gritó la Falsa Tortuga-. Focas, tortugas y demás. Entonces, cuando se han quitado todas las medusas de en medio…

– Cosa que por lo general lleva bastante tiempo -interrumpió el Grifo.

– … se dan dos pasos al frente…

– ¡Cada uno con una langosta de pareja! -gritó el Grifo.

– Por supuesto -dijo la Falsa Tortuga-. Se dan dos pasos al frente, se forman parejas…

– … se cambia de langosta, y se retrocede en el mismo orden -siguió el Grifo.

– Entonces -siguió la Falsa Tortuga- se lanzan las…

– ¡Las langostas! -exclamó el Grifo con entusiasmo, dando un salto en el aire.

– …lo más lejos que se pueda en el mar…

– ¡Y a nadar tras ellas! -chilló el Grifo.

– ¡Se da un salto mortal en el mar! -gritó la Falsa Tortuga, dando palmadas de entusiasmo.

– ¡Se cambia otra vez de langosta! -aulló el Grifo.

– Se vuelve a la playa, y… aquí termina la primera figura -dijo la Falsa Tortuga, mientras bajaba repentinamente la voz.

Y las dos criaturas, que habían estado dando saltos y haciendo cabriolas durante toda la explicación, se volvieron a sentar muy tristes y tranquilas, y miraron a Alicia.

– Debe de ser un baile precioso -dijo Alicia con timidez.

– ¿Te gustaría ver un poquito cómo se baila? -propuso la Falsa Tortuga.

– Claro, me gustaría muchísimo -dijo Alicia.

– ¡Ea, vamos a intentar la primera figura! -le dijo la Falsa Tortuga al Grifo-. Podemos hacerlo sin langostas, sabes. ¿Quién va a cantar?

– Cantarás tú -dijo el Grifo-. Yo he olvidado la letra.

Empezaron pues a bailar solemnemente alrededor de Alicia, dándole un pisotón cada vez que se acercaban demasiado y llevando el compás con las patas delanteras, mientras la Falsa Tortuga entonaba lentamente y con melancolía:

"¿Porqué no te mueves más aprisa? le pregunto una pescadilla a un caracol.

Porque tengo tras mí un delfín pisoteándome el talón.

¡Mira lo contentas que se ponen las langostas y tortugas al andar!

Nos esperan en la playa -¡Venga! ¡Baila y déjate llevar!

¡Venga, baila, venga, baila, venga, baila y déjate llevar!

¡Baila, venga, baila, venga, baila, venga y déjate llevar!"

"¡No te puedes imaginar qué agradable es el baile cuando nos arrojan con las langostas hacia el mar!

Pero el caracol respondía siempre: "¡Demasiado lejos, demasiado lejos!" y ni siquiera se preocupaba de mirar.

"No quería bailar, no quería bailar, no quería bailar…"

– Muchas gracias. Es un baile muy interesante -dijo Alicia, cuando vio con alivio que el baile había terminado-. ¡Y me ha gustado mucho esta canción de la pescadilla!

– Oh, respecto a la pescadilla… -dijo la Falsa Tortuga-. Las pescadillas son… Bueno, supongo que tú ya habrás visto alguna.

– Sí -respondió Alicia-, las he visto a menudo en la cen…

Pero se contuvo a tiempo y guardó silencio.

– No sé qué es eso de cen -dijo la Falsa Tortuga-, pero, si las has visto tan a menudo, sabrás naturalmente cómo son.

– Creo que sí -respondió Alicia pensativa. Llevan la cola dentro de la boca y van cubiertas de pan rallado.

– Te equivocas en lo del pan -dijo la Falsa Tortuga-. En el mar el pan rallado desaparecería en seguida. Pero es verdad que llevan la cola dentro de la boca, y la razón es… -Al llegar a este punto la Falsa Tortuga bostezó y cerró los ojos-. Cuéntale tú la razón de todo esto -añadió, dirigiéndose al Grifo.

– La razón es -dijo el Grifo- que las pescadillas quieren participar con las langostas en el baile. Y por lo tanto las arrojan al mar. Y por lo tanto tienen que ir a caer lo más lejos posible. Y por lo tanto se cogen bien las colas con la boca. Y por lo tanto no pueden después volver a sacarlas. Eso es todo.

– Gracias -dijo Alicia-. Es muy interesante. Nunca había sabido tantas cosas sobre las pescadillas.

– Pues aún puedo contarte más cosas sobre ellas- dijo el Grifo.- ¿A que no sabes por qué las pescadillas son blancas?

– No, y jamás me lo he preguntado, la verdad ¿Por qué son blancas? -Pues porque sirven para darle brillo a los zapatos y las botas, por eso, por lo blancas que son- respondió el Grifo muy satisfecho.

Alicia permaneció asombrada, con la boca abierta.

– Para sacar brillo- repetía estupefacta-. No me lo explico.

– Pero, claro. ¿A ver? ¿Cómo se limpian los zapatos? Vamos, ¿cómo se les saca brillo?

Alicia se miró los pies, pensativa, y vaciló antes de dar una explicación lógica.

– Con betún negro, creo.

– Pues bajo el mar, a los zapatos se les da blanco de pescadilla- respondió el Grifo sentenciosamente.- Ahora ya lo sabes.

– ¿Y de que están hechos?

– De mero y otros peces, vamos hombre, si cualquier gamba sabría responder a esa pregunta- respondió el Grifo con impaciencia.

– Si yo hubiera sido una pescadilla, le hubiera dicho al delfín: "Haga el favor de marcharse, porque no deseamos estar con usted".- dijo Alicia pensando en una estrofa de la canción.

– No- respondió la Falsa Tortuga.- No tenían más remedio que estar con él, ya que no hay ningún pez que se respete que no quiera ir acompañado de un delfín.

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