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– ¡Ay, perdóneme! Haré cualquier cosa. ¡Ay, señor, le ruego que me diga que puedo vivir!

– ¡Muere!

– ¿Tan decidido está? ¿No hay esperanza para mí?

– ¡Muere!

Ella tensó sus grandes ojos por la sorpresa y el miedo; la sorpresa y el miedo se transformaron en reproche; y el reproche en una nada vacía. Estaba hecho. Al principio él no se sintió muy seguro, salvo de que el sol de la mañana estaba colgando joyas en los cabellos de la joven. Vio el diamante, la esmeralda y el rubí brillando en pequeños puntos mientras la miraba, hasta que la levantó y la dejó sobre la cama.

Fue enterrada enseguida, y ahora todos se habían ido y él había tenido su compensación.

Tenía pensado viajar. Eso no significaba que quisiera malgastar su dinero, pues era un hombre ahorrativo y amaba terriblemente el dinero (en realidad, más que cualquier otra cosa), pero se había cansado de la casa desolada y deseaba volverle la espalda y olvidarla. Sin embargo, la casa valía dinero, y el dinero no debía tirarse. Decidió venderla antes de partir. Para que no pareciera tan en ruinas y obtener así un precio mejor, contrató algunos trabajadores para que asearan el jardín, cubierto de malas hierbas; para que cortaran el tronco muerto, podaran la hiedra que caía en enormes masas sobre las ventanas y el frente de la casa, y para que limpiaran los caminos, en los que la hierba llegaba hasta la mitad de la pierna.

Él mismo trabajó con ellos. Trabajó más tiempo que ellos, y una tarde, al oscurecer, se quedó trabajando a solas con el hocejo en la mano. Era una tarde de otoño y la novia llevaba ya cinco semanas muerta.

«Está oscureciendo demasiado para seguir trabajando -se dijo a sí mismo-. Terminaré por hoy» Detestaba la casa y le horrorizaba entrar en ella Contempló el porche oscuro, que le aguardaba como si fuera una tumba y comprendió que era una casa maldita. Cerca del porche, y cerca de donde t estaba, había un árbol cuyas ramas ondulaban frente al mirador del dormitorio de la novia, donde todo había sucedido. De pronto el árbol se meció le sobresaltó. Volvió a moverse, aunque la noche era tranquila. Al levantar la vista y mirar hacia él, vi una figura entre las ramas.

Era la figura de un hombre joven. Miraba hacia abajo, mientras él levantaba la vista; las ramas crujieron y se movieron; la figura descendió rápida mente y se deslizó hasta hallarse frente a él. Era u joven esbelto, aproximadamente de la edad de la novia, de largos cabellos de color castaño claro.

– ¿Qué tipo de ladrón eres tú? -le preguntó cogiendo al joven por el cuello.

El joven, al moverse para quedar libre, le lanzó un golpe con el brazo que le dio en la cara y la garganta. Se enzarzaron, pero el joven se liberó de él retrocedió gritando con gran ansiedad y horror:

– ¡No me toques! ¡Antes preferiría que me toca el diablo!

Se quedó quieto, con el hocejo en la mano, mirando al joven. Pues la mirada del joven era como complemento de la última mirada de la novia, y n había esperado volver a verla de nuevo.

– No soy un ladrón. Pero aunque lo fuera, no cogería una sola moneda de tu tesoro, aunque con ella pudiera comprarme las Indias. ¡Asesino!

– ¿Cómo?

– Hace ya casi cuatro años que me subí ahí por primera vez-dijo el joven señalando hacia el árbol-. Me subí ahí para verla. La vi. Hablé con ella. Y me he subido al árbol muchas veces para verla y escucharla. Yo era un muchacho, escondido entre las ramas, cuando desde ese mirador me dio esto.

Le enseñó una trenza de cabello blondo atada con una cinta de luto.

– Su vida fue una vida de lamentaciones -siguió diciendo el joven-. Me dio esto como prenda y señal de que estaba muerta para todos salvo para ti. De haber tenido más edad, o de haberla visto antes, la habría salvado de ti. ¡Pero ya estaba atrapada en la tela de araña la primera vez que me subí al árbol, y no podía hacer ya nada para liberarla!

Al decir estas palabras tuvo un ataque de sollozos y llantos: débilmente al principio, y luego más apasionados.

