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Vanessa le besó rápida e impulsivamente.

– Ya te lo diré -dijo, antes de desaparecer en el interior de la casa.

Loretta parecía haberle pasado los nervios a su hija. Mientras la novia se vestía tranquilamente, Vanessa no hacía más que retocar los arreglos florales, ocuparse de que todo estuviera preparado e ir de un lado a otro buscando al fotógrafo.

– Debería haber llegado hace diez minutos -dijo, cuando oyó que Loretta bajaba la escalera-. Sabía que era un error contratar al cuñado del nieto de la señora Driscoll. No comprendo por qué… -comentó mientras se daba la vuelta. Al ver a su madre, se quedó sin palabras-. ¡Oh! ¡Estás guapísima!

Loretta había elegido un vestido de seda verde claro, con un sencillo toque de encaje a lo largo del bajo. Era muy sobrio y elegante. Se había comprado un sombrero a juego y se había acicalado muy bien el cabello por debajo del ala.

– ¿No te parece que el sombrero es demasiado? Es sólo una boda íntima e informal.

– Es perfecto. De verdad. Creo que nunca te he visto más guapa.

– Me siento guapa. No sé lo que me pasó anoche, pero hoy me siento estupendamente. Soy tan feliz… No quiero llorar -susurró mientras sacudía la cabeza-. Me he pasado una eternidad maquillándome.

– No vas a llorar -dijo Vanessa-. El fotógrafo… Oh, gracias a Dios. Acaba de llegar. Yo… Oh, espera. ¿Lo tienes todo?

– ¿Todo?

– Ya sabes, algo viejo, algo nuevo…

– Se me había olvidado. Veamos -musitó Loretta. Las supersticiones de una novia se acababan de apoderar de ella-. El vestido es nuevo, los pendientes de perlas eran de mi madre, por lo que son viejos…

– Buen comienzo. ¿Llevas algo azul?

Loretta se sonrojó.

– Si -confesó-. Debajo del vestido tengo… La combinación que llevo puesta tiene unos lacitos azules. Supongo que creerás que soy una tonta por comprar lencería algo atrevida.

– Claro que no -afirmó Vanessa. Tocó el brazo de su madre y se sintió abrumada por el impulso que sintió de abrazarla. Para no hacerlo, dio un paso atrás-. Ya sólo nos queda lo prestado.

– Bueno, yo…

– Aquí tienes -dijo Vanessa. Se quitó una delicada pulsera de oro que llevaba puesta-. Ponte esto y estarás toda preparada -añadió. Volvió a asomarse por la ventana-. Oh, ahí viene Ham y todos los demás. Parecen un desfile. Métete en el cuarto de música hasta que todo esté preparado.

– Van -susurró Loretta. Aún tenía la pulsera en la mano-. Gracias.

Vanessa esperó hasta que su madre hubo desaparecido para abrir la puerta. La confusión entró en la casa. Joanie estaba discutiendo con Brady sobre el modo más adecuado de colocarse la flor en el ojal. Ham, por su parte, no hacía más que pasear de arriba abajo de la casa. Por fin, Vanessa pudo sacarlos al exterior.

– Veo que has traído al perro -dijo Vanessa mirando a Kong. El animal llevaba un clavel rojo sujeto al collar.

– Es parte de la familia -afirmó Brady-. No podía herir sus sentimientos de esa manera.

– ¿Y no le podrías haber puesto una correa?

– No le insultes.

– Está olisqueando los zapatos del reverendo Taylor.

– Con un poco de suerte, eso será lo único que haga con los zapatos del reverendo Taylor. Por cierto, tenías razón -comentó, mirándola fijamente.

– ¿Sobre qué?

– Podías tener aún mejor aspecto.

Vanessa iba ataviada con un vestido muy veraniego. La falda tenía mucho vuelo y llevaba un estampado floral. Contrastaba profundamente con el corpiño azul cobalto que le dejaba los hombros al descubierto. La cadena de oro y los pendientes que llevaba puestos hacían juego con la pulsera que le había dejado a Loretta.

– Tú también -dijo ella. Sin poder evitarlo, levantó las manos para estirarle la corbata azul marino que llevaba puesta con un traje color marfil-. Supongo que estamos todos preparados.

– Aún nos falta algo.

– ¿El qué? -preguntó Vanessa, atónita.