– ¡Asesino! Estaba subido al árbol la noche en que la trajiste de nuevo aquí. Aquí, en el árbol, la oí hablar de la muerte que vigilaba en la puerta. Por tres veces estuve en el árbol mientras te encerrabas con ella, matándola lentamente. Desde el árbol la vi yacer muerta sobre la cama. Desde el árbol te he vigilado buscando pruebas y rastros de tu culpa. Cómo lo hiciste sigue siendo un misterio para mí, pero te perseguiré hasta que entregues tu vida al verdugo. Hasta ese momento no te librarás de mí. ¡La amaba! No puedo conocer la piedad hacia ti. Ase no, ¡la amaba!

El joven, que había perdido el sombrero alba del árbol, tenía la cabeza pelada. Se dirigió hacia puerta. Para llegar hasta ella tenía que pasar junto asesino. Cabían, entre uno y otro, dos carruajes los antiguos, y el horror del joven, que se expresa abiertamente en todos los rasgos de su rostro y toe los miembros de su cuerpo, siéndole muy difícil soportar, le hacía mantenerse a distancia. Él (me refiero al otro) no había movido ni mano ni pie des que se quedó quieto para mirar al muchacho. Ahí giró para seguirle con la mirada. Cuando vio la m de color castaño claro ante él, vio también una curva rojiza que iba desde su mano hasta la cabeza del muchacho. Y vio también desde el principio dónde había caído, y digo había caído y no caería, pues percibió claramente que todo había sucedido antes de c él lo hiciera. Le abrió la cabeza y se quedó allí, y el muchacho cayó boca arriba.

Por la noche enterró el cuerpo, al pie del árbol En cuanto salió la luz de la mañana, se dedicó a mover todo el terreno que había alrededor del árbol a cortar y podar los matorrales y las hierbas que lo rodeaban. Cuando llegaron los trabajadores, no ha allí nada sospechoso; y por ello nada sospechara

Pero en un momento había desbaratado to, sus precauciones destruyendo el triunfo del p que durante tanto tiempo había preparado y c con tanto éxito había llevado a cabo. Se había desembarazado de la novia, adquiriendo su fortuna sin poner en peligro su vida; pero ahora, por una muerte con la que nada había ganado, se vería obligado a vivir para siempre con una cuerda alrededor del cuello.

Desde ese momento vivió encadenado a la casa de la tristeza y el horror, que no podía soportar. Temeroso de venderla o abandonarla, para evitar que pudieran descubrir el cadáver, se vio obligado a vivir en ella. Contrató como criados a dos viejos, un hombre y una mujer; y habitó en la casa, temiéndola. Durante mucho tiempo su mayor dificultad fue el jardín. ¿Debía mantenerlo cuidado, tendría que permitir que volviera a su antiguo estado de abandono, cuál sería la manera en la que probablemente llamaría menos la atención?

Tomó una decisión intermedia consistente en trabajarlo él mismo, en las horas libres de la tarde, pidiendo luego al viejo que le ayudara; pero nunca le dejaba a éste que trabajara solo. Y él mismo hizo un emparrado junto al árbol, para poder sentarse allí y ver que estaba a salvo.

Conforme cambiaban las estaciones, y con ellas el árbol, su mente percibía peligros siempre cambiantes. Cuando tenía hojas, pensaba que las ramas superiores estaban adoptando al crecer la forma de un hombre joven… que tomaban exactamente la forma de aquel joven, sentado en una horquilla que se movía con el viento. Cuando caían las hojas, pensaba que al caer del árbol formaban letras sugerentes, o que tendían a amontonarse, sobre la tumba, formando un montículo típico de cementerio. Durante el invierno, cuando el árbol estaba desnudo, creía que las ramas movían hacia él el fantasma del golpe que había dado al joven, y le amenazaban abiertamente En la primavera, cuando la savia ascendía por tronco, se preguntaba si con ella no subían partículas secas de sangre. De esa manera cada año resultaba más evidente que el anterior la figura del joven formada por hojas y agitándose al viento.

Sin embargo, siguió manejando más y más su dinero. Se dedicaba a negocios secretos, al negocio d, oro en polvo, y a casi todos los negocios clandestinos que producían grandes beneficios. En diez año había multiplicado tantas veces su dinero que los comerciantes y transportistas que tenían tratos ce él no mentían en absoluto cuando decían que había incrementado su fortuna doce veces.

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