– La novia.

– Oh, Dios, se me había olvidado. Iré por ella.

Vanessa volvió a entrar corriendo en la casa. Encontró a Loretta en la sala de música, sentada sobre el taburete del piano.

– ¿Lista?

– Sí -respondió ella, después de respirar profundamente.

Atravesaron juntas la casa, pero, al llegar a la puerta trasera, Loretta agarró la mano de su hija. Así, cruzaron juntas el césped. A cada paso que daban, la sonrisa de Ham se iba haciendo más amplia y el paso de su madre más firme. Se detuvieron delante del reverendo y, entonces, Vanessa soltó la mano de su madre. Dio un Paso atrás y tomó la de Brady.

– Queridos hermanos…-comenzó el pastor.

Vanessa vio cómo su madre se casaba bajo la sombra del árbol que Brady había estado decorando. Las campanillas no dejaban de sonar.

– Puedes besar a la novia -entonó por fin el reverendo.

Todas las personas que había en los jardines cercanos empezaron a aplaudir. El fotógrafo tomó una nueva instantánea cuando Ham abrazó a Loretta y le dio un largo beso que provocó más gritos y vítores.

– Muy bien -dijo Brady mientras abrazaba a su padre.

Vanessa dejó su confusión a un lado y se dirigió a abrazar a su madre.

– Enhorabuena, señora Tucker.

– Oh, Van…

– Todavía no puedes llorar. Aún tenemos que hacer muchas fotografías.

Con un grito de alegría, Joanie se abalanzó sobre las dos con su hija en brazos.

– Estoy tan contenta -susurró-. Dale a tu abuela un beso, Lara.

– Abuela -susurró Loretta, casi a punto de llorar. Rápidamente tomó en brazos a la niña-. Abuela…

Brady rodeó los hombros de Vanessa con un brazo.

– ¿Cómo te sientes, tía Vanessa?

– Asombrada -contestó. Se echó a reír con Brady mientras el cuñado del nieto de la señora Driscoll no dejaba de tomar fotografías-. Vamos a servir el champán.

Dos horas más tarde, estaban en el jardín trasero de los Tucker, llevando una bandeja de hamburguesas crudas hacia la barbacoa.

– Yo creía que tu padre siempre se encargaba de cocinar -le dijo a Brady.

– Hoy me ha cedido la espátula a mí -contestó Brady. Se había quitado la chaqueta y la corbata y se había remangado la camisa. Le dio la vuelta a una hamburguesa con gran habilidad.

– Lo haces muy bien.

– Deberías verme con el escalpelo.

– Creo que mejor no, gracias. Este picnic es tal y como lo recuerdo. Ruidoso y lleno de gente.

Había muchas personas en el jardín, en la casa e incluso por las aceras. Algunos estaban sentados en sillas o sobre la hierba. Los bebés iban de mano en mano. Los viejos estaban sentados a la sombra mientras intercambiaban chismes y se apartaban las moscas. Los jóvenes corrían al sol. Alguien había puesto algo de música en un rincón del jardín y un grupo de adolescentes estaban allí bailando.

– Ahí era donde estábamos nosotros hace unos años -comentó Brady.

– ¿Quieres decir que ya eres demasiado viejo para bailar y ligar?

– No, pero ellos sí lo creen. Ahora soy el doctor Tucker, mientras que mi padre es doc Tucker. Eso me convierte automáticamente en un adulto. Es una pena hacerse viejo -dijo mientras pinchaba una salchicha.

– Se dice mejor alcanzar la dignidad -comentó ella mientras Brady la ponía en un panecillo y le echaba mostaza.

– Servir de ejemplo para la generación más joven. Di «ah» como una niña buena -le ordenó. Entonces, le metió el perrito en la boca.

Vanessa le dio un mordisco y se lo tragó rápidamente.

– Manteniendo también el decoro.

– Sí. Y eso me lo dices cuando tienes la boca manchada de mostaza -comentó Brady. Le agarró la mano antes de que ella pudiera limpiársela-. Deja que me ocupe yo -añadió. Se inclinó sobre ella y le deslizó la lengua sobre los labios-. Muy sabrosa -susurró. Entonces, le mordió suavemente el labio inferior.

– Se te van a quemar las hamburguesas -murmuró ella.

– Calla. Estoy dándoles un ejemplo a la generación más joven.

